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El Lazarillo y la reforma laboral

-Por fin los del Gobierno han hecho esa reforma laboral que tanto predicaban, don Virgilio. ¿Qué le parece a usted, que es tan entendido en esas cosas?
-Que buena no es para los pobres, doña Asunción.
-¿Ya ha leído todo lo que acordaron?
zFoto0155.JPG-No, todavía no.
-Pero, hombre, si no sabe las cosas de primera mano no puede opinar.
-Oí por la radio algo que dijo uno de la patronal, y deduzco que con esto pasa lo mismo que con lo de las uvas en la novela El Lazarillo de Tormes.
-¿Y qué tiene que ver esa novela con la reforma laboral?
-Pues que, en un pasaje del libro, un ciego y un muchacho, que es su lazarillo, comen uvas de un mismo racimo, y al terminar el ciego le dice al chico que éste ha estado cogiendo las uvas de tres en tres. Extrañado, el lazarillo le preguntó cómo, siendo ciego, se había percatado de su trampa. Y el ciego dijo: «porque yo las cogía de dos en dos y tú nada decías».
-Sigo sin entender, don Virgilio.
-Pues verá, doña Asunción: si a los empresarios les ha parecido bien la reforma laboral, yo, como el ciego, no necesito ver más para saber que debe ser mala para los trabajadores.
-¿Y eso lo adivina usted solo porque leyó esa novela?
-Es que, Señora Mía, leer libros enseña a pensar.
-Oiga, don Virgilio; y para saber si mi marido me engaña con alguna pelandusca, ¿qué libro tengo que leer?

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¡Hay que llamar a Supermán!

NOTA URGENTE:
Garzón ha sido condenado. Inhabilitado para los próximos once años
es un obstáculo menos y un aviso a navegantes. A ver cómo lo
explican los que hablan de la imagen de España en el exterior, que se
mesan los cabellos porque los pérfidos europeos no asumen que
España arrase en los deportes y tratan de montar una nueva leyenda
negra. No hace falta, con esta sentencia ya tenemos el cartel
carpetovetónico de siempre. Qué pena.

***

Zapatero era optimista-fundamentalista, pero Rajoy se pasa metiendo miedo, y creo que ni una cosa ni la otra. Al final, son solo palabras y ambos se retratan con los hechos. Hay tres opciones: la primera es que los profesionales de la política y los magnates de los negocios no se han enterado de lo que está pasando en España, lo que determinaría su ceguera; la segunda es que sí lo saben pero son incapaces de actuar, con lo cual serían unos ineptos; la tercera es que lo saben pero no actúan porque a ellos les va bien, y eso los convertiría en cómplices de los que han hecho y hacen malas prácticas en su beneficio llevando con ello a una sociedad al borde del colapso. Ciegos, ineptos o cómplices, lo cierto es que estamos en manos de personas que no están dando las respuestas adecuadas.Todo se resuelve recortando presupuestos públicos, y lo que nos venden es que si hay menos tributación tiene que haber necesariamente menos dinero público. Pero no atacan el problema de raíz, y de esa forma la espiral se va cerrando.
zzsupermmm.JPGEl Gobierno central pretende ahorrar 40.000 millones, que ocasionará una consecuencia de Perogrullo: habrá 40.000 millones menos circulando, con lo que muchos se quedarán sin empleo, e indirectamente bajará el consumo, cerrarán empresas y crecerá el paro por la otra orilla de la ecuación. Ese dinero se podría recaudar de un plumazo solo atacando el fraude fiscal, pero el grande, no el del ciudadano medio al que le envían cartas amenazadoras porque olvidó declarar cien euros que cobró por un trabajo extra. Me refiero al grande, cifrado en la misma cantidad que recortan (otros hablan del doble). Luego están las grandes empresas españolas y extranjeras con gran actividad aquí que por medio de empresas interpuestas en terceros países acaban tributando en paraísos fiscales (o sea, que no tributan); de esa manera, una empresa española que opera también fuera ha dejado de tributar 3.000 millones (de euros), y otra internacional líder en el mercado informático que opera en España una cifra parecida. Luego está la SICAV, depósito de grandes inversores que tributa al 1%, y ni PSOE ni PP osan siquiera mencionarla. Y así muchas. El BCE presta dinero a la banca al 1% y esta, en lugar de hacer circular el crédito lo invierte en deuda pública al 6%. Si hubiera racionalidad y justicia no habría crisis. Pero nadie hace nada, y los políticos lo despachan cerrando más el callejón. Si no temiera que me llamasen paranoico, diría que se trata de un plan diabólico perfectamente diseñado por Lex Luthor, Norman Osborn y el Joker para que volvamos a tiempos anteriores a la Revolución Francesa. No hace falta ser Keynes, Krugman o Nostradamus para advertir que vamos por el camino equivocado, y encima ahora amenazan con una nueva gran guerra en Oriente Medio. Está claro, hay que llamar a Supermán y sus amigos, que ahora andan por aquí en el Carnaval del Cómic, para que pongan orden.

