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Solidarios de pacotilla

De repente se nos han iluminado las calles y nos han sembrado la ciudad de belenes, nos ha visitado la lluvia y el mar se ha embravecido. Es Navidad, y nos llaman a la alegría aunque a veces nos inunde la tristeza. Es un ajuste de cuentas con el tiempo, esa máquina inexorable que no necesita reloj.
solidarios.JPGNos ha sorprendido la Navidad sin habernos preparado para que nos deseen felicidades por sistema, ni para soportar los telemaratones, donde se nos viene a decir que somos culpables de las penurias ajenas, y en un supremo acto de generosidad acuden muchos famosos a hacerse publicidad. Tienen su residencia fiscal en Mónaco o en Miami, porque allí casi no pagan impuestos, y luego hay que darles las gracias porque rifan una camiseta o una foto firmada. Lo que deberían hacer es pagar impuestos en España, eso sí que es solidaridad.
Estas cosas me cabrean, pero no es la Navidad lo que irrita; es la hipocresía. Estoy hasta las narices de tanto solidario que vive como un rey, que va de progre y se permite darnos lecciones de ética, mientras forma parte de una especie de mafia artística en la que llevan mandando los mismos desde 1980. Los nombres los ponen ustedes, que hace mucho frío para pasar por el juzgado.

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Derechos, declaraciones y realidades

En estos días se han estado celebrando actos con motivo de los sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, realizada en la ONU el 10 de diciembre de 1948. Ya escribí aquí que antes hubo otros documentos de gran importancia histórica, como el texto sobre los Derechos Humanos redactado por George Mason, 1331.jpgque sería el inspirador del que escribiría en 1776 Thomas Jefferson, que proclamaba la igualdad de los ciudadanos ante la ley y reconocía una serie de derechos naturales e inalienables para toda persona, como la vida, la libertad o la búsqueda de la felicidad.
Durante la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1789, y paralelamente se redactó La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, aunque el machismo imperante hizo que los varones revolucionarios no vieran con buenos ojos la entrada de la mujer en la política (decían que bastante habían tenido con María Antonieta). Por eso continuó la lucha y en 1848 se redactó en Nueva York La Declaración de Seneca Falls, durante la primera convención sobre los derechos de la mujer en Estados Unidos, organizada por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton.
Después de 1948 fueron proclamados los Derechos del Niño (1959), y hay declaraciones de todo tipo que amparan a las minorías, a los diferentes y a todo ser humano que se precie de serlo.
Es decir, que por declaraciones que no quede, lo que hace falta es que se cumplan, porque la mujer sigue discriminada en casi todo el planeta (en algunas zonas de manera brutal), los niños siguen siendo utilizados en su inocencia como sicarios, esclavos y soldados obligados, y en definitiva, suena a sarcasmo tanta celebración de ese aniversario, cuando sabemos que con sólo el 1% del dinero que han metido los gobiernos para salvar bancos se podría erradicar la pobreza en todo el planeta.
Asistimos, por lo tanto, a un nuevo capítulo de un serial de hipocresía que ya suena a burla.

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A Franco no le gustaban las novelas

Carmen Franco, la hija del dictador, acaba de publicar un libro sobre su padre con la ayuda de dos periodistas, un español y un inglés. Como bien dice la «Carmencita» de aquellos anuncios de NO-DO, no era de esperar que ella fuese a poner sombras sobre la figura Franco, porque lo normal es que las hijas vean en su padre a un hombre cercano que alguna vez, cuando no andaba haciendo guerras, incluso pudo haberle contado un cuento antes de dormir.
letrero.jpgHay de todo, como el caso de Svetlana Stalin, la hija del dirigente soviético, que publicó un libro en Occidente en el que le decía a su padre de todo menos bonito, o la hija de Fidel Castro, o… Pero eso no era posible con Carmen Franco, puesto que ella misma ha sido parte del sistema, o al menos correa de transmisión de lo que hacía su marido, el yernísimo Marqués de Villaverde, que era tan osado que cuando Barnard hizo el primer trasplante de corazón en Ciudad del Cabo, él, que también ejercía de cardiólogo, hizo el suyo en Madrid, con pretensiones de récord, que cumplió, puesto que el paciente fue el primer trasplantado de corazón español en fallecer.
Pero todo esto es hacer llover sobre mojado, y es notorio que Franco no es precisamente una de mis devociones. Y por si fuera poco, su hija echa más leña al fuego, porque dice que Franco leía mucho, pero novelas no, sino libros serios. Me gustaría saber qué opinión tendría Franco de libros tan «ligeros y divertidos» sobre dictadores como Yo, el Supremo, El otoño del Patriarca, La fiesta del Chivo o Tirano Banderas. No le habrían gustado, él prefería la realidad de una dictadura a esos dictadores de papel que al fin y al cabo sólo existían en la imaginación de algunos seres inútiles que malean las mentes de los jóvenes. Es que hay tanto Unamuno, tanto Galdós, tanto Hemingway suelto…
Franco aborrecía a los novelistas, a mí me dan náuseas los dictadores.