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Alaridos de Tarzán

 

No estoy capacitado para definir la nueva variante de la covid, bautizada Ómicron. Como ha venido sucediendo durante toda la pandemia, las supuestas informaciones se entrecruzan y puedes leer una teoría o la contraria, ambas firmadas por prestigiosas lumbreras de la ciencia. El caso es que los contagios se han disparado, hasta el punto de que el organismo dedicado a hacer el seguimiento de las personas infectadas está casi en situación de bloqueo, y no lo digo porque lo haya oído a alguien, sino porque sé de un caso cercano en Tenerife que dio positivo en un test de antígenos en un laboratorio el día 22 de diciembre, se puso en contacto -después de mucha espera con el auricular en la mano- con el número telefónico destinado a ello. Le dijeron que en 24 horas se le llamaría para hacer el PCR, que llamase a su doctora de cabecera, y, por supuesto, que se confinase. En ese momento se desmoronaron sus proyectos de salir de la isla para pasar la Nochebuena y la Navidad con su familia y se quedó aislado.

 

 

Al salir del laboratorio, antes de conocer su positivo en la pantalla del móvil, pensando en que su nevera estaba vacía porque no había hecho compra ya que al día siguiente tomaría un avión, pasó por el supermercado y se aprovisionó, porque estaba solo, ya que su círculo de amigos y conocidos estaba de vacaciones, de viaje o también con covid. Siguiendo las instrucciones, se encerró en su casa, y llamó a su centro de salud en vano. Por mucho que esperase no cogían el teléfono.

 

Pasó el día 23 esperando la llamada al móvil del servicio que tendría que hacerle el seguimiento y llamaba con el fijo (para dejar la línea del móvil libre) una y otra vez a su doctora de cabecera, según le habían indicado. Imposible. Así que pensó ponerse mascarilla doble y presentarse en el centro de salud, pero antes consultó telefónicamente con un conocido que también estaba confinado, y este le hizo abandonar la idea porque le contó que él pasaba por lo mismo y, harto de no tener control médico y de llamar sin respuesta, se presentó en el centro de salud. Allí, cuando contó su historia, el securitas lo echó a la calle con cajas destempladas en medio de amenazas de multa por romper el confinamiento. Así que desistió, y como luego llegó Nochebuena, Navidad y domingo, se armó de paciencia y a esperar. Sí que logró hablar con el servicio covid y le dijeron que lo agilizarían, pero el lunes 27 (que es cuando escribo) no ha sido contactado, no le han hecho PCR y le han dicho a una persona enviada al centro de salud que lo llamarán el martes 28.

 

Menos mal que los síntomas no son graves, pero este caso no debe ser único, a juzgar por las cifras de contagios (especialmente en Tenerife), que no sé cómo las contabilizan, si es cuando el laboratorio lo comunica a los servicios de Sanidad, cuando la persona infectada hace lo propio una vez conocido el resultado o cuando hay PCR “oficial”. Si no tienen controlado al propio infectado, menos lo estarán sus contactos cercanos, que él comunicó en su momento, y ha sido él quien les ha advertido para que se hagan la prueba. Sin contar la ansiedad y la incertidumbre por las que pasan las personas que se quedan solas y aisladas, especialmente en estas fechas, está claro que esta sexta ola la pandemia se le ha ido de las manos al gobierno central y al de Canarias (veo por lo noticiarios que las cosas no andan mejor en las demás comunidades autónomas). Es que ni siquiera se percibe que lo hayan intentado.

 

Lo más triste es que los responsables se dedican a hacer política con minúsculas, culpando siempre a otros. Un ejemplo de ello es la presidenta Ayuso de Madrid, que no se ha quedado blanca ni colorada para echar la culpa a los sanitarios, acusándolos con otras palabras de negligentes. Si un ciudadano corriente lo veía venir desde el Black Friday, el puente de la Constitución y las compras multitudinarias de diciembre (mucho más desde que apareció la Ómicron), la pregunta es por qué a los gobiernos les dio lo mismo, y a vueltas con el ocio nocturno, como si el virus tuviera horario. Digo yo que tocaba prevenir a la población, reforzar los servicios sanitarios, procurar que hubiera test de antígenos en las farmacias y recordar machaconamente que podría venir esta sexta ola. Más política con minúsculas.

 

Es ahora, cuando los contagios se desbocan, se suspenden vuelos porque la pandemia también alcanza a los pilotos de líneas aéreas y el sistema sanitario está contra las cuerdas, cuando se hace una reunión en Madrid que solo manda usar mascarillas en exteriores. Nuestros dirigentes apuestan claramente por la economía y no por la salud y ni se preguntan por qué son tan contundentes en Europa. ¿Es que no se dan cuenta de que sin salud no hay economía? Ya se está viendo con las cancelaciones turísticas. Ahora vienen con el pasaporte covid, que al final de poco sirve porque los vacunados también contagian, y mientras tanto, no se sonrojan al dar alaridos de Tarzán porque el volcán palmero parece que acabó. Ni que lo hubieran apagado ellos.

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Covid, Navidad y confinamiento

 

La soledad no deseada es mala, aunque solo sea temporalmente; si se convierte en permanente es horrorosa. También tiene que ver con cómo uno se percibe, porque se puede estar entre una multitud y sentirse solo. Traigo a cuento esta reflexión porque esta Navidad hay personas con lazos afectivos y posibilidad de compartir compañía, que se han visto condenadas a la soledad por el maldito virus que nos lleva machacando desde hace casi dos años. Y por muy poco navideño que seas, estas fechas invitan a compartir, pero si decretan tu aislamiento, tendrás que pasar ese tiempo en soledad física, porque, afortunadamente, existen medios para estar comunicados con los seres queridos, aunque sea a través de una pantalla o telefónicamente.

