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Gran Canaria-Moby Dick o la azarosa necesidad

En el cine se producen curiosidades muy paradójicas. Cuando se eligen exteriores de rodaje, se procura que, si no se rueda en el lugar exacto del que se trate, se acuda a espacios similares o muy parecidos, como usar las dunas majoreras para hacerlas parecer el desierto del Sinaí en la versión de Los diez Mandamientos de Ridley Scott, o que el Sureste grancanario sirva como réplica a las islas Filipinas por su parecido paisajístico. Por el contrario, el rodaje de Moby Dick en Gran Canaria es algo casi contra natura, porque la nítida luminosidad de la isla es justamente lo opuesto a la atmósfera plomiza y sombría del espacio en el que se enclava la acción de la película. Pero el azar y la necesidad a veces funcionan, y en este caso funcionaron a satisfacción de los cineastas.
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Juancho mirando hacia atrás sin ira

Hay memorias que cuentan las vivencias personales e incluso íntimas y otras en las que el autor funciona como testigo de hechos de interés para el lector, sobre todo si quien las escribe es un personaje con mucha presencia social o histórica; un ejemplo de esto último podrían ser Churchill o Darwin, porque tiene mucho atractivo conocer elementos de la trastienda de momentos importantes de nuestra historia común; eso, claro, desde la perspectiva de una persona, que puede estirar o encoger los hechos según le convenga. Las hay mixtas y luego están las de los escritores, cuyo mayor interés radica en conocer de primera mano detalles de un periodo literario propio y de todo lo que se ha movido alrededor, y más si se ha sido testigo, confidente y protagonista de buena parte de la historia literaria de ambas orillas de nuestra lengua en el último medio siglo. De esta manera es cómo hay que acercarse a Ni para el amor ni para el olvido, primer tomo de memorias de J.J. Armas Marcelo.
Scan68.jpgAunque a veces no se diga expresamente, existe la creencia inconsciente de que lo que no se cuenta es como si no hubiera sucedido. Desde que el ser humano alcanzó el lenguaje y la capacidad de comunicación, sabemos de nuestro pasado por las imágenes gráficas, por la memoria transmitida a través de la oralidad y por la escritura cuando el ser humano empezó a escribir, siempre desde una visión subjetiva, de manera que dos personas perpetuarán el mismo hecho de distinta forma, porque la imaginación va generando realidades paralelas que, al cabo, crean tanta o más conciencia colectiva que los escritos que se aferran a una realidad que también tiene diversas aristas. Podríamos decir que ahora mismo son más reales Don Quijote, Aquiles y Fortunata que Cervantes, Homero y Galdós.
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La cruz más grande del mundo

No se entiende cómo todavía hay quienes consideran lógico que en un estado democrático exista un espacio como el Valle de los Caídos. Para quienes tratan de reescribir la historia, hay que recordar que semejante adefesio fue construido por prisioneros republicanos, mano de obra que se compensaba con canjeo de tiempo trabajado por tiempo de condena en las cárceles franquistas. Por eso dicen que eran voluntarios. No fue así siempre, pero en los casos en que hubo opción, es comprensible que muchos prisioneros se acogieran a esa manera de acabar cuanto antes con una prisión degradante que les había caído por haber perdido una guerra. Los vencedores no se limitaron a su victoria militar, buscaron la eliminación de los vencidos, porque cuando acabaron sus años de cautiverio, se les trató como apestados, a ellos y a sus familias. Todo eso es lo que representa el Valle de los Caídos, por si a alguien le queda un resquicio para justificar esta aberración histórica y moral.
En mi novela Hotel Madrid, aparece una historia secundaria, basada en un hecho real; y cuando a esa persona le dieron la supuesta libertad formó parte de los que emigraron ilegalmente a Venezuela porque aquí les hicieron la vida insoportable.

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