DOMINGOS IMPOSIBLES (XIII)

De Tony Curtis a Clint Eastwood
La mayor parte de las carreras cinematográficas son realmente curiosas, por distintas razones. Ha habido actores que han comenzado de manera fulgurante y luego desaparecieron, como es el caso de Sue Lyon que arrasó en el papel de una Lolita adolescente, o Nacy Kwang, la enigmática oriental que nos subyugó en El mundo de Susy Wong.
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A menudo nos preguntamos qué fue de ellas, porque es como si se las hubiera tragado la tierra, y la pregunta se alarga al pensar si mitos como James Dean se habrían mantenido en la cima de no haber muerto prematuramente. Porque hacer una carrera arriba continuamente, como Brando, Newman o Katharine Hepburn no es fácil, puesto que estamos viendo cómo se han desinflado en los últimos años actores que iban para mitos como Robert de Niro o Al Pacino. Sólo Jack Nicholson y Meryl Streep siguen tan potentes como hace 30 años, siempre arriba.
Uno de los casos más negativamente curiosos de Hollywood es el de Tony Curtis. Comenzó su carrera dando la talla de gran actor, con registros dramáticos muy poderoso en películas como Espartaco, Winchester 73 o El rostro del asesino, y dando recitales cómicos en películas tan inolvidables como Con faldas y a lo loco. Curtis era una estrella, y lucía en películas tan pintorescas como La mula Francis. Aparte de estas, hay un ramillete de excelentes actuaciones en películas importantes, pero a mediados de los sesenta, cuando estaba en la cresta de la ola, empezó a elegir mal sus papeles, a meterse en proyectos raros y a hundir literalmente una de las carreras que iba a la par de figurones tan indiscutibles como Jack Lemmon.
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Por el contrario, una de las grandes sorpresas positivas ha sido Clint Eastwood. Un sorpresa relativa, porque, desde que comenzó a dirigir películas desde su productora Malpaso, empezó a verse su talento como contador de historias, su adscripción al clasicismo y su ascenso en la consideración entre los grandes nombres de Hollywood. Empezó con personajes y películas de escaso calado, si bien su colaboración con Sergio Leone en los spaguetti-western rodados en Almería le dio cierto caché de guaperas duro, que no anunciaba llegar mucho más allá que un Burt Reynolds cualquiera. Incluso cuando encarnó al impresentable personaje de Harry el Sucio nadie daba un dólar por su proyección.
Pero nos equivocamos, y desde la dirección ha construido una de las carreras más importantes de las últimas décadas. Habíamos visto su talento desde el principio, que incluso logró imponerse cierta eficacia de actor cuando se autodirigía. Debió aprender de Robert Mitchum que la poca gestualidad puede ser un arma expresiva, el menos-es- más se hizo su bandera. Se consagró en Sin perdón, y luego son innumerables las buenas películas salidas de sus manos, convirtiendo una posible cursilería como Los puentes de Madison en una obra maestra, haciendo películas tan especiales como Medianoche en el jardín del bien y del mal, y luego Million Dollar Baby, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima…
Hace treinta años, nadie lo hubiera sospechado, es como si hoy nos dijeran que Steven Seagal se convertirá en un John Huston. Lo de Clint Eastwood es increíble. Increíble y magnífico.

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