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Colesterol sí, no, quién sabe…

Mi abuela tenía el colesterol muy alto, pero tenía unas costumbres alimenticias que cumplía aunque en ello le fuera la vida. El médico le decía:
«Señora mía, tiene usted que bajar ese colesterol, y para ello olvídese del pescado azul, que es muy dañino, deje de comer sardinas, caballas y longorones. Tiene usted que tomar pescadito blanco, lubina, gallo y cosas así. Tiene que dejar de chorrear las papas sancochadas y las rebanadas de pan con aceite de oliva, ¡es veneno de lo grasienta que es! Y ni se le ocurra comer jamón serrano, y mucho menos ese que llaman ibérico de bellota. Y deje de tomar nueces, que son pura grasa. Comiendo esas cosas terribles está usted viviendo con permiso del enterrador».
vv92.JPGPero mi abuela tenía firmes convicciones, y en asuntos alimenticios era fundamentalista: Que nadie le tocase su lata mensual de aceite de oliva de cinco litros, su paletilla de Salamanca, sus caballas asadas y sus majados de nueces diarias. Las nuevas investigaciones dietéticas determinaron que los «Omega 3» (que no sabemos qué son pero por lo visto son muy saludables) abundan justo en los alimentos que el médico prohibía a mi abuela y ella se empeñaba en consumir diariamente.
Murió la buena señora de años y vida, siempre con el colesterol alto. Si entonces, aún en contra de la voluntad del médico, tomaba justamente lo ahora resulta que es beneficioso, la pregunta que me asalta es: ¿por qué demonios le subía el colesterol a mi abuela, si tomaba preferentemente y a espuertas los alimentos que ahora dicen que lo bajan? ¿Será verdad que lo bajan o dentro de unos años nos dirán otra cosa?

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Cada vez más dependientes

En los años setenta, cuando los ordenadores eran cosa de grandes empresas y funcionaban con abultadas bobinas de papel perforado, se montó una buena carajera cuando el ordenador de una compañía aérea se estropeó, y hubo un caos estimable en los aeropuertos.
energia.JPGHoy, la informática está hasta en la sopa, si usted lee esto es gracias a la informática, y un fallo sería tremendo para cualquier ámbito de nuestra vida cotidiana. Y sucede que, además, la informática y otros artilugios de los que nos valemos, funcionan con electricidad, es decir, dependen de la energía, que puede tener su origen en el viento, en el sol o en el petróleo. Eso nos hace muy dependientes, y en Canarias encima buena parte del agua que usamos también depende de la energía que se consume en las potabilizadoras.
Pero es que nos afecta en cosas mucho más personales. Hace unos días hice una compra de varios productos, intenté pagar con tarjeta y no era posible porque había una avería en la línea suministradora de energía de aquel lado de la tienda y no funcionaba el datáfono. Dije que pagaría en efectivo, y como tampoco funcionaba el ordenador que automatizaba el descuento que se ofertaba, la chica se armó un pifostio de cuentas, porcentajes, sumas y restas y no se aclaraba, porque cada vez el resultado era distinto. Después de mucho bregar pagué, pero me di cuenta de que somos tan dependientes de la energía, las máquinas y las automatizaciones, que a estas alturas se arma un lío cuando hay que sacar un simple porcentaje.

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No nos sentimos seguros

Dicen que hemos perdido mucho en seguridad, y es cierto, porque sólo hace falta mirar cualquier medio para darse cuenta de que el mundo parece a punto de reventar como una aguaviva. No hay espacio en este post para enumerar las docenas de conflictos que hay activos en el planeta, siempre son evocados los felices años sesenta del siglo pasado, que sin duda fueron los mejores de toda la historia en el mundo desarrollado.
DSCN1987.JPGEntonces nos sentíamos seguros, pero no olvidemos que hubo hambrunas en Biafra, que la gente se mataba en Pakistán y Bangla Desh, que Oriente Medio era un polvorín o que América Latina era sinónimo de opresión, con un golpe de estado cada diez minutos (en Bolivia, en 1967, hubo 5 golpes de estado en 6 meses).
Pero en nuestro entorno inmediato nos sentíamos seguros. Cogías una mochila, te subían en un barco hasta Cádiz y luego llegabas a Munich en auto-stop. Hoy nadie se arriesga, ni el de la mochila ni el del coche, porque nadie se fía de nadie. Pero el mundo era muy injusto también entonces, y creo que en lugar de avanzar hemos retrocedido.