Desde siempre ha habido relaciones entre los intelectuales y el poder, cualquier poder. Los escribas egipcios, los dramaturgos griegos y los petas y filósofos latinos tuvieron una relación cercana al poder, cuando no eran el mismo poder como Julio César o Marco Aurelio.
El Renacimiento y el Barroco fueron posibles a la sombra de poderes civiles, reales o eclasiásticos, y sólo empieza a hacerse más libre la creación después de la Revolución Francesa, aunque el poder siempre ha querido tener a su lado a los artistas, o los ha perseguido cuando el poder ha sido totalitario y estos se le oponían.
Esto viene a cuento por la sentencia de muerte que la Camorra napolitana ha decretado para el escritor Roberto Saviano, por haber desvelado en su libro Gomorra los más oscuros secretos de esa mafia sureña que condiciona la ciudad de Nápoles y toda su comarca. Saviano anda escondido, pero matar es fácil, y cada uno tiene el miedo que quiere o puede soportar. Depende del carácter de cada cual, pero hoy Saviano, como ayer Pamuk, Gelman y tantos otros, nos dicen con su actitud valiente que ser un escritor de verdad es mucho más que escribir bien.
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