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El gran palacio de Madrid

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)


Mientras en Ávila eran tallados en piedra los Toros de Guisando, los iberos levantaron junto al río Manzanares un pequeño poblado megalítico. El tiempo y la invasión romana lo destruyeron. Sobre sus ruinas, y para aprovechar el espacio y el agua, los romanos construyeron algunas viviendas, no fue necesario levantar un acueducto como en Segovia, aquí el agua estaba mucho más a mano. El tiempo, los árabes y el olvido sepultaron aquellas paredes de cantos de Guadarrama, junto a los viejos dólmenes ibéricos. Aquellos escombros sirvieron para que fueran construidas las primeras casas de Magerit, durante una época en que por aquella curva del río transitaban judíos, moros y cristianos.
zpalacio0.jpgYa en la Edad Moderna, los Austrias hicieron de Madrid la capital de un imperio, que curiosamente lo fue cuando ya España no tenía emperador, y en el llano de la curva del Manzanares un páramo abandonado apenas si servía para apacentar los rebaños. Los restos ibéricos, romanos, árabes y judíos fueron hundiéndose en la tierra y el tiempo; la curva del río más leve y más necesario del mundo permanecía cubierta de soledad, rememorando pasados menhires, policromados muros de cantería, humildes mezquitas arrasadas por el sedimento de los días.
Muy lejos, en un lugar llamado Versalles, surgió un palacio que fue desde entonces la admiración del mundo. Aún hoy, a finales del siglo XX, no ha sido superada esa obra maestra de la arquitectura, el lujo y la suntuosidad. Tan sólo se la ha podido igualar: el primer Borbón de España, Felipe V, nieto de aquel Luis XIV que ordenó construir Versalles, mandó levantar sobre la soledad de la curva más angustiada del Manzanares un palacio aún más bello y lujoso que el de su abuelo. Superar la belleza y el lujo de Versalles no fue posible puesto que era casi la perfección, pero hoy podemos decir que el Palacio Real de Madrid es parejo a Versalles, y con la Plaza de Oriente, los Jardines del Moro, los jardines de Sabatini y la Rosaleda del Parque del Oeste ha hecho de nuevo sonreír al Manzanares, que ya no evoca con angustia nostalgia los dólmenes ibéricos, las canterías romanas y los vestigios moros y judíos.
El Manzanares ya no está solo porque el tiempo ha hecho surgir de sus ruinas pasadas el palacio más admirable que hay sobre La Tierra. El Palacio de Oriente no es Versalles, en algunas cosas no lo alcanza y en otras lo supera. Buckingham Palace, El Kremlim de Moscú, la Ciudad Prohibida de Pekín, el palacio Imperial de Viena o la residencia pontificia de El Vaticano, con ser espléndidos, son apenas una sombra de Versalles y el Palacio de Oriente. Sólo la Alhambra de Granada está a su altura. Los españoles nunca han sabido apreciar lo que a cualquier extranjero causa asombro: poseer dos de los tres palacios más bellos y admirables del mundo.
zpalacio1.jpgA veces hay que morir para renacer, derruir para reedificar. A menudo ocurre que viejas edificaciones se mantienen en pie a pesar de los años, y siguen de una pieza los Toros de Guisando en Ávila, y ha logrado traspasar el tiempo el romano acueducto de Segovia. Es una suerte, pero también lo es que sobre la angustiada y desoída tierra de la curva del Manzanares, sobre las ruinas de cuatro culturas, se haya levantado uno de los más grandiosos palacios del planeta. Sólo hay que contar con el tiempo, sin impedir que el río fluya, que el pasado se desmorone, se convierta en ruinas y endurezca el paisaje. Los cascotes de las viejas construcciones alguna vez servirán para levantar nuevas paredes. Todos quisiéramos ser el agua que atraviesa el acueducto de Segovia, pero, llegado el caso, no es menos fresca la que baña la curva más dolida del Manzanares.
Mientras el río espera que alguien construya el Palacio de Oriente y entierre bajo su esplendor esplendores pasados, permite que viajeros ocasionales monten en su dolida y solitaria llanura fugaces tiendas de campaña. No hay prisa.
Los iberos son arqueología, los romanos historia… En la curva del río el futuro es un lujo.