 

 

Imagínense a alguien que vive y trabaja en una ciudad que no es la suya. Tiene previsto cruzar el mar y el cielo para pasar la Nochebuena en compañía familiar. De repente, se siente mal, se hace un test de antígenos y da positivo. Tiene covid y ha de quedarse en su casa, solo y confinado. Aparte de que a nadie le gusta pillar un virus del que no se sabe bien de qué va, porque se dicen tantas cosas que al final te confunden, es una faena que te rompan lo que llevabas semanas planificando. Si a eso le añades que, a veces hay fallos burocráticos en el seguimiento y que la cifra de contagios es galopante, puede suceder que pasen cuatro o cinco días antes de que te llamen para hacer el seguimiento, y que los teléfonos covid sean un calvario por la saturación.

 

En estos días, uno se siente inútil al estar lejos y tener las manos atadas para romper a alguien querido esa soledad impuesta por el virus y sufre la impotencia de no poder evitar que sienta el abandono, no sé si por la imposibilidad de atender a los contagios masivos, por la falta de previsión en cubrir unos puestos sanitarios, o quien sabe si por algún error del sistema, que privan a quien está confinado del asidero más tranquilizador que podría romper su soledad: tener información y asistencia. Cinco días son demasiados. Por ello, hoy más que nunca estoy con los confinados por el virus y deseo fervientemente que pronto salgan de esa burbuja obligatoria. Dentro de lo que cabe, Feliz Navidad.

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Bajo y sobre el volcán

 

Parece que el volcán sin nombre de Cumbre Vieja ha entrado en el silencio. Hay que esperar hasta el Día de Navidad para certificar el final de la erupción, pero nunca podemos fiarnos de los procesos de la Naturaleza, pues nos falta aún mucho camino para entender con cierta seguridad su evolución. Si, finalmente, la erupción ha terminado, se abre una nueva etapa. Muy laboriosa, porque hasta ahora la destrucción no daba tiempo a pensar en el futuro. Es la hora de la reconstrucción y es ahí donde queremos calibrar la fiabilidad de las promesas que se hicieron cuando corría la lava.

 

 

A nadie se le esconde la complejidad de la tarea que ahora empieza. Bajo esa lluvia de fuego han ido desaparecido viviendas, tierras de cultivo, bodegas, pequeñas empresas familiares dedicadas al comercio o cualquier otra actividad, servicios públicos y hasta el pueblo entero de Todoque. Donde antes había un barranco por el que discurría el agua de la lluvia, ahora puede haber una montaña, pues hay lugares bajos en los que la altura de la lava sobrepasa los cincuenta metros. Se ha dibujado una nueva topografía, que necesitará un estudio adecuado porque ahora todo puede funcionar de otra manera, y las escorrentías, como la lava, se adaptan a los desniveles de nuevo terreno. Es decir, no se trata de empezar a lo loco, ni tampoco el volcán permite que se haga inmediatamente, pues las coladas pueden tardar meses en enfriarse. Aunque sí hay que agilizar las ayudas -especialmente las donaciones- que ya hay demasiada angustia en las personas afectadas.

 

Desconozco el tiempo que llevará eso que llaman reconstrucción. Tampoco sé si lo que ahora procede es restaurar, reparar, restablecer o imitar lo que había; por el contrario, podría imaginar que la terrible desgracia colectiva que ha afectado a tanta gente se convirtiera en una oportunidad para desarrollar un valle de Aridane pensado para el futuro. Aunque la última opción me parece utópica, pues algo así se predicó al principio de la pandemia sobre las salidas económicas de Canarias, y estamos viendo que todas las fichas que se han movido van hacia el intento de restablecer lo que había antes de marzo de 2020. Ignoro qué se va a hacer en La Palma, pero quiero suponer que los técnicos especialistas sabrán qué y cómo ejecutarlo; eso, contando con que quienes tienen el poder político sigan todos a una, no empiecen a hacer partidismo o crean saber más que ingenieros, economistas, topógrafos y demás especialistas que tendrían mucho -o todo- que decir. Y no sería raro, porque a veces da la sensación de que quienes ocupan un cargo adquieren una especie de ciencia infusa que les permite entender de todo.

 

Urge, sin embargo, una reconstrucción que no admite demoras. Hay miles de personas que han visto desaparecer su modo de vida, su cotidianidad, ya irrecuperable tal como era, sus proyectos personales inmediatos. Ese es el gran desafío, tratar de paliar los efectos psicológicos y sociales en todas las personas afectadas. El temple palmero se ha certificado una vez más, la fuerza de quienes resurgen de sus cenizas (y no es un símil), pero la mente humana es complicada, y tanto en lo personal como en lo social ha sufrido un mazazo. Nada va a ser igual; unos se adaptarán mejor, otros necesitarán mucho apoyo (económico también) y habrá incluso quienes sentirán que, más que una reconstrucción, es un nuevo comienzo, y lo comienzos, que a veces son ilusionantes, son distintos cuando están forzados y no era la línea de cada persona. Ese es un trabajo perentorio, inaplazable; sin embargo, si ya está debilitada la asistencia en la salud mental, una acción como esta no es solo colectiva, necesita de la atención personalizada en muchos casos. Que no es poco impacto que arrasen tu modo de vida, tu vivienda y hasta tus recuerdos.

 

Escribo estas líneas cuando el volcán lleva cinco días silencioso e inactivo. Sería un gran regalo de Navidad que, precisamente ese día, se pudiera certificar el final de la erupción. Es ahora cuando tenemos que seguir hablando de La Palma, de empujar para que lo prometido se cumpla, y que las personas que han sido dañadas por el volcán se sientan arropadas por los habitantes de toda Canarias. Y ojalá la dirigencia política esté a la misma altura en los hechos que en las promesas.