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La técnica del ensayo y error

 

Me sentiría como un prepotente si dijera que, en todo este embrollo, no comprendo esto o lo otro, porque estaría dando a entender que son solo esas cosas las que ignoro. Pero la verdad es que no consigo hacerme un mapa de la situación, porque tampoco descarto la posibilidad de que lo que vivimos no sea más que un mal sueño. Fuera de la puerta de nuestra casa, nada funciona con la lógica normal, incluso las lógicas equivocadas o contrarias a nuestro parecer. Es por ello que tampoco alcanzo a comprender cómo hay tanta gente que trata de aprovecharse de una calamidad tan tremenda.

Hay detalles, sin embargo, en los que sí tengo criterio, seguramente porque se trata de asuntos que pueden ser enjuiciados con aquella lógica que parece haberse esfumado. Uno de ellos son las ruedas de prensa y las comunicaciones públicas que dan los responsables gubernamentales que están al timón de la lucha contra la pandemia. En mi opinión, los mensajes de los dirigentes tendrían que ser más cortos y directos, porque a la ciudadanía lo que le importa son las instrucciones concretas, sin esos largos párrafos discursivos que nada añaden a los datos. Tampoco entiendo que en el Congreso se eternicen las intervenciones. El Parlamento es el templo de la soberanía popular, no un karaoke en el que van a escucharse a sí mismas las personas que ostentan nuestra representación. Plenos de horas y horas en los que cada cual repite siempre su misma cantinela, que por otra parte nos interesa muy poco cuando lo que está en juego es la salvación de muchas vidas humanas.

Y en esta tendencia incurre también el Presidente Sánchez. Una y otra vez repite los mismos lugares comunes, que se supone alguien le ha preparado, pero que agotan por su obviedad. Es cierto que siempre aparece para informar de algo nuevo e importante, pero para eso no es necesario dar tantas vueltas, porque al final, salvo el titular y cuatro normas básicas, lo demás hay que ir a buscarlo al Boletín Oficial del Estado. Cierto es que la ciudadanía ha de estar informada, pero no que cada día haya una inacabable comparecencia de personas que alargan sus palabras hasta el cansancio. Debo suponer que, con tantos especialistas y asesores, esta manera de comunicar responde a una estrategia determinada, pero, en mi modesto parecer, si fueran más cortos y no mareasen la perdiz, se ganaría en claridad y aumentaría la confianza.

En estos días ha habido división de opiniones sobre la vuelta al trabajo en las actividades no esenciales que fueron paralizadas hace dos semanas. Doctores tiene La Iglesia, que dicen en mi pueblo. Hay países, como Suecia, en los que no se han tomado medidas drásticas en cuanto al confinamiento y la paralización de actividades y sus números no son peores que los de otros estados en los que se ha detenido en seco toda actividad no esencial. Luego hay países en los que ha habido distintas maneras de afrontar la situación y resulta desconcertante ver cómo propuestas iguales dan resultados diferentes. Se habla de maneras de ser de los pueblos, pero yo me niego a creerlo, sobre todo en un asunto de esta gravedad. Hay quien asegura que China miente con sus cifras, y luego llegan informaciones que hablan maravillas de lo bien que lo han hecho Corea, Singapur, Japón o Eslovenia, mientras que en otras se dice que también mienten. Es decir, la vuelta a la calle de millones de personas en España ¿es un acierto o  un disparate? Quiero pensar que quienes están al mando y sus asesores científicos saben lo que hacen, y tampoco sabemos hasta qué punto el temor a las consecuencias económicas de la paralización total de la actividad ha influido en algunas decisiones, o vaya usted a saber qué presiones se han generado. Supongo que, como en todo asunto científico, la técnica que se aplica es la del ensayo y error.

El caso es que estamos viviendo en una especie de burbuja en la que siempre están las expectativas de que funcionen los ensayos clínicos con distintos antivirales que mitiguen los efectos de la enfermedad y, en última instancia, se pueda obtener una vacuna que nos libre de esta amenaza. Estoy convencido de que la habrá, porque será, además, el negocio del siglo. Esa es la gran esperanza. No hay que desfallecer.

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