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Buen viaje, don Manuel

 

Se nos ha ido el gran poeta Manuel Díaz Martínez a los 86 años de edad y un mundo a sus espaldas. Nació y vivió en Cuba hasta que su deseo de libertad chocó con los límites de un régimen castrista, que él apoyó de buena fe, pero se le cayó la venda de los ojos en aquellos años del famoso Caso Padilla, convulsos y terribles. Después vino un largo exilio físico, porque sentimentalmente él nunca se fue de Cuba, que encontró puerto en otra isla, Gran Canaria, donde lo hemos disfrutado desde 1992. Por ello creo que también se va con él una parte de la poesía canaria, y de la literatura en general, a la que tanto aportó desde su atalaya humanística de talento, sencillez y generosidad, pues su casa y su corazón siempre estuvieron con la literatura que se escribe aquí, tratando con igualdad y generosidad a las nuevas voces que han ido surgiendo.

 

 

Hoy es un día de luto literario para Cuba y para toda la literatura en español, y por lo tanto también para Canarias, especialmente Gran Canaria, su casa. Cuento por docenas las lágrimas de tristeza que su partida deja en esta isla porque se ha ido un gran hombre, un gran poeta y para docenas y docenas de nosotros, un gran y queridísimo amigo. Porque don Manuel, como solíamos llamarlo más por el respeto que por la edad, estaba siempre atento y dispuesto a entregarse, y el inmenso cariño que cosechó se lo ganó a pulso, siempre con la sonrisa y el sentido del humor por delante.

 

Era un hombre aparentemente silencioso y afectivamente muy discreto, pero, cuando hablaba, sus palabras derrochaban alegría y conocimiento, porque era un sabio, con una memoria rica y lúcida, y supimos por él mucho del gigante Lezama Lima, de Carpentier, de Eliseo Diego, del Indio Naborí, de Dulce María Loynaz, de Carlos Puebla o de Gutiérrez Alea. También supimos de Fidel, y de los transeúntes inolvidables con los que compartió afectos, conversaciones y anécdotas, cuando estos visitaron Cuba o cuando él salía al mundo: García Márquez, Cortázar, Zurita, Cadenas, Parra, Paz o el inefable Jorge Luis Borges. Era como un oráculo infalible y un sabueso que olfateaba el talento, como demostró sobradamente en sus más de treinta años como canario.

 

Hace unas semanas le rendimos un merecido homenaje en Las Palmas de Gran Canaria, y allí pudimos verlo siempre en plenitud intelectual hasta el último instante. Por esas mismas fechas, compartí una velada con el Club de lectura del TEA, en Agaete, que había leído una de mis novelas. Mi gran sorpresa es que don Manuel estaba allí, para acompañarme, un acto de amistad y generosidad que siempre le agradeceré a unos de los grandes poetas de nuestra lengua. Amigo hasta el final, y mío lo será hasta el final de mi singladura y más allá.

 

Para dar una idea de la dimensión intelectual y humana de Manuel Díaz Martínez, contaré una anécdota que muestra la grandeza de su sencillez y su generosidad. Quien esto escribe, hacía de presentador del magnífico libro Leer a Borges del joven y brillante escritor Rubén Benítez Florido, gran conocedor de la obra del maestro porteño. Al fondo de la sala estaba Manuel Díaz Martínez alimentando su curiosidad por los libros y por los más jóvenes. Al verlo, me sentí pequeñito, porque allí estaba en silencio alguien que nos daba diez vueltas sobre Borges. Con algo de atrevimiento, lo invité a que se sentara con nosotros en la mesa. Accedió y le cedimos el centro, y tanto Rubén como yo procuramos hablar lo menos posible, porque habría sido un despilfarro ocupar el lugar de sus palabras. Desde su humildad, pero también desde su sabiduría, recibimos una lección magistral sobre el autor de El Aleph. Fue una noche inolvidable, como muchas de las horas que compartimos con el maestro que ahora emprende la marcha y que deja detrás una isla llena de afecto y agradecimiento que completaremos con su poesía. Buen viaje, don Manuel.

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