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La verdad retratada por Tato Gonçalves


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Hoy, 29 de abril, se inaugura en el CICCA la exposición de Tato Gonçalves RETRATOS 1997-2003. En el catálogo figura este texto, entre otros que no puedo reproducir aquí, porque no son míos. Este sí.
La exposición es altamente recomendable, pues Tato es uno de nuestro mejores retratistas.
He incluido como homenaje dos retratos de Fachico Rojas Fariña y Andrés Solana, dos grandes de la fotografía ya desaparecidos, realizados por Tato, como los demás que están en este comentario, salvo la machangadita de la derecha, que hice con los ojos del fotógrafo extraída de un autorretrato suyo.

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El retrato fotográfico es tan antiguo como la fotografía, pero su valoración artística, social y psicológica es muy posterior. En el siglo XIX eran muy frecuentes los daguerrotipos, fotografías de medio cuerpo o de cuerpo entero en las que se mostraba a un personaje casi siempre en actitud un tanto teatral, tratando de representar lo que era socialmente. Pero es evidente que el retrato es anterior a la fotografía, pues ya existe en la escultura desde la antigüedad. Pero siempre conservaba esas característica, pues cuando se hacía un grabado de un faraón se le mostraba en actitud de poder, y lo mismo sucedía con los retratos escultóricos de Grecia y Roma, en los que los artistas trataban de certificar la imagen que se quería dar de un emperador, un filósofo o un tribuno.
En el Renacimiento y el Barroco el retrato cobró expresividad, pero casi siempre lo que se expresaba era lo que deseaba el artista, no lo que debía transmitir la escultura o la pintura. Miguel Angel o El Greco proyectaban en sus obras dolor, esperanza, poder, sumisión o cualquier otra cosa, de manera que se servían del personaje para expresarse, cosa por otra parte muy legítima en un artista, aunque es evidente que también eran exigencias del cliente retratado, porque no me cabe la menor duda de que Tiziano representó a Carlos V como quiso aparecer el emperador. Más tarde, Goya comenzó a retratar el interior de los personajes a veces sin que ellos se dieran cuenta, y curiosamente coincide el final de Goya con el comienzo de la fotografía.
aAndrés Solana risa.JPGTato Gonçalves no es simplemente un fotógrafo. Lo es, sin duda, pero ante todo es un retratista. De toda su obra, la más extensa y la más mimada es el retrato, que tiene unas características muy peculiares, porque, si por una parte hace historia, retratando a personajes de relieve social por cualquier motivo, también trata de definirlos, no en la idea general que de ellos existe, sino desde su naturaleza humana. Para ello la cámara fotográfica es un arma terrible, porque mantiene la mirada mucho más tiempo que el ojo humano, que no es capaz de sumar luces, sino de tomar la que hay cada milisegundo. Los avances técnicos en la fotografía hacen esto posible, puesto que cuando había que posar y estarse quieto durante 10 segundos para fijar una foto, se acumulaban las expresiones y quedaba una imagen que era la suma de todas las que durante esos 10 segundos dio el personaje. Así vemos con la misma expresión las viejas fotos de Lincoln, Zola o Madame Curie. Incluso se retocaban después y hasta hicieron fortuna a principios del siglo XX las fotos pintadas, que originalmente habían sido disparadas en blanco y negro. Cuando las cámaras avanzaron técnicamente, el fotógrafo pudo decidir en qué fracción de tiempo disparaba. Ese es el verdadero retrato.
Recuerdo que una tarde fui al estudio de Tato para que me hiciera unas fotos, destinada a la solapilla de un libro o para una entrevista, no recuerdo bien. Disparó algunas instantáneas con una cámara digital y en seguida me preguntó por mi estado de ánimo. Yo le dije que estaba bien y él me dijo una frase que me resultó terrible, pero que es muy certera: «A mí puedes engañarme, pero no a la cámara». Y es verdad, la cámara capta matices que a simple vista no percibimos, y es en esa facultad maravillosa y a la vez terrible de la cámara fotográfica en la que se apoya Tato Gonçalves para retratar a los personajes, que dejan de ser modelos para convertirse en personas que transmiten sentimientos, ilusiones, alegrías, preocupaciones. Es seguramente una micronésima de milímetro en un párpado caído, o medio grado en el rictus de una sonrisa, pero por mucho que se quiera fingir, ante un fotógrafo que domina el retrato es imposible engañar a la cámara.
La exposición abarca diecisiete años de retratos. No están todos, por supuesto, porque Tato ha retratado prácticamente a todos los personajes de relieve en nuestra sociedad. Hubo un tiempo en que sus retratos iban de la mano de una serie de entrevistas que yo hacía para Canarias7. Más que entrevistas eran conversaciones, y se hacía con calma, sin prisas periodísticas, y allí estaba Tato, con su cámara, captando la verdadera esencia del entrevistado. Al final de la entrevista yo escribía medio folio tratando de retratar literariamente al personaje, y confieso que a veces lograba engañarme. Por eso, como mediaban días antes de entregar el trabajo, más de una vez le pedí a Tato que me mostrase los retratos que había realizado mientras yo preguntaba. Una vez visto el retrato no había duda, el personaje estaba definido, y hay incluso algún caso en el que escribí superfiacilidades adrede, porque lo que comunicaba el retrato era tremendo y habría sido un hachazo contra la imagen del personaje. Hasta ese punto es definitorio el retrato bien hecho.
aFachico  2004.JPGPodríamos decir que Tato Gonçalves es un fotógrafo que se ha especializado en el retrato, pero eso sería un error, porque ser retratista es un don, como el de la poesía o la música. Es como si dijéramos que alguien es un escritor que se ha especializado en poesía, novela o teatro. La tendencia natural de Tato es a retratar, y cuando hace alguna cosa que parece alejarse de ello, acaba retratando, pues lo hace a veces con el mar, con un edificio o con una calle. Pero son las personas las que lo llaman, y especialmente los rostros, aunque tampoco es desdeñable la información que proporcionan las manos, la posición de los hombros o cualquier otro elemento de eso que llamamos lenguaje no verbal. Pero es en el rostro donde se milimetran los detalles. La persona se pone delante de la cámara tratando de representar el personaje que intuye que más le conviene. Pero siempre hay un instante en el que la mirada, la dejadez de una minúscula mueca en la boca, un pequeño giro en el cuello, cualquier cosa, deja de estar gobernado por la conciencia del personaje. Es su inconsciente el que se muestra. Ahí sí que aparece la verdadera personalidad, y el fotógrafo ha de saber leer esos instantes para dar la dimensión exacta del personaje.
Durante varios años estuvimos juntos frente a una figura relevante, que hablaba y respondía con palabras a mis preguntas. Mientras tanto, Tato disparaba su cámara. A menudo el personaje trataba de mostrarse sólido, incluso altanero, y ese era su discurso verbal; pero estaba la cámara que trabajaba como una especie de máquina de la verdad. Daba igual que alguien quisiera mostrarse duro; si en su interior había ternura, salía en la foto. Y al revés, por muy dicharachera que fuese la pose, la dureza, la melancolía o el dolor quedaban estampados en la fotografía.
Podría entenderse que entonces cualquiera puede ser un buen retratista, puesto que el trabajo lo hace la cámara. No es así, la cámara es un instrumento valiosísimo que hay que saber manejar, medir los momentos, saber cuándo hay que disparar. Es una combinación de tiempo y sensibilidad, que funciona mejor si, como es el caso, se domina la técnica. Pero es quien dispara la cámara quien realiza el retrato, y debe buscar el instante adecuado para definir al personaje.
Tato Gonçalves es un fotógrafo-retratista de primer nivel, cuyas instantáneas palpitan como el corazón del personaje, algo que Alberto Schommer considera esencial cuando se dispara una cámara. Si lo dice el maestro por algo será. Por eso esta exposición va más allá de la imagen de este o aquel personaje, es un tratado de la naturaleza humana captada por un artista.
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Ramón del Pino, otra forma de mirar

