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Prever, prevenir e improvisar

En las escuelas de Magisterio de antaño, era frecuente escuchar que un buen docente es ante todo un improvisador, y basaban esta sentencia en que siempre se presentan asuntos inesperados que hay que resolver, y hay que decidir en el acto cómo hacerlo. Es evidente que la pedagogía y la psicología del último medio siglo desmienten tal afirmación, si es que ya no lo habían hecho antes grandes figuras de la pedagogía, sin que fueran escuchados debidamente, porque el estudio y la investigación científica van creando soluciones que responden a estas situaciones sorpresivas. Se confunde la improvisación con la creatividad, pues esta responde al asunto concreto y aquella es como jugar a la ruleta rusa.

 

 

Cierto es que hay actividades en las que la improvisación puede ser un valor, como es en los deportes, en los que alguien hace algo que sorprende a los adversarios, porque no viene de ninguna preparación sino del talento del deportista en cuestión, y resuelve en segundos situaciones que ni él mismo es capaz de programar, porque el talento es instintivo. Pero hasta en esos deportes, prever el futuro es importante, porque de una mala planificación suelen venir los fracasos colectivos. Es decir, la improvisación no es buena consejera, y cuando alguien salva un problema haciendo regates a la vida, suele ser un golpe de suerte o bien que sabe mucho y sus enormes conocimientos son en buena medida los que hacen solucionar con seso, aunque aparente una improvisación. Un ejemplo es quien, con tres ingredientes sin aparente relación, improvisa un plato que se puede comer, incluso que esté delicioso. Es que no ha improvisado, ha puesto sus muchos conocimientos al servicio del fogón.

 

En tiempos en que la ciencia ha sobrepasado fronteras antes nunca imaginadas, resulta que quienes dirigen el mundo están dando un recital de improvisación. Ahora el problema es la falta de energía para el invierno por la posibilidad que Rusia corte totalmente el suministro a Europa. ¿Es que a ninguna de todas esas mentes que están detrás de los gobiernos de Europa y Estados Unidos, de la UE y de la OTAN, y que han puesto bastante de su parte para que en Ucrania haya una guerra absurda y dañina, se les ocurrió pensar que con lo primero que respondería Rusia ante el bloqueo de Occidente sería con cerrar el grifo de la energía? ¿Pensaban los inspiradores del Nuevo Orden Mundial que plantarle cara a Rusia (aunque solo sea, de momento, una guerra económica) era tan fácil como quitar y poner gobiernos afines en las repúblicas bananeras o en el desolado continente africano? Y eso que no sabemos muy bien qué fichas mueven India y sobre todo China, porque es obvio que estarán haciendo su juego.

 

Hace casi siglo y medio que se sabe que los humanos hacemos cosas que afectan a la temperatura del planeta, algunas voces pioneras clamaron todo este tiempo por conservar la flora, la fauna, el mar o el paisaje, como Félix Rodríguez de La Fuente, el comandante Cousteau y docenas de personas e instituciones, como en Canarias César Manrique. Y estos cerebritos no leen en el conocimiento acumulado por la Humanidad y no se dan cuenta de que (el refranero dixit) que el mejor profeta del futuro es el pasado. Se han hecho oídos sordos y solo se busca acumular dinero, que finalmente no va a servir para nada. Hace décadas que sabíamos que esto iba a suceder, porque hay datos suficientes para predecir y prevenir. Pero nada se ha hecho, al menos nada sustancial, y sigue el derroche sin freno de los recursos del planeta.

 

No quiero ser pesimista, pero es que con lo que hace y deja de hacer esta fauna me impiden pasar la línea de la esperanza. Ahora son las prisas, y se improvisan medidas, que son necesarias porque hace años que tendrían que haberse tomado paulatinamente. Pero ahora urge por falta de prevención, que no de previsión, porque ya se sabía que esto iba a ocurrir con o sin guerra de Ucrania. ¿Darán abasto los fabricantes para hacer tantas puertas automáticas como se necesitan antes del plazo prescrito? ¿Qué va a hacer el alcalde de Vigo con las incontables bombillas navideñas que ha comprado en los últimos años?

 

Estamos en un momento crucial, y en adelante el uso de la energía va a determinar muchos cambios cotidianos. Por ejemplo, no sería extraño que se volviera obligatorio jugar los partidos de fútbol con luz solar, y evitar encender las fastuosas iluminaciones de los estadios. Y como eso, mil cosas. Así que hay que prever estos cambios y prevenirse para una adaptación razonable. Pero, por favor, no improvisen en Canarias, construyendo un circuito de Fórmula I en Tenerife y un tren en Gran Canaria (al revés, tampoco). Que lo hagan Messi y Cristiano Ronaldo, que es lo suyo.