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El Palacio Real de Madrid fue mandado levantar por Felipe V, el primer Borbón, y su construcción duró 26 años a partir de la colocación de la primera piedra en 1738. Es el mayor palacio real de Europa, con 135.000 metro cuadrados y 3.418 habitaciones. En su diseño y construcción participaron arquitectos italianos y españoles de renombre, como Juvara, Sachetti, Sabatini o Ventura Rodríguez. En su interior se encuentran los Stradivarius Palatinos, la colección más importante del mundo de estos instrumentos, así como obras de artistas como El Greco, Rubens, Caravaggio, Velázquez, Goya, Corrado Giaquinto, Tiepolo, Mengs, Bayeu, Maella…
El primer rey que lo habitó fue Carlos III y el último Alfonso XIII. Durante la II República, fue denominado Palacio Nacional, y Manuel Azaña, presidente de la República, vivió en él mientras ocupó la Presidencia, por lo que se da la paradoja de que el último Jefe de Estado español que habitó el Palacio Real fue un presidente republicano, puesto que Franco dispuso como residencia suya el palacio del Pardo, y aunque sigue siendo la residencia oficial de los Reyes de España, estos viven habitualmente en el palacio de la Zarzuela en los montes de El Pardo cercanos a Madrid, aunque se celebran en el edificio actos importantes, como recepciones, cenas de gala o actos como de la firma del Tratado de Adhesión a la UE o La Conferencia de Paz sobre Oriente Medio.

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(Este trabajo fue publicado el miércoles 14 de octubre en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7.)

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La espada de Fernando Álamo

No sé si se habrán percatado -yo acabo de hacerlo-, pero no suelo escribir sobre artes plásticas, y mirando hacia atrás me parece raro, porque suelo atreverme con casi todo ya que nunca tengo la pretensión de sentar cátedra sino de dar una impresión. Seguramente controlo más elementos técnicos en literatura o teatro, y tal vez en cine por las muchas películas que he visto. También es verdad que jamás he escrito una sola frase sobre danza, y es muy saludable porque es un arte que logra emocionarme pero que desconozco absolutamente.
qqq.JPGLas pocas veces que he escrito sobre artes plásticas lo he hecho tratando de acercarme como un espectador, no como un entendido, por varias razones. Una es que me baso en las emociones y en el impacto que una obra puede tener sobre mí; otra es que tengo que confesar que, en general, me aburre el habitual lenguaje que usan los críticos de arte, porque a menudo son juegos de palabras tan cargados de tecnicismos que finalmente no resultan atractivos y en consecuencia son poco comunicativos, como si se tratase de un lenguaje secreto que sólo entienden los iniciados. Hay una tercera razón, y es que a veces este lenguaje es simplemente un parapeto en el que se escudan quienes no dicen nada, bien porque no quieren comprometerse a favor o en contra de un artista, bien porque la obra no les dice nada y se les queda la mente en blanco. También ocurre que hay temerarios que se meten a críticos sin el más mínimo bagaje técnico, pero como tienen recursos literarios o meramente lingüísticos encajan en un folio una sopa de letras que estructuralmente es correcta, pero el discurso que contiene es digno de Cantinflas.
