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No ceder al pánico

Después de tantos comunicados contradictorios, ha hablado la Organización Médica Colegial, que es una entidad científica que se rige sólo por criterios científicos. Y ha dicho que esto de la gripe A es la epidemia del miedo, lo que confirma lo que muchos de nosotros hemos escuchado de voces de amigos y conocidos que trabajan en el campo de la Sanidad.
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(Detrás de los celajes el cielo siempre está azul)

Pero este organismo ha ido más lejos, y ha puesto el dedo en la llaga de uno de los argumentos que se han barajado en estos meses: la posible manipulación de informaciones guiada por intereses económicos. Como dice una amiga mía, lo más terrible de este asunto es que morirse de gripe tiene muy poco glamour, aunque menos estilo tiene morir de disentería. Bromas aparte, estamos ante una situación que merece cuidado, pero no pánico. Las vacunas no son la panacea, lo ha dicho la ministra de Sanidad, y precisamente la de la gripe A ni siquiera sabemos si es efectiva, porque ahora mismo se está probando.
Lo más recomendable, creo yo, es cumplir hasta donde se pueda las medidas higiénicas que conocemos, y digo hasta donde se pueda porque no veo la manera de que, por ejemplo, niños de escuelas infantiles puedan ser controlados hasta ese punto. Lo dicho, precaución, prudencia y no ceder ante el pánico que puede llegar a bloquear el sistema sanitario y entonces nos moriremos de otra cosa por imposibilidad de asistencia.

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Criminales míticos (y II)

juez.jpgEn la antigua Grecia, los mitos procedían de relatos ejemplarizantes, que servían para interpretar la vida cotidiana en cualquier tiempo, y así, hoy nos siguen valiendo Edipo, Electra, Pigmalión, Antígona o Ulises.
En el siglo XX, los medios audiovisuales, primero el cine y luego la televisión, nos han llenado de personajes míticos, fueran de esta época o de tiempos pasados. Estoy convencido de que Robin Hood era un criminal, pero si lo vemos en la pantalla con la cara de pillo de Errol Flynn nos cae hasta bien, lo mismo que Jesse James encarnado por Brad Pitt, el juez asesino Roy Bean (El juez de la horca) con los ojos de Paul Newman, el tortuoso estrangulador de Boston con la simpatía de Tony Curtis, el sanguinario Clyde interpretado por Warren Beatty o el retorcido Don Corleone en la piel de Marlon Brando.
Eso en Europa no suele suceder. Los famosos criminales europeos, desde el malvado Landru hasta el Vampiro de Düsseldorf nos asquean. En España nos horrorizamos con el crimen de Los Galindos, con Puerto Hurraco y con la matanza del expreso de Andalucía, y sin embargo los mitificados norteamericanos pistoleros a sueldo, asaltantes de bancos, traficantes de alcohol, mafiosos de la Cosa Nostra y asesinos en serie no nos producen rechazo. Debe ser la magia del cine, que del extermino de los indios y su cultura ha hecho un género, el western, que veíamos en la sesiones infantiles sin que hubiese la menor objeción ética.

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Criminales míticos (I)

180px-John_Dillinger[1].jpgLos norteamericanos son muy dados a crear leyendas, y la demostración está en que en el siglo XX la mayor parte de los personajes supuestamente legendarios proceden de allí, fueran del cine, del rock o del crimen. Por eso a nadie ha de extrañar que en el país en el que toman forma de divinidad los Kennedy, Michael Jackson o James Dean, también sean mitos asesinos consumados como el estrangulador de Boston, Billy «El Niño» o Jesse James.
En los tiempos de la Ley Seca también se crearon mitos criminales, desde Bonnie y Clyde a la anciana Kate «Ma» Baker, pasando por todos los mafiosos italianos e irlandeses representados por personajes de ficción como Vito Corleone, «El Padrino». Hasta Charles Manson empieza a ser un mito.
Ahora el que se ha puesto de moda es John Dillinger, otro producto de la Gran Depresión, porque es el personaje cinematográfico del momento, con el estreno de la película Enemigos públicos. No he visto la película, pero me suena que hasta nos va a caer bien, porque el actor que lo encarna, Johnny Depp, es de los que caen bien, y es precisamente el cine el que haya hecho que tanto asesinos como agentes de la ley con no muchos escrúpulos estén en la mitología de una nación que repite continuamente «Dios salve a América».
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John Dillinger no tenía el rostro simpático de Johnny Depp.