Una sociedad avanzada se rige por el Derecho, y es normal que haya normas que pongan reglas y sanciones para quienes no las cumplan. Pero una cosa es legislar con coherencia y otra muy distinta vivir en una sociedad que lo quiere tener todo previsto hasta el cansancio. Luego viene la imposibilidad de aplicar muchas de esas normas, porque no son sólo leyes parlamentarias (y hay parlamentos en Canarias, Madrid y Estrasburgo), sino directivas europeas, decretos, resoluciones, códigos, ordenanzas municipales y la Biblia en verso. Da escalofrío ver que cada día salen a la luz docenas de normas en los boletines oficiales de toda índole, y también cómo muchas de ellas quedan en el limbo por la imposibilidad de su aplicación.
Y es que quieren normativizarlo todo, que si fumas o no fumas, que si hablas por el móvil conduciendo, que si… Y luego hay cosas concretas de gran importancia que se quedan en tierra de nadie al albur de interpretaciones; por ejemplo -y no es cosa menor- , la edad en la que una persona consiente en mantener relaciones sexuales. Y hay incongruencias como que en un crimen el alcohol es un atenuante, en un accidente de tráfico un agravante.
Y así miles asuntos, que son sancionables en Astorga y no lo son en Arucas, o al revés. Porque es que encima no hay un corpus homogéneo. Y tanta normativa nos salta a la cara sobre todo cuando tratamos asuntos administrativos, que un día son una cosa y pasado mañana otra, simplemente porque en medio un Director General publicó una resolución que incluso puede ser contradictoria con otras leyes de rango superior. Mientras se aclara pasarán años. Si hasta las comunidades de vecinos ponen normas: me han contado que hay una en las que no se tolera tirar de la cisterna después de las diez de la noche, otra en la que se prohibe ducharse a determinadas horas porque los bajantes hacen ruido, y aun otra en la que está vedado tocar instrumentos musicales, pero no hay problema si la música es de disco, radio o televisión. Tanta norma nos conduce al absurdo.