El peligroso uso de la ironía

A la hora de escribir un artículo o un post para el blog, empleo distintos tonos. Generalmente hablo en tono medio, con granitos de esto y lo otro. A veces escribo desde la indignación y uso un tono muy duro, pero estas son las menos, porque creo que se pueden decir las cosas sin llegar a un lenguaje excesivamente agresivo.
cumbres].JPGY luego está la ironía, que desde el punto de vista literario es una atalaya que ayuda a guardar las distancias. En los artículos se refiere al lenguaje puro y duro, y es desde luego mi territorio preferido en estos espacios cortos, incluso llevada a extremos que rozan el sarcasmo. Y se me dirá que no la uso demasiado o que escasas veces piso a fondo el acelerador.
Es cierto, y esto sucede porque es un terreno muy peligroso. Si académicamente se entiende por ironía dar a entender lo contrario de lo que se dice, ocurre que a veces puede que se entienda literalmente. Puede ser porque el lector esté espeso ese día y no capte el matiz, o bien por un defecto en la construcción del discurso, porque al tener que funcionar como una máquina sincronizada, cualquier omisión, error o incorporación no deseada puede llevar al lector a confundirse.
Todo esto viene porque ayer leí en el Canarias7 que detuvieron a unos salteadores de caminos a los que se les incautaron dos armas de fuego falsas. Traté de ironizar sobre los asaltos a las diligencias del Oeste o el bandolerismo de Sierra Morena, diciendo que lo de estos bandoleros actuales era una chapuza, pues ya ni los salteadores de caminos son lo que eran. Al leerlo, me di cuenta de que alguien podría entenderlo como apología de la violencia, y opté por dejarlo y aplicarle la misma receta que suelo usar sin excepción: no usar ni una brizna de ironía cuando hay dolor, abusos, discriminación o sufrimiento de cualquier clase, y creo que las víctimas de estos asaltos deben haberlo pasado muy mal, e incluso pueden tener secuelas en el tiempo.
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La foto pertenece al archivo de la Fedac.

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