¿A qué va a Roma, Presidente?
Señor Zapatero: Una de las bases de la diplomacia y por ende de la política es la oportunidad, y su visita de hoy al Papa es cuando menos inoportuna. En primer lugar, cuando lo urgente e importante es la crisis, me parece una pérdida de tiempo visitar a un líder con una enorme capacidad de influencia que utilizaría para ahogarle aún más, como de hecho lo hace desde sus medios en España. Es verdad que el Papa es un referente espiritual para millones de personas, pero no para usted, y presentarse en el Vaticano es un brindis al Sol.
Hay muchos asuntos en los que La Iglesia y el Estado están enfrentados: aborto, matrimonios de parejas del mismo sexo, enseñanza de la religión, uso del preservativo, experimentos con células madre y por si esto fuera poco el propósito de una nueva ley sobre las relaciones del Estado con las religiones, asunto en el que La Iglesia esgrime la bandera de que el 77% de los españoles se confiesan católicos aunque muchos no practiquen, y esa cifra es la que abandera la jerarquía católica para atribuirse privilegios que no quiere perder. Todo es importante, muy importante, pero estoy seguro de que de esto no se va a hablar en una breve entrevista protocolaria. Y ahora lo que urge es lo material, lo siento mucho, porque las creencias son cosa de cada cual y a los gobiernos les toca lo colectivo. Para remachar, ya estoy viendo los chistes, las viñetas y los chascarrillos diciendo que usted ha ido a Roma a invocar un milagro. Por si le flaquean las ideas como a Juliano el Apóstata al final de sus días, piense, Señor Presidente, que los milagros existen para los creyentes, y, que yo sepa, usted no lo es. No pierda el tiempo en asuntos que encima van a complicarle la vida y de los que España no va a sacar ningún beneficio.