La fotografía es la última de las bellas artes en llegar a ser considerada como tal, pero no por ello es menos importante que otras. La cámara tiene el plus de que es un ojo imparcial, ya que al pintor su ojo humano puede jugarle malas pasadas. El objetivo de la cámara dice siempre la verdad, y por ello a veces los retratos fotográficos son temibles, porque muestran sentimientos que los humanos no somos capaces de captar con una mirada.
Ramón del Pino expone en la Fundación Mapfre Guanarteme una serie de piezas que utilizan las técnicas fotográficas, pero son algo más, un discurso que se vale para expresarse del alfabeto de la imagen. Manolo Rodríguez en el catálogo evoca a Paul Éluard cuando asevera que «hay otros mundos pero están en este». Y esa es la idea que se desarrolla en la obra de Ramón del Pino, en la que el tiempo es factor fundamental, no el tiempo técnico que está abierto el obturador, sino el cósmico, la realidad paralela de las cosas. No aparece la figura humana, pero nos muestra al hombre a través de sus objetos.
zramon1.jpgAunque bebe del surrealismo y las vanguardias históricas, la modernidad de la obra de Ramón del Pino está justamente en que se coloca en las antípodas del automatismo, nada queda al azar, es en cierto modo la fotografía del pensamiento. Y se apoya en un soporte visual porque a veces las palabras no llegan a expresar en toda su dimensión lo que queremos mostrar. La cámara sí, porque es un animal indiscreto que nunca miente, y el artista ha sabido embridar toda esa información para dárnosla en toda su limpieza, manifestando así una novedosa manera de mirar.