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El baifo rojo y la eterna siesta

Un conferenciante leía su ponencia en un congreso, a la hora de la siesta y en medio de la desidia de unos congresistas en plena digestión, aturdidos algunos hasta el sueño. El ponente había trabajado mucho y se esforzaba en hacer un buen discurso, pero se daba cuenta de que sus palabras sólo conseguían mecer el sopor de quienes asistían, pero no escuchaban. Estimaba que su parlamento era brillante, pero eso daba igual, pues nadie lo atendía. Como no estaba dispuesto a que su trabajo se fuese por la alcantarilla, paró en seco y declamó como un actor de la vieja escuela: «Hay un baifo rojo en mi maleta». Al escuchar semejante frase, los congresistas despertaron, y no se perdieron ni una sola palabra del resto del discurso del ponente. No sé si porque realmente su ponencia tenía el nivel que él suponía o por complejo de culpabilidad al no haber sido atendida, el conferenciante recibió al final una gran ovación.

En Canarias ocurre algo parecido en el mundo de la cultura. Da igual lo que ocurra, no importa lo que se diga o se haga, la siesta permanece. Al contrario que en el congreso de mi relato, si en maleta hay un baifo rojo, es cosa suya, nadie dirá lo contrario ni preguntará quién lo metió y para qué. Se repite constantemente el mismo sonsonete sobre un limitadísimo número de asuntos, y siempre se dice lo mismo, sin pararse a analizar lo que dicen, que es lo mismo que se ha dicho siempre.

Veamos algunos de estos asuntos. Uno: Canarias es tierra de poetas, la narrativa vino después. Otro: El indigenismo fue una corriente pictórica de gran fuerza en Canarias. Otro más: Tal personaje (léase Galdós, Clavijo, Kraus…) paseó el nombre de Canarias por el mundo. Más todavía: Agustín Espinosa nos revela la obra del pintor Jorge Oramas en su texto Media hora jugando a los dados. Y hay muchos lugares comunes más que se repiten sin filtrar, sobre Gaceta de Arte, Néstor Álamo, Saulo Torón, La Ilustración en Canarias… Inacabable.

De vez en cuando, alguien grita que hay un baifo rojo aquí o allá, es decir, trata de poner las cosas en su sitio, pero nadie despierta de la siesta mecida por «el sonoro Atlántico» de Tomás Morales, esdrujuleador donde los haya, ¡voto a Cairasco! Y nadie dice sí, no, o que caiga un chaparrón. O se despiertan y se dan la vuelta, porque el silencio es el castigo perfecto para quien osa excavar en los cimientos del quiosco que se han montado y que los convierte en glorias imperecederas.

La polémica no existe, y cuando algo lo parece no lo es, porque no se habla de conceptos ni se argumentan razones literarias, artísticas o científicas, se ataca a la persona, como los abogados listillos de las películas americanas para desautorizar a los testigos. Si alguien dice algo consistente, la respuesta no es un argumento en contra, sino una descalificación personal, cuando no un insulto. Y eso no es debatir ni polemizar, es una pelea de portón de sainete zarzuelero.

Y, mira por dónde, hoy traigo unos cuantos baifos rojos: Canarias es tierra de poetas. Sí, pero menos. Hay poetas, pero los grandes no superan en número al de narradores. Con decir Galdós, bastaría para arrasar con sota y mala, pero hay muchos más, y buenos, pero, no sé si porque Valbuena Prat sólo se ocupó de los poetas o porque creen que la narrativa fue inventada en Canarias en los años setenta, se mantiene la sentencia. Y en tiempos recientes, los narradores dan en canal al menos tanto como los poetas. Por seguir encontrando baifos rojos, diré que Pedro Lezcano es muy superior como narrador que como poeta.

En el indigenismo canario no concurren ni uno solo de los preceptos que para tal movimiento se explicitaron en el I Congreso Indigenista, celebrado en Ptátzcuaro, México, en 1941. Hay lavanderas, aguadoras y campesinos, que se parecen más a las figuras de Orozco, Siqueiros y Ribera que a nuestra gente. Y, además, no hay discurso ni propósito. Lo hay después, con Chirino, Millares y Dámaso, pero a estos no se les considera indigenistas.

