La percepción del tiempo
Hablaba hace unos días de la brevedad del mandato de John F. Kennedy y de la estela que ha dejado, y es que la historia tiene esos recovecos, en los que a menudo se esconde la inmortalidad mítica, sin que a veces tenga relación con la verdadera importancia de una trayectoria o su duración. Es la manera en que se percibe y queda grabada para la posteridad. Hay figuras que resultan fundamentales y concuerda su percepción con lo que fueron. Un caso claro es la Reina Victoria del Reino Unido, que estuvo en el trono durante 64 años, probablemente uno de los reinados más largos de la historia, que tuvo su camino en el momento de mayor esplendor del Imperio Británico; otros casos son los de Felipe II, Stalin, Fidel Castro, Franco o el muy especial de Julio César, pilar fundador del Imperio Romano y figura paradigmática en diversos campos de la organización del estado y con treinta años de presencia política en diversos estadios del poder. De todos ellos hay memoria larga, que se corresponde con su presencia histórica y con la huella -buena o mala- que dejaron.
Sin embargo, hay otros personajes cuya incidencia en la memoria es muy superior al tiempo de permanencia y a veces a la obra. El mencionado John Kennedy es el ejemplo, pero hay otros que, si nos paramos a pensar, estuvieron un tiempo pequeño que nos parece enorme, porque son figuras recurrentes una y otra vez, y percibimos de ellas una larga presencia aunque esta fuese corta: Lincoln, Churchill, Azaña… El poder de Napoleón duró 14 años, pero el apogeo de su imperio no llegó a la década. Pero sin duda el caso más llamativo es el de Hitler, y el nazismo fue tan abyecto y su huella sangrienta tan profunda que nos parece que aquello debió durar una eternidad; pues solo duró 12 años (1933-1945), desde su llegada al poder hasta el final de la guerra, y es asombrosa la terrible eficacia de aquella maquinaria del mal. Tiene que ver con la realidad y su interpretación filosófica, pero aquí acaba mi jurisdicción; más allá es territorio de Rubén Benítez Florido.
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Con esa pinta rechocha y fumando un puro, Churchill hoy no saldría elegido ni concejal de Limpieza; en la foto aparece haciendo la V de victoria con dos dedos. Hay una leyenda sobre la utilización con tintes esotéricos de ese signo por parte del Primer Ministro británico… Pero de eso tal vez hable otro día, y del parelelismo que algunos estudiosos establecen entre Julio César y Jesucristo.