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Entre la irracionalidad y la fantasía

Dice el diccionario que lo irracional es aquello opuesto a la razón o fuera de ella; es decir, algo que no cabe en la lógica cotidiana y que el ser humano sólo es capaz de imaginarlo, aunque hay quien afirma -no sé si con verdad o no- haber vivido o visto fenómenos que escapan a la razón. Por decirlo en román paladino, en la vida real los burros no vuelan, los muertos no resucitan y los maleficios sólo existen cuando media la química, y los comportamiento maléficos son aquello derivados de una intoxicación.
z635.jpgEsto es lo racional, esta es la razón, pero el ser humano tiene muchas preguntas sin contestar y se interna a menudo en el mundo de lo irracional, que se confunde con el de la fantasía, y que dicho de forma abrupta entra en la patologías de la psique, pero si reflexionamos un poco vemos que en alguna medida todos vivimos un paralelo mundo irracional, que mayoritariamente tiene que ver con los sentimientos, pero que con frecuencia interfiere en la vida diaria, como esos miedos irracionales a pasar por debajo de una escalera, romper un espejo o pisar al levantarse con la pierna izquierda. Hace unos días, mientras compartía mesa con alguien a quien tengo por racional, le pedí que me pasara la sal; cuando la cogió fui tomar el salero de su mano, pero se negó y la puso sobre el mantel, porque, decía, dar la sal en la mano trae mala suerte.
Pero no pongamos el grito en el cielo creyendo que esas cosas no van con nosotros. Eso que muchos llaman manías o costumbres son primas hermanas de lo irracional, porque a ver cómo se explica que el hecho de que una mujer vaya vestida de negro a una boda sea un mal presagio para los novios. Y eso está en el protocolo social, lo mismo que negarse abrir un paraguas bajo techo o brindar con algo que no contenga alcohol. Es ese otro mundo que tiene que ver con las preguntas no respondidas, porque la mayor parte de las personas -creo que todas, pero como algunas proclaman su racionalidad a ultranza las excluyo- no tiene claro lo del más allá y la actividad fantasmagórica que puedan desarrollar los muertos en nuestro mundo racional.
z720p].jpgLa literatura, el cine y las artes plásticas no son ajenas al asentamiento de esta doble vertiente del ser humano. Ya en los cuentos infantiles el lobo habla con Caperucita, hay botas de siete leguas y princesas que duermen cien años y ¡chas! se despiertan cuando las besa un príncipe. A eso lo llamamos fantasía, pero no sé cómo llamar al romance de ultratumba que mantienen los protagonistas de Cumbres Borrascosas o a la convivencia con dioses y profetas que hablan al hombre en todos los libros sagrados y mitologías.
Durante décadas, alrededor del nacimiento y apogeo del Romanticismo, las obras que se ceñían al mundo real no gozaban de consideración intelectual. Luego ha habido de todo, pero algo tiene que ver con estas cosas el éxito -irracional- de Harry Potter o películas como El sexto sentido. Incluso las novelas más realista tiene que ver con lo más profundo y oscuro del ser humano, como los celos, la locura o los traumas que desencadenan personalidades terribles. Dicen que todos somos un poco Doctor Jeckyl y un poco Míster Hyde, y luego entroncamos esos mundos paralelos con palabras de poco prestigio como azar, suerte, casualidad y fortuna, o con otras muy encumbradas como causalidad o destino.
zFRIEDRICH2.jpgEn la segunda mitad del siglo XX hubo movimientos literarios diversos, y la mayoría tenían que ver con lo tamgible; pero también gozaron de fortuna otros en los que lo irracional se volvía dramático o cómico. Son paradigmáticas obras como Pedro Páramo, en la que la muerte y la vida se confunden, Cien años de soledad, donde Remedios la Bella sube al cielo en cuerpo y alma, Doña Flor y sus tres maridos, cuando una viuda recibe a sus maridos muertos que vienen desde el más allá para realizar con ella actos sexuales, y El bebedor de vino de palma, la magnífica novela del africano Amós Tutuola en la que se traspasan los límites de la vida y se entra en el mundo de los dioses y de los muertos.
La muerte, el más allá, los poderes sobrenaturales y otros temas tienen buena acogida entre los lectores y los aficionados al cine. Es verdad que cuando leemos un libro, vemos una película o contemplamos cuadros como El Jardín de las Delicias o La balsa de la medusa, nos estamos reflejando en nuestra irracionalidad. La prueba es que La divina comedia, una de las obras más prestigiosas de toda la literatura universal, transcurre en un lugar tan «turístico» como los círculos del infierno. A lo mejor es porque el hombre necesita huir a ratos de lo racional.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del pasado miércoles)