Fe, irracionalidad y pensamiento
Hace unos días, al felicitarme la Navidad, alguien me deseó que le pidiera a Dios que me diera fe. Quien me lo dijo trata de seguir normas religiosas y me resultó curioso que no hablara de pedir la salvación, el perdón de las faltas o algunas mercedes para la vida terrenal; solo había que pedir por le fe, es decir, quienes la poseen tienen que pedir por no perderla y los demás por conseguirla. La fe es la creencia ciega en algo aunque no se comprenda. Larga es la historia de este debate que ha tenido protagonistas muy sonados, desde el pasaje de San Agustín con respecto a la comprensión de la Santísima Trinidad hasta la encíclica de Juan Pablo II, Fides et Ratio, de 1998. Pero ¿cómo se pide adquirir fe en algo en lo que en principio no se cree? Es todo un reto que se interna en la teología, en la psicología y en no sé cuántas disciplinas más.
Por otra parte, hay otros ámbitos de la vida, aparte del religioso, en los que parece que la fe choca frontalmente con lo racional, y hay algunos asuntos que, para mí, tienen que ver con la fe en algo que en principio es opuesto a la racionalidad habitual de quienes se adhieren a ese pensamiento. Uno de ellos es que no consigo entender cómo personas con la sensibilidad y la inteligencia de García Lorca, Orson Welles o Picasso estuviesen tan fascinados por algo tan violento como la tauromaquia. El otro asunto es el del apoyo incondicional de personas también inteligentes y luchadoras a regímenes y doctrinas que son el reverso de lo que incluso reflejan en sus obras, como ocurrió con Pirandello y el fascismo italiano, Sartre y Simone de Beauvoir con el maoísmo o García Márquez con el castrismo. Han visto con sus propios ojos qué es lo que sucede con estos regímenes y siguen apoyándolos. Debe ser cuestión de fe, por eso cada vez que tratamos de reflexionar sobre algo nos alejamos de una creencia ciega. Esta es una de las aristas del ser humano que más inquietud causa, porque cuando hay fe ciega en algo debe ser que no se ve más allá. A estas alturas ni siquiera sé si eso es bueno o es malo.
Feliz Año Nuevo.
chillones bailando una especie de ruido que por su pretendido erotismo combinado con la edad infantil de las danzantes resultaba…vamos a llamarlo interesante. Todavía perplejo por la visión, entré en el CAAM casi pidiendo refugio, y me encontré con una exposición que los cursis llamarían magna, tanto por su impacto como por sus dimensiones y el número de obras expuestas. Se trata de la muestra que actualmente ocupa tres plantas completas, del pintor Fernando Álamo, uno de nuestros artistas plásticos con mayor talento y que sigue en plena creación. La obra de Fernando Álamo siempre impresiona, por la rotundidad de su discurso, que en esta ocasión se compone de varias secuencias de su obra en los últimos años. Flores, rinocerontes o mariposas no son lo que aparentan ser, y al mismo tiempo no lo parecen a primera vista pero luego aparecen envolviendo al espectador. Aturdido por el demoledor impacto creativo del artista, temí salir a la calle porque entonces ya no habría podido soportar aquello de antes de entrar. Por fortuna, ahora fue más fácil atravesar en sentido contrario la Plaza del Pilar Nuevo, envuelto en los Aires de Lima de un grupo folclórico que, para mi sorpresa, hacía las delicias del mismo público que aplaudía con entusiasmo el anterior espectáculo. Que era sin duda un público ecléptico y tolerante debía estar pensando, con su legendaria carga de sarcasmo, la estatua de Néstor Álamo que vigila el paso junto a la esquina del edificio de la Casa de Colón. En realidad, nunca hay rutina si anda el arte de por medio.