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En la partida de Baltasar Porcel

Ha muerto Baltasar Porcel, el más conocido escritor en Lengua Catalana, una vez desaparecieron Josep Pla y Salvador Espriu. Fue un autor prolífico pero poco conocido fuera de Baleares y Cataluña, precisamente por su militancia rabiosa en las letras catalanas. Políticamente dio bandazos, desde el maoísmo al nacionalismo burgués de Pujol, e incluso fue uno de los fundadores del PSOE de Andrax, su pueblo natal. Su incoherencia ideológica fue siempre proporcional a su coherencia idiomática.
porcel.jpgPor eso tuvo siempre agrias polémicas con autores de ideas más firmes, como Juan Marsé, a quien un día le preguntaron por qué odiaba tanto a Porcel. Marsé dio una respuesta tremenda: «ya ni me acuerdo», una frase que refirmaba ese odio irracional que nacía de la distancia ideológica. Ese es uno de los pero que yo siempre he puesto a Marsé, su atrincheramiento irracional, que es el mismo pero, en las antípodas, que le pongo a Porcel, su volatilidad. Pero en realidad ambos eran incoherentes, pues si uno se aferraba a su demanda del Cervantes (que finalmente le dieron), el otro, tan catalanista, buscó incluso el Premio Nobel, cuya candidatura fue presentada en Estocolmo por el gobierno pujolista.
Y se ha muerto a los 72 años, y ahora sabremos el calado de su obra, si es capaz de permear el idioma como hicieron Espriu y Pla desde el catalán y Rosalía de Castro y Alvaro Cunqueiro desde el gallego. O bien se queda encerrado en su lengua como ha ocurrido con Verdaguer y Castelao. Descanse en paz.

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Dos presidentes, qué derroche

En tiempos difíciles, cuando los líderes hablan al pueblo suelen poner esperanza en sus palabras, para que haya al menos una pequeña brizna de luz al final del túnel. Y eso está bien, pero una cosa es lo que los líderes digan y otra muy distinta que tengamos la cuota de ingenuidad precisa para que podamos al menos concederles el beneficio de la duda.
cafe3.JPGLa economía es un arcano que se puede estudiar científicamente a toro pasado, como los partidos de fútbol. Mientras se mueve el balón puede pasar de todo y a menudo cosas imprevisibles; es cuando los comentaristas, en ocasión de que Estados Unidos le meta dos goles a Brasil, dicen aquello de «esa es la grandeza del fútbol». Pero es un comentario inútil, porque finalmente siempre, gana Brasil. En economía es igual, no sabemos quién gana (lo suponemos) pero sí que sabemos quién pierde siempre.
A veces nos habla el Presidente de Canarias, a veces el de España, pero ayer nos hablaron los dos, después de la reunión que mantuvieron en Las Palmas. Dos presidentes, casi nada, poniendo esperanza en sus palabras y apuntando a una supuesta luz que tendrá que empezar a verse al fondo de un momento a otro. «Esa es la grandeza de la política», que diría Luis Aragonés metido a primer ministro. Si ya es difícil creer a un presidente, tragarse la esperanza predicada por dos es una exhibición de candor. Pero seamos optimistas, que volviendo la frase al revés viene a ser un realista mal informado.
¿Un cafecito, señores presidentes?

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Honduras y la confusión latinoamericana

Ha vuelto a suceder. Esta vez es Honduras, donde se rompe el proceso democrático bajo una disculpa constitucional, que no deja de ser una faramalla para justificar lo que es claramente un golpe de estado, aunque se anden con circunloquios para no poner claramente la expresión.
Honduras.svg[1].JPGAsombra con qué naturalidad el ejército, los jueces y hasta el pito del sereno se sienten legitimados para quitar y poner regímenes políticos en Centroamérica. No tienen ningún pudor, se trata claramente de una lucha por el poder, aunque está claro que el destituido presidente Zelaya buscaba un manera de perpetuarse en el poder por las urnas, pero lo cierto es que fue elegido democráticamente. Este es un asunto muy confuso en algunos países de América Latina, en los que llegan al poder líderes de izquierda con el voto ciudadano y luego quieren quedarse para siempre. La cuestión es compleja, porque nadie puede discutir que fueron elegidos en las urnas, pero luego tampoco está claro qué se hace con ese poder.
La derecha latinoamericana tampoco es de fiar cuando se erige en adalid de la democracia, pensemos en el PRI o en el peronismo, y el caso es que Zelaya tampoco era un dechado de virtudes democráticas, pero había sido elegido democráticamente, y, salvo el Parlamento en los supuestos graves recogidos en su constitución, nadie tiene poder para quitar y poner presidentes, ni la judicatura, ni el ejército, ni la Iglesia… Lo dicho: un golpe de estado.