Suele decirse que la obsesión por la imagen es propia de nuestra época y que muchas personas venderían su alma por una foto en un periódico, unas imágenes en televisión o aparecer en una película, sea ficción o documental. Es cierto que ahora hay tecnología doméstica que permite resultados de mucha calidad y al alcance de cualquiera (el modo de usarlo es otra cosa), pero la idea de quedar representado es tan vieja como el ser humano sobre este planeta. Para no dilatar la lista, basta solo ver las mil forma de perpetuación que ha habido durante milenios, cierto que solo al alcance de los más poderosos, por medio de esculturas, bajorrelieves, pinturas y todo tipo de imágenes. Hasta en las pinturas rupestres el hombre se representó a sí mismo, así que no es una afición que haya nacido de los móviles. Cuando nació la fotografía, se convirtió en rutina y ya con la imagen en movimiento es casi la constatación de la prevalencia social, aunque esto podría discutirse sobre todo en la televisión. En los albores del cine, los Hermanos Lumiére mandaron camarógrafos a rodar por todo el mundo, y hay imágenes documentales de casi todo desde hace más de 120 años.
La demostración de que el gusto por perpetuarse en imágenes en movimiento nació casi a la vez que el cinematógrafo es el hecho cierto y contrastado de que la batalla de Celaya, que tuvo lugar en 1915 y fue una de las más decisivas de la Revolución mexicana porque significó la derrota final de Pancho Villa, fue rodada por camarógrafos llegados de Estados Unidos, detrás de los cuales estaba el magnate de la prensa William Randolph Hearst. El famoso ejército de Villa tenía como una de sus fuentes de financiación a las incipientes productoras del aun más incipiente Hollywood y las grandes empresas periodísticas; muchas batallas se coreografiaban pensando en la filmación, siempre buscando sacar buenos planos del general Villa en pleno combate. Muchos achacaron la derrota de Villa a que estuvo más pendiente de las cámaras que del enemigo, y a partir de entonces dejó de tener peso y cambió el sentido de la guerra. Lo de Pancho Villa era un documental, que acabó mal, pues el general del Norte perdió su única batalla, la definitiva. Por miedo a que se levantara en armas de nuevo, fue asesinado el 20 de julio de 1923. Le cortaron la cabeza, y el rumor más insistente es que se la llevaron como trofeo a su antiguo cliente W.R. Hearts, en el que se basaría Orson Welles para su Citizen Kane. Está claro que esa pasión por salir en el cine no es exclusiva de Pancho Villa, que sin duda era un megalómano, pero ¿cuál de estos personajes no lo es? Aunque claro, Villa es casi un disparate, porque, para que hacernos una idea, se le documentan 23 esposas legítimas y más de dos docenas de hijos, aunque hay historiadores que aseguran que se casó 75 veces (medio estado de Chihuahua debe ser descendiente suyo). Está claro, Pancho Villa creía fervientemente en el matrimonio y en el cine. Por cierto, su cabeza aun no ha aparecido.
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