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Juancho, Miranda y Bolívar

No voy a contar aquí la vida de Francisco de Miranda, Juancho Armas Marcelo ha necesitado un libro para hacerlo, y ya es conocida la incansable carrera del llamado Precursor desde su Venezuela natal hasta la tumba colectiva gaditana en la que reposan sus restos. Una carrera hacia la libertad, que transitó con extraordinario protagonismo por el Caribe, la Guerra de Independencia norteamericana, la Revolución Francesa, la corte de Catalina La Grande, el Londres de Pitt el Joven (allí conoció a Bolívar) y siempre España. Miranda es un ilustrado de catón, aunque en su crepúsculo se mueve como un romántico.
Juancho acaba de publicar la novela La noche que Bolívar traicionó a Miranda. He leído críticas, comentarios y reseñas, y salvo el trabajo de Santos Sanz Villanueva, tengo la impresión de que la mayor parte de los críticos siguen tocando de oído porque desconocen la historia de América (o la historia a secas). Domingo Luis Hernández sí ha profundizado más que nadie en esta novela, pero los espacios de los que dispone se quedan cortos para perfilar los distintos niveles y enfoques de una ficción que es hoy más real que lo ocurrido aquella noche de 1812 en el puerto de La Guaira, cuando Francisco de Miranda fue apresado por un grupo militar al frente del cual iba nada menos que Simón Bolívar.
a-bolivar-miranda.jpgDejo por adelantado que la novela se mueve en un vaivén sin estridencias, en una historia que es muy dada a los fuegos artificiales, porque lo que hace el autor es ir a los conceptos, estableciendo una distancia que se manifiesta en los cambios de cada capítulo, como un partido de tenis, saque-resto, Miranda-Bolívar, en el que se enfrentan dos personalidades que persiguen dos cosas distintas, el primero la libertad, el segundo el poder. Miranda enarboló su bandera por medio mundo y la perdió esa noche de La Guaira, y Bolívar logró su trofeo, aunque luego se le fue de las manos como el agua de una canasta de juncos. En el Monte Sacro romano, el que luego sería llamado Libertador sentenció ante testigos: «Juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español». Es este un juramento que cumple, porque dicen que Bolívar no durmió en veinte años, pero en el fondo quería pasar a la Historia como Alejandro Magno, como Julio César, como Napoleón, todos hombres obsesionados por el poder, que a medida que iba llegándole a sus manos los hacía más y más narcisistas y seguramente candidatos a un diagnóstico psiquiátrico poco favorable.
La obsesión de Juancho siempre ha sido la reivindicación de Miranda, pues Bolívar ocupa en la iconografía histórica el lugar que le corresponde a Miranda lo mismo que fue Vespucio quien dio nombre al nuevo continente en lugar de Colón. Así de injusta es la Historia, y como dice Fermín Goñi, entregar a Miranda es la gran e inexplicable mancha que pesa sobre Bolívar. No tan inexplicable, diría yo, pues se explica en la novela de Juancho por la dicotomía libertad-poder; porque quienes persiguen el poder a cualquier precio no se atienen a límite alguno, y Bolívar se llevó por delante a Miranda como Alejandro a su amigo Parmenión y dicen que hasta a su padre, Filipo de Macedonia.
Cuando personajes de este perfil entran en una novela el peligro es que se apoderen de ella. Pero ahí está el pulso del novelista, que no permite que Bolívar supere a Miranda, porque aunque son el haz y el envés de una misma hoja, se trata de darle la vuelta, y eso es lo que hace Juancho en la larga conversación que ambos personajes mantienen. Miranda es como un personaje de novela, Bolívar ansía ser el novelista, el creador, el Magno que quiere su Gaugamela en Carabobo y no en Ayacucho para no darle la gloria a Sucre. Es que entre Miranda y Bolívar hay muchas oposiciones; aparte de la última y conceptual libertad-poder que los define, Miranda es un intelectual que alarga su pensamiento con la espada cuando la acción es necesaria. Y sí que estuvo en muchas guerras, pero no es en esencia un guerrero aunque al final se le anteponga a su nombre el grado de General. Bolívar en cambio es un militar que ve en la espada el instrumento para alcanzar la gloria y el poder, y que sabe que esas acciones deben tener el sostén teórico que le fusila a Miranda.
Por desgracia para Miranda, cuando se habla de él se acaba hablando de Bolívar, porque su idea política de la Gran Colombia viene de su mentor, pero es el mantuano quien la realiza, aunque luego se le diluye como el aguanieve. Miranda era hijo de un comerciante canario y Bolívar procedía de una estirpe aristocrática criolla y blanca, que siempre fue clasista y nunca vio con buenos ojos a los advenedizos que provenían de las clases consideradas inferiores. Llamaban mantuanos a estos aristócratas y pudiera ser que a Miranda le pasara factura, aun después de vencido y muerto, haber comido en la mesa de Washington, Pitt y Napoleón, y quién sabe si haber desayunado en la cama de Catalina de de Rusia sin ser mantuano. Una osadía imperdonable para el hijo de un comerciante, que el criollismo (ya sabemos por aquí de lo que hablamos) nunca le perdonó.
a-Miranda en La Carraca.jpgEscribir sobre novelas de otros es siempre para un novelista una especie de reescritura. Y desde esa condición admiro la prudencia, la frialdad y el oficio de Juancho para no dejarse arrastrar por la historia de conspiraciones mundiales que supuestamente había en aquella época de revoluciones. Me refiero a la pertenencia de Miranda a la masonería. Hay quien lo tiene por introductor de la francmasonería en Hispanoamérica, habida cuenta de que compartió mesa, mantel y batallas con masones declarados (Washington, La Fayette, Potemkin…) Dicen sus biógrafos que de los diez masones que mandaban en el mundo, Miranda conocía a nueve y fue amigo de cinco (no especifican cuáles pero se supone). Y es curioso que luego en Hispanoamérica fueran también masones prácticamente todos los líderes de la Emancipación: Sucre, O’Higgins, San Martín o el propio Bolívar. En los tiempos que corren, cuando las novelas sobre sociedades secretas y conspiraciones esotéricas tienen tanto tirón, lo más fácil habría sido caer en la tentación de hacer una especie de cómic a lo Dan Brown. Juancho se atiene a la Historia, y la francmasonería es un elemento transversal pero no fundamental en el relato, como tampoco se ceba en las muchas historias galantes atribuidas a Miranda. Su propósito es otro, y en mi opinión, lo consigue.