Como no quiero que esas cosas me ocurran, cuando me acerco a una obra plástica es siempre desde una perspectiva literaria, tratando de dar una mirada narrativa o poética, según los casos, pues los artistas en sus obras plásticas a veces narran y otras expresan un instante, una pasión, un sentimiento, o simplemente una mirada. En otras ocasiones hay todo un discurso, que traza un camino bien sea hacia el horror de la guerra, como ocurre en El Guernica, o hacia el tormento personal del artista que se trasluce en El grito. Cuando una obra no me dice nada, callo prudentemente, lo cual no invalida la obra sino que delata mi incapacidad para captar el lenguaje del artista.
Aunque no es este lugar para confidencias personales, tengo que decir que con la pintura tengo una relación muy complicada. No es difícil -más bien es habitual- que me conmueva en cualquier sentido una obra musical, literaria, cinematográfica, escénica o de cualquier otra forma de arte. La escultura y la arquitectura también me llegan con contundencia y la fotografía es uno de mis delirios. Pero la pintura es como una asignatura sentimental pendiente, porque me resulta muy difícil conmoverme ante un cuadro, aún estimando racionalmente que su técnica es buena, su composición perfecta y el uso de los materiales impecable. A veces ni siquiera lo novedoso, lo que impacta a muchas personas, me acaba de llegar.
Por eso, cuando tengo que escribir sobre pintura, casi siempre por el encargo de un texto para un catálogo, trato de hacer una lectura literaria de la obra y tratar de escudriñar la mirada del pintor, con el grave riesgo de equivocarme, pero siempre de buena fe, y finalmente el arte puede tener muchas lecturas, pues cierto estudio arrojó que la 6ª Sinfonía de Beethoven, renombrada La Pastoral, evocaba en muchos oyentes que la gozaban un paisaje cercano al mar en calma, y no lo que su nombre y probablemente las intenciones del compositor quisieron transmitir.
Amarillys-rojo-con-tres-man[1].jpgHay, por supuesto, pintores que me emocionan, pero no son muchos. Me vienen a la memoria ahora mismo las obras de pintores tan dispares como Gonzalo González, Alfonso Crujera o Paco Sánchez, que siempre me causan una especie de inquietud -por razones distintas- que a veces puede llegar a ser desazón, inseguridad y en una serie en concreto de Gonzalo verdadero desasosiego. Eso es lo que yo quisiera que me produjera la pintura con mayor frecuencia, pero está claro que mis ojos ven lo que ven y la pintura me llega hasta donde tengo capacidad de recepción. Por supuesto, hay más artistas y cuadros que me llegan, desde Cristino de Vera al más sombrío José Luis Fajardo.
En estos días La Regenta expone el último trabajo de Fernando Álamo que lleva como título Por narices. Es Fernando un pintor al que conozco desde hace muchos años pero con el que apenas he hablado, seguramente porque se han sumado circunstancias como la timidez o la oportunidad. Pero no hace falta, porque yo tengo mi propio diálogo con su obra, que parece hecha con espada en muchas ocasiones, porque se abre en canal y te lanza a la cara lo terrible que pueden llegar a ser los humanos cuando están bajo la mirada de un artista que combina sabiamente la comunicación poética, el don de la narración y el impulso reflexivo.
Y es por eso por lo que escribo por primera vez sobre pintura sin que nadie me lo haya pedido. Podría callar como hago siempre, pero no quiero porque Fernando Álamo es uno de los pocos pintores capaces de estremecerme, y no quiero utilizar ni una sola palabra del lenguaje habitual de los críticos, porque esto no es ni de lejos un trabajo crítico. Pero creo que un pintor que es capaz de conmover una mirada tan fría para la pintura como la mía, algo debe tener. Creo que se llama talento.
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(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del día 3 de junio)

