Para entender la fuerza con la que irrumpió la novela Cien años de soledad en la literatura, la cultura y la sociedad, situémonos en la primavera del año 1967, cuando un inquieto periodista colombiano, Gabriel García Márquez (Gabo, rebautizado en la redacción del diario El Espectador de Bogotá), con cuarenta años recién cumplidos, autor anterior de algunos relatos y unas pocas novelas cortas de cierto éxito, logró que Editorial Sudamericana de Buenos Aires publicase un texto que ya había sido devuelto por otras editoriales. Se cuenta que el escritor argentino Miguel Mujica Láinez, entonces la estrella de la editorial por el éxito de Bomarzo y otras novelas, creyó en el libro y presionó para que viese la luz. Lo que ni los más optimistas esperaban es que los 8.000 ejemplares de la primera edición de una novela de autor desconocido en Argentina se agotaran en una semana.
Unos meses después, en el verano decembrino de Buenos Aires, Gabo, novato en el papel de estrella, fue invitado con su esposa Mercedes Barcha a un palco para ver una representación de ópera en el Teatro Colón. Cuando su figura se hizo visible para el público, el teatro se puso en pie y estalló una ovación atronadora, inacabable y sorpresiva, porque estas manifestaciones espontáneas y entusiastas raramente se dan alrededor de un escritor recién llegado, y en todo caso ocurren ante una figura muy consagrada por una larga trayectoria y que ya está en la historia. Según confesión del propio Gabo, ese día sintió emoción agradecimiento y sobre todo miedo, porque se dio cuenta de que había sido el artífice de algo que sobrepasaba todas sus expectativas y que no sabía cómo explicar.
Hay algunas obras literarias que son mojones en el camino, de las que se dice que dividen las aguas y se convierten en fuentes de las que bebe toda la cultura, pues trascienden el hecho literario. Desde La Divina Comedia a Las flores del mal, conforman esa imaginaria lista títulos como El Quijote, Hamlet, Moby Dick, La metamorfosis y toda la poesía de Emily Dickinson; hay más, por supuesto, pero no demasiados, porque el status de libro sagrado sobrevuela estilos, movimientos y hasta la propia literatura; aparte del talento de sus autores y los elementos técnicos perfectamente explicables, hay muchos otros factores azarosos que determinan esa consagración suprema, y coloca a esas obras en el inalcanzable anaquel en el que están El Cantar de los cantares o Las mil y una noches, que son a la vez literatura, mito y a veces religión. La novela Cien años de soledad es uno de esos libros.
La sacralización de estas obras se va produciendo a través del tiempo. Suelen pasar décadas e incluso siglos hasta que se establece que una obra literaria es un faro insoslayable. Con Cien años de soledad no hubo que esperar, en semanas ya se intuía que la novela era un acontecimiento que no iba a detenerse en fronteras de espacio ni de tiempo. Era un sentimiento general, pues aunque la obra había sido saludada con entusiasmo por algunos críticos y escritores, esas opiniones especializadas apenas habían llegado a los lectores. Era la propia novela, que vendía una edición por semana y se extendía a todo el territorio de la lengua, la que había trasladado a la gente la certeza de que no era otra buena novela más. Si acaso puede comparársele en la inmediatez de la consagración mítica El guardián entre el centeno, aunque solo aplicable en esta dimensión a Estados Unidos, pues en el resto del mundo solo es una buena novela más.
Cierto es que, de vez en cuando, surge alguna voz que disiente, que trata de minusvalorar una obra maestra; suelen ser los predicadores de no qué modernidad (por cierto inventada por Sófocles hace 2.500 años), que en aras de esas iglesias de las que tratan de erigirse en sumos sacerdotes son capaces de negar el talento de Velázquez, Mozart y María Callas sencillamente porque suenan demasiado. Es lo rebuscado e ignoto lo que aplauden, seguramente porque se les parece. Negar una novela como Cien años de soledad resulta inútil. Es la fascinación por las respuestas imposibles.
(Principio y final de la primera edición en España de Cien años de soledad. Aunque finalmente se sabe que GGM nació en 1927, en la nota biográfica que hay al final de la novela aparece 1928 como año de nacimiento, que se repitió en la solapillas de sus libros durante décadas, y es curioso que un error tan evidente no fuese corregido antes).
Y siempre me hago las mismas preguntas porque sigo desconociendo las respuestas: ¿Qué demonios tiene entonces Cien años de soledad que la hace especial y la convierte casi en un libro sagrado a los pocos meses de su publicación? A pesar de que la novela carece de deslumbrantes características diferenciadoras que son propias de las obras que dividen las aguas, marca un hito, es un faro en el océano de la cultura que hace que nada sea igual después de su publicación. Se trata de una novela escrita sin miedo, en la que hay lluvias de flores, asunciones al cielo en cuerpo y alma, niños que nacen con cola de cerdo, hombres comedores de hormigas, un anciano con la fuerza de veinte jóvenes que sin embargo no puede romper una cadena que le tiene atado a un tronco, una protagonista que vive un tiempo indeterminado pero que debe sobrepasar el siglo con creces, un diluvio que dura casi cinco años… No hay miedo porque el pasado se repite en el presente y el futuro es previsible porