El miedo a un día oscuro
El Viernes Santo siempre ha sido un día oscuro, porque es como la exaltación de la muerte. Aunque sea un día luminoso, en la memoria de todos está esa tarde del Santo Entierro, que es silencioso, lúgubre y a veces terrorífico. Recuerdo que de niño no entraba solo en la iglesia de mi pueblo porque hay un Santo Sepulcro de Luján Pérez que es tan realista que parece que en verdad hay un cadáver en aquella urna de cristal.
En la iglesia de Guía de Gran Canaria hay otro Cristo Yacente de Luján, que es en verdad impresionante, aún más que el de mi pueblo, porque es como la representación escultórica de la muerte. Y es este culto a lo tétrico lo que no comparto de la puesta en escena de la Semana Santa, que se supone es una celebración nada más y nada menos que de la salvación del género humano. Pero nos lo pintan negro, triste, de tal manera que uno siempre se imagina el Viernes Santo nublado y espectral.
Por eso no me gusta el Viernes Santo, y por el contrario me encanta el 1 de enero, porque aunque llueva, en mi memoria siempre es un día soleado y alegre. Y sentimos con la memoria.