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Otra historia sobre el compromiso de César

Hoy César Manrique tendría 90 años, y seguramente tendría la vitalidad de un Picasso a esa misma edad. Nos dejó a su pesar el 25 de septiembre de 1992, al mediodía, a causa de un estúpido accidente frente mismo a la Fundación de su nombre, en la carretera de Tahíche. Según me contaron, César le dijo adiós porque se iba, pero antes de marcharse definitivamente hizo una llamada telefónica, colgó y salió hacia su coche, en busca de su destino. No habló con nadie más antes de arrancar. Quien estuvo al otro lado de la línea telefónica era quien esto escribe, porque lo que me cabe el triste privilegio de ser la última persona que habló con César Manrique.
Me llamó para darme una muy buena noticia, fruto de la generosidad que siempre derrochó cuando se trataba de hacer cosas que redundaran en beneficio de los demás o de Canarias. César fue generoso conmigo y con Canarias y es esta la historia que hoy quiero contarles, porque arrimaba el hombro siempre que podía y de forma desinteresada. Puedo decir que César, que no era un hombre de letras, ayudó como pocos a que en Canarias se normalizara la creación de literatura escrita para niños y jóvenes.
Hacia 1991 se habían escrito en Canarias apenas media docena de libros infantiles y juveniles. Hay que decir que los escritores a veces rehusaban escribir este género porque lo consideraban bajar de nivel, y era necesario hacer algo que estimulase la creación de esas historias cercanas para los más jóvenes. Con la implicación de muchas personas, salió adelante un proyecto que llamamos la BIC (Biblioteca Infantil Canaria). Fui el encargado de poner en marcha tan ambiciosa empresa, que tuvo como fruto directo seis títulos (doblamos los que había), con nombres legendarios como Angel Guerra o Pedro García Cabrera y autores vivos como la desaparecida Dolores Campos-Herrero. El fruto indirecto fue se crearon colecciones por distintas editoras privadas y se generó una dinámica que ha hecho que hoy la lista de obras literarias pensadas para esa franja de edad sea por fortuna muy larga, y los autores consagrados escriben sin complejos para niños.
Diseño César Manrique.JPGPor lo tanto creo que el éxito de la BIC fue total, puesto que cumplió con su propósito de dar un empujó a la literatura infantil y juvenil en Canarias, ponerla a funcionar en definitiva. Y en ese reto tan atractivo César Manrique tuvo una participación decisiva, porque para llamar la atención y buscar los apoyos necesarios era importante que estuviesen implicados en el proyecto personas de prestigio cultural. Cuando se habló del diseño de la colección de libros pensamos que el nombre y el talento de César serían un aval insoslayable, pero también pensábamos que tal vez estuviésemos tirando demasiado alto y sus muchos compromisos no le permitirían atendernos.
Fue tan sencillo como decírselo, contarle el proyecto y el interés que teníamos en que un artista de su peso fuese uno de los tripulantes de aquel barco que zarpaba. No lo dudó ni un segundo, dijo que sí, y se comprometió a hacer tres diseños, uno para cada franja de edad, de manera que las series «Chinijo», «Guayete» y «Galletón» iban a tener cada una imagen propia salida de los pinceles de César. Y, claro, tenía que llegar el momento en que le preguntaría su caché, asunto que nos preocupaba porque temíamos que, dado su prestigio, sería alto.
Segunda sorpresa: casi se ofendió. Para colaborar en que los niños de Canarias tuvieran su propia literatura él no iba a cobrar ni un céntimo, y adquirió el compromiso de darme en un tiempo corto lo diseños. Este encargo se le hizo en pleno verano, y aquel 25 de septiembre, apenas mes y medio después, me llamó por teléfono desde la Fundación para decirme que acababa de dar los últimos retoques al trabajo, que ya estaba disponible para empezar la edición de aquellos preciosos libros. Esa era la muy buena noticia que me dio en su última conversación y quedamos en vernos a la semana siguiente cuando él viajase a Las Palmas con las carpetas de los diseños.
Aquellas carpetas quedaron encima de su mesa en La Fundación, y también caigo en la cuenta de que su último aliento artístico fue pensando en los niños canarios, dando una vez más una lección de generosidad y compromiso con esta tierra. Los diseños llegaron a su destino como fue su voluntad, y yo los tengo por verdadera joyas, tanto por su valor artístico como por el desprendido compromiso con la cultura con que fueron realizados. Es evidente que hoy los originales obran en poder de la Fundación César Manrique, como debe ser.
Que la colección estuviera diseñada por César Manrique fue un respaldo enorme para que aquel proyecto funcionase, y para ahuyentar complejos a los creadores, porque si un artista del prestigio de César, que había tocado el cielo, se involucraba en la humilde y hermosa tarea de pintar para niños, el más excelso escritor también podría hacerlo para los más pequeños. En todos los sentidos, la última memoria que tengo de César Manrique es su generosidad y el entusiasmo juvenil que puso en un proyecto pequeñito que él ayudó a engrandecer.
Por eso creo que cada vez que un niño se acerca hoy a un libro infantil escrito en Canarias, cada vez que un escritor canario dedica su talento creativo a escribir relatos para niños, cada vez que vemos cómo crece en cantidad y calidad el corpus literario para los pequeños en Canarias, hay que pensar que César estuvo en el origen, arriesgando y apostando por Canarias en cualquiera de su vertientes. Tampoco es nada nuevo, fue lo que siempre hizo y por eso su figura se agiganta con el paso del tiempo.
No recuerdo si había contado esto por escrito, pero aprovecho este recuerdo que hoy hacemos al gran artista para dejar constancia de ello. Por eso es importante que los niños en los centros recuerden a César, porque él siempre pensó en ellos, ya que lo que persiguió siempre fue conservar Canarias para las generaciones futuras; César pensó en los niños, justo es que ellos ahora lo recuerden y sepan de su generosidad y su compromiso. Todos tenemos mucho que aprender de él.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el 20 de mayo)