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Sobre la verdad

 

Si tratamos de desentrañar en profundidad un término tan común como la verdad, nos saldría un tratado polidimensional y sobre todo, enorme. La Rae, sin embargo, en su primera acepción, lo resuelve en un renglón: conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Es decir, lo que fuere que definamos ha de estar de acuerdo con lo que de ello se piensa, con lo cual la propia definición encierra una gran contradicción sobre el significado de una palabra que, muy a menudo, aunque sea algo esencial, se ve según la mente que lo piensa. De ahí que últimamente se usa mucho la expresión “mi verdad”, y realmente es así, porque las cosas son para cada uno de la manera que se ajustan o divergen de su manera de pensar.

En estos tiempos de angustia y turbulencias, asombra que haya quienes se olviden del asunto básico y se vayan por las ramas de pretensiones, que, siendo legítimas, en este momento lo único que hacen es distraer del problema común que a todos nos atañe. Y se juega con el concepto verdad, que si ese oculta, que si aquella exagera, que si este miente directamente. En este juego se echan pulsos incompresibles, porque creo que habría que estar remando junto a quienes se supone que tienen que llevar la nave a puerto.  El problema es que unos dicen que los otros no se suman y los otros que los primeros no cuentan con ellos. Ante versiones tan opuestas, me pregunto cuánto de verdad hay en cada una de ellas. La ciudadanía debe confiar en sus dirigentes, pero estos, ocupen el lugar que ocupen en el juego político, tienen que estar a la altura del interés general, y este ahora mismo no es otro que tratar de salir  de este laberinto.

En estos momentos, hay visiones diversas. Una es que hay que velar por la salud a toda costa; otra que hay que ir reactivando la actividad porque eso puede causar más problemas de todo tipo que el propio virus. Y ambas ideas tienen sentido, por lo que lo lógico es que las dos se combinen con el máximo cuidado, porque precisamente ahí no hay una verdad absoluta e inamovible. En la búsqueda de soluciones tendría que haber un diálogo abierto para alcanzar acuerdos que traten de conjugar todas estas premisas. En estas condiciones, se puede cometer errores, pero lo que no se puede es imponer por un lado o tratar de destruir por el otro. Eso es lo que crea angustia a la ciudadanía, más que el confinamiento. Y sobre todo, se necesita claridad.

Luego está la gente. Si la política, la empresa y las finanzas tienen una gran responsabilidad y existe la necesidad imperiosa de que se entiendan, la ciudadanía debe cumplir su parte, que no es poca. Ya suena como un mantra que en estos momentos la mejor vacuna es seguir las normas higiénicas y de distanciamiento físico, que no social. Exigimos a quienes están en el puente de mando que cumplan con su deber mirando por toda la gente, pero también debemos exigir a las personas que no se salten las indicaciones, porque entre todos hemos de salir de este mal sueño. Las personas también tienen una gran responsabilidad, como individuos y como grupo social, y es misión de todos que cada uno haga exactamente lo que debe y se abstenga de lo que no debe. Y como estrambote, que empiecen a aparecer en las farmacias o donde sea las mascarillas, los guantes y el alcohol que se necesitan para hacer las cosas bien. Esa es la única verdad que ahora nos vale.

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