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El Sahara y el cuento de La Lechera

 

 

Por muchas vueltas que le doy, no acierto a entender qué argumentos históricos esgrime Marruecos para acreditar sus derechos territoriales sobre el Sahara Occidental. Mucho menos entiendo esa supuesta jugada del envío de la carta de Pedro Sánchez al rey Mohamed VI, que se muestra no se sabe muy bien si como brillante movimiento de España, pero que enseguida se ve que todo sigue igual y que en realidad es otra inexplicable claudicación ante Rabat.

 

 

Ahora, el pueblo saharaui se encuentra detenido en la zona de Tinduf, donde ocupa campos de refugiados que son su casa provisional desde que, en 1975, tuvieron que dejar su territorio. Después del Acuerdo tripartito de Madrid entre España, Marruecos y Mauritania, España incumplió el punto fundamental, que era permanecer como potencia administradora junto a los otros dos países fronterizos al Sahara Occidental hasta la celebración de un referéndum. España estaba entonces centrada en su propia evolución desde un régimen autoritario a una democracia, y el desierto le caía muy lejos.

 

Después de mucha sangre, demasiadas lágrimas y mucho esfuerzo, se mantiene la esperanza de los saharauis, pero siempre en el filo de la navaja, porque los intereses de las grandes potencias propician la existencia de regímenes autoritarios allí donde haya materias primas, sea petróleo, gas natural o fosfato, y en el Sahara hay de todo eso, además de tener una costa con uno de los bancos pesqueros más ricos del planeta.

 

España fue potencia administradora del antiguo Sahara Español, que es un territorio de 266.000 km2 que ocupa una franja costera del Atlántico en la parte más occidental del gran desierto del Sahara. Las pretensiones marroquíes carecen de cualquier base histórica, porque puestos a ser imperialistas, España tuvo soberanía sobre el territorio desde 1509, Portugal le reconoció el derecho a ocuparlo. Se sabe que Uad Nun fue tributario de Castilla y en Tarudan residía un representante de la monarquía. Más tarde, en 1545, José Sáenz de Urraca fue enviado como Comisario Regio para evitar que los ingleses de Tarfaya establecieran una factoría. O sea, que por historia que no quede, y encima, en 1957, España concedió al territorio el rango de provincia.

 

África fue triste cuando la Guerra de Marruecos, que conocemos en toda su dimensión gracias al novelista Arturo Barea, y mítica cuando los soldados del franquismo iban a hacer la mili a aquel lugar que era el certificado de que España era en verdad un imperio. Y ese aire de África imperial llegó a ser tan español como el Cid Campeador, que, en versos de Pemán, entonces cabalgaba con camisa azul por el cielo ibérico, desde El Pardo hasta Meirás, desde Ayete hasta la empantanada inauguración de Entrepeñas y Buendía. Franco, al revés que Primo de Rivera, nunca cerró una guerra, pero acabó con África, la de los cantares de gesta con gorra azul de regulares o carta blanca sangrienta a los Tercios de la Legión, más suya que de Millán Astray. Mientras Franco agonizaba entre salvajes cuidados, el poder civil se impuso a pesar de su interesada irracionalidad, y la indignidad de unos no pudo arrastrar consigo la entereza de otros.  Unos meses después, el 28 de febrero de 1976, cuando las últimas barcazas militares abandonaron Cabeza de Playa en la costa sahariana de Cabrerizas, el Sol, quizás por última vez, besó la frente del soldado imperial que, disciplinado, digno como soldado pero sabiéndose hombre fugitivo, abandonaba, sin el motín que la rabia exigía, el último suelo que pudo parecer un imperio. Cuando pase aún más tiempo y se agrande desproporcionadamente la Historia, conoceremos si el drama del pueblo saharaui tiene un final honesto, o si para siempre la vergüenza española sigue dando la espalda al sol.

 

Para mayor deuda histórica, hay que recordar que, en 1960, la XV Asamblea General de la ONU aprobó la declaración sobre la concesión de independencia a los países y pueblos colonizados, y en 1966 el Comité de Descolonización plantea la independencia del Sahara Occidental. Un año después, España accedió a organizar un referéndum para la autonomía de la zona, pero el asunto se canceló por las disputas entre Marruecos y Mauritania.

 

Por lo tanto, la zona está abocada a una permanencia de la situación, en la que pierden tanto los saharauis como el pueblo marroquí. A España sólo le quedaría la vergüenza torera de presionar para que no se sigan amontonando planes que van desde Pérez de Cuéllar hasta James Baker, y finalmente todos conducen al mismo sitio: al inhumano e injusto destierro del pueblo saharaui. Pero ahora, tal vez para salvar torpezas circunstanciales, Madrid saca una carta nueva de la bocamanga, una carta que, ya lo estamos viendo, no consigue aminorar los conflictos que se plantean en el argumentario. Si alguien te engaña, es culpa suya, pero si lo hace nuevamente (por enésima vez), es culpa tuya por fiarte de palabras sin solidez, porque, encima, no hay una sola firma de por medio. Vamos, el cuento de La Lechera, mientras Canarias sigue festejando.