Tampoco es verdad que los grandes nombres de nuestra cultura pasearan el nombre de Canarias, eso lo hacen los equipos deportivos en sus camisetas, porque la gente es más de donde vive, e incluso de donde muere, que de donde nace. Es que parece que Galdós pusiera en el comienzo de todas sus novelas «soy canario», o que Kraus, antes de cantar Werther en Viena, gritase lo mismo. En cuanto a Media hora jugando a los dados, fue escrito por Agustín Espinosa para Oramas, es cierto, pero habría servido para cualquier cosa. En realidad es un grito. Agustín Espinosa anuncia en el texto que será silenciado, y lo que hizo fue gritar que en el Círculo Mercantil de entonces había un baifo rojo. No es surrealismo, sino legítima defensa.

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¿Qué podría salir mal?

 

El 25 de julio de 1975 se casaba por la iglesia una pareja a la que en realidad los papeles le importaban un bledo. Pero había que evitar contrariedades sociales e incluso laborales, pues en la ocupación docente del novio solían tener problemas quienes no circulaban por el redil establecido por un tipo bajito y antipático que se moriría cuatro meses después. La novia todavía estudiaba. Así que hicieron lo que les pareció más práctico.

 

 

Lo decidieron de golpe, dos meses antes de la fecha, que fue elegida al azar. No recuerdan si fue él o ella quién dijo que lo mejor era casarse y que los dejaran a su bola. El otro o la otra dijo que sí y preguntó cuándo, y la pelota fue devuelta con un «el día de Santiago». Informadas las familias, no se opusieron, ni argumentaron la juventud o las prisas, seguramente porque temían que hubiera gato encerrado, que no había, pero los novios dejaron que eso flotara en los prejuicios de la época y todo fueron facilidades, incluso contar con la iglesia donde celebrar la ceremonia, pues el párroco era hombre de mucha cercanía a la familia de uno de los contrayentes.

 

Suelen guardarse algunas prevenciones, por aquello de la mala suerte, que no debiera tener relación, pero ya dice el refrán que las costumbres se vuelven leyes. Pues se las saltaron todas o al menos las más conocidas. Juntos fueron a elegir y comprar el vestido de novia (el gran secreto) y el traje Gastby del novio (entonces muy de moda por la película de Robert Redford). Se suponía que el novio no podía ver a la novia el día de la boda hasta la ceremonia, pero como había que peinarla a todo trapo, lo hacía una profesional de fuera de la ciudad, y había que llevarla. Se complicó el asunto de los coches, hasta el punto de que fue el novio el que, finalmente, la llevó a la peluquería.  Es decir, contravinieron todas las reglas establecidas: vio el traje de novia en la tienda, vio a la novia (desayunó con ella) y su peinado el mismo día de la boda, y no hay acuerdo sobre si, además de un vestido nuevo y una medalla prestada, la novia llevaba algo rojo.  Además, había una ola de calor desaforada, como la de ahora mismo, ideal para moverse dentro de un traje con chaleco. Con estas precipitaciones, la ruptura de todas las normas y tantos inconvenientes, ¿QUÉ PODRÍA SALIR MAL?

 

Entre otras conculcaciones de la norma, la novia entró del brazo del padrino a los sones del Vals del Padrino (¿qué otro podría ser?) Ni Mendelson, ni Wagner, ni… banda sonora de Nino Rota), y salió ya con el novio mientras su amiga pulsaba en el órgano Candilejas, otra banda sonora, esta de Chaplin. La noche de bodas consistió en irse con un grupo de amigos a bailar canciones de Elvis y Demis Roussos en una discoteca de Las Canteras, hasta que cerraron. Y desde allí, al aeropuerto, en un coche que aquella noche rompió el silenciador del tubo de escape y sonaba directamente como un avión, y si no cayó una multa es porque, a aquellas horas, hasta la policía se había ido a dormir. Insisto, ¿QUÉ PODRÍA SALIR MAL?

 

Hoy, 25 de julio de 1922, siguen haciéndose la misma pregunta, a no ser que las pandemias, los incendios, las invasiones y este mundo de locura tenga algo que ver con que faltara algo rojo en el atuendo de una novia hace 47 años, si es que faltaba, que tampoco se puede certificar. Por eso, sin miedo a supersticiones seculares, siguen encomendándose a Elvis Presley, Demis Roussos y, por supuesto, a Nino Rota y a Chaplin.