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Se nos ha muerto Vangelis

 

Por si ya no nos hubiera quitado bastante, el maldito virus también se ha llevado a Vangelis, que para los setenteros como yo es como de la familia.  Las epidemias también atacan a esas personas especiales que, sin querer o queriendo, pasan a formar parte  de la personalidad la manera de ser y el pensamiento de  mucha gente, especialmente de una generación que se topa con estos gigantes y el mundo al mismo tiempo. Si la tuberculosis se llevó a Chopin en 1849, el cólera a Tachaicovski en 1883 (hay otras teorías hoy imposibles de comprobar) y la gripe de 1918 al pintor  Gustav Klimt,  este mes de mayo de 2022, nos ha arrebatado a Vangelis. En común con los antes nombrados tiene que fueron iniciadores de  profundos cambios en el arte que practicaban, y los que Vangelis creó ya se pudieron valorar en vida, pues es sin duda el gran pionero de un gran cambio en la producción de nuevos sonidos, que hoy son habituales, pero que hace medio siglo eran una rareza o simplemente no existían.

 

 

Vangelis fue uno de los de la avanzadilla de este tipo de música, y  sin duda un genio creativo, como un torrente que no cesa de fluir desde incluso antes de finales de los sesenta, cuando formaba parte del grupo Aphrodite’s Child, con otros griegos exiliados de la dictadura de los coroneles, entre ellos su primo Demis Rousos. Y así ha seguido, creando maravillas como la banda sonora de la serie Cosmos, de Carl Sagan, la pieza Ignacio, que antes fue banda sonora de una película mexicana basada en un cuento de Juan Rulfo. Y así hasta su última publicación en 2021.

 

Pero, ¡ay!, le ha pasado lo mismo que a Cervantes con El Quijote, que ha eclipsado otros grandes libros del gran escritor. En los titulares de estos días, salían siempre las bandas sonoras de Carros de fuego y Blade Runner, como si no hubiera creado otras muchas obras, muchas de ellas verdaderas joyas de un músico heterodoxo y capaz de evocar otras realidades solo con su música. Estas son, por supuesto,  dos piezas extraordinarias, pero no más que China, Spiral o El Greco.

 

La música de Vangelis fue también la banda sonora del descubrimiento del mundo, con sus complejidades y sus interpretaciones. Ahora se lo ha llevado la covid, pero aquí queda como un músico  que influyó de manera determinante en muchos tipos de música electrónica, y no podemos decir cual era su marca porque siempre era distinto e inclasificable.  Estoy seguro que un par de generaciones somos un poco mejores por escuchar a Mike Oldfield, Jean-Michel Jarre y otros exploradores, entre ellos, por supuesto, el gran Vangelis. Gracias.

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El baile de San Pascual

 

Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, en Gran Canaria se seguía una tradición, que era que cada 17 de mayo se festejaba a San Pascual Bailón, un franciscano aragonés del siglo XVI, que pasó gran parte de su vida en la zona de Castellón, y murió en la fecha antes señalada en la población de Villarreal. No es objeto de estas notas hacer panegírico del santo, pero sí que procede comentar algunos detalles, puesto que la vida de un fraile piadoso y luego santificado por milagrero no tiene relación alguna con Canarias, y sin embargo es una referencia etnográfica en varios siglos de nuestra historia popular. Es más, que yo sepa, no hay una sola parroquia, al menos en Gran Canaria, que esté dedicada al santo, por lo que resulta muy extraño y curioso que su nombre forme parte de nuestro folclore con grandes letras, como uno de los principales en el listado de los motivos para celebrar Bailes de Taifas, llamados también Bailes de Cuerda o Bailes del Candil, según en qué isla.

 

Sabemos que San Pascual Bailón se llamaba así por su apellido, y algunos aseguran que cuando rezaba, a veces se ponía tan alegre que se ponía a danzar, y pudiera ser que lo de Bailón fuese por ello un apodo, aunque parece ser que realmente se apellidaba Bailón. Es muy celebrado en Villarreal (Castellón) hasta el punto de que es el patrón de la ciudad, y hay muchas leyendas a su alrededor, y algunas verdades terribles, como que su tumba fue destruida durante la Guerra Civil, y que los vecinos lograron reunir parte de sus restos y algunos elementos de su uso personal en vida que se guardaban, de tal modo que hoy existe una tumba a su nombre con esos restos dispersos, reunidos después de la guerra, y hasta se le ha hecho una gran capilla alrededor de su tumba que fue inaugurada en el Cuarto Centenario de su muerte en 1992, cómo no, el 17 de mayo.

 

Seguramente las hay, pero yo no he encontrado referencias de cómo se llegó en Canarias a instalarse la costumbre de celebrarse un baile de baile de taifas con características especiales cada 17 de mayo, y ocurría en todos los pueblos y caseríos, y hasta en las cuarterías de aparceros del tomate, que venía a coincidir con las últimas recolecciones de la zafra, pues las exportaciones se cerraban el 31 de mayo. Tengo memoria de haber asistido en mi infancia a varios de esos bailes, que eran casi un rito sagrado, que se entroncaba con la religión, con maestro de ceremonias y sacerdotisa, que solían ser en la aparcería el capataz mayor y una mujer anciana con predicamento social, y se celebraban en el almacén de empaquetado. Es evidente que yo miraba desde un rincón, junto con el resto de la chiquillería, pero la solemnidad impresionaba. Todo esto desapareció con la llegada del baile diario de las discotecas y la generalización de las verbenas de pueblo y el nacimiento de orquestas que recorrían la isla, sobre todo en los veranos de las fiestas mayores.

 

Tanto me impresionó aquel rito, que usé ese momento mágico como soporte literario para mi novela corta El baile de San Pascual (2008), y de ella extraigo uno fragmentos para dar una idea de cómo era ese gran acontecimiento social, o al menos como yo lo recuerdo:

 

“…Apenas el sol se hubo puesto detrás de la última cresta del volcán que dormitaba hacia poniente, linternas, hachones y faroles de palmatoria convergían en el baile. No había tanta oscuridad como para llevar lumbre, pero el ir acompañados de una luz también formaba parte del rito. Al llegar al almacén, cada luminaria era colocada cerca del improvisado altar hasta que se consumía el pabilo o se agotaba la pila eléctrica. Era un homenaje a la Virgen de la Candela, junto con la flor que colocaban a los pies del crucifijo. San Pascual Bailón, en su estampita diminuta, se conformaba con los reflejos que le sobraran a Nuestra Señora y el aroma de las giraldas silvestres que se amontonaban ante el Cristo…”

 

“… Hasta las doce menos cuarto era un baile normal: una bandurria, un laúd, dos guitarras y excepcionalmente un acordeón y un violín si había que festejar a San Pascual Bailón…”

 

“…Cuando el capataz sopló la firria metálica que siempre llevaba colgada al cinto como emblema de su cargo, el sonido agudo del artilugio paró en seco a las parejas que bailaban. Cesó la música y los jóvenes se agruparon a un lado de la explanada, frente a donde las muchachas se arracimaban nerviosas. Otra vez Bernardo, en su función de maestro de ceremonias de aquel protocolo, sopló su silbato y los hombres tocados se quitaron el sombrero. Hizo una señal a la anciana para que oficiara de sacerdotisa en aquella ceremonia tan vieja que nadie recordaba su principio. La anciana se acercó al altar en el que ya se habían consumido los hachones, parpadeaban los debilitados voltios de las linternas y permanecían incólumes las llamas de las velas. Se persignó y rezó una oración a San Pascual Bailón. Los hombres se sentaron en la primera fila de las gradas y las mujeres se agolpaban en grupo cerca de la puerta.

 

A un nuevo sonido de la firria del Capataz, la anciana puso una vela delante de la estampa de San Pascual Bailón y le ató un lazo azul en su mitad. Hasta que la vela se consumiera hasta el lazo, serían las mujeres las que sacarían a bailar a los varones. Un nuevo movimiento del arco puso en atención a los tocadores, que esperaban el nuevo pitido de la firria de Bernardo.

 

Púa en mano, el bandurrista miraba al capataz. Sonó por fin la señal y el hueso triangular tremoló sobre las doce cuerdas del punteo. El pabilo ardía; el lazo azul resaltaba sobre el blancor amarillento de la vela. Enseguida entraron las guitarras bordoneando; tipleaba la bandurria; sonaba el laúd en un discreto segundo plano mientras el acordeón llenaba los vacíos con su fuelle permanente. El violín presidía. Ya sonaba la mazurca centroeuropea y aristocrática, aclimatada a la pobreza. Desde que la más decidida sacó a bailar a su elegido, empezó a llenarse la pista de parejas danzando…”

 

Y ese día era siempre 17 de mayo, cayera en martes o en domingo, y San Pascual Bailón se ha desvanecido de nuestras costumbres con el mismo misterio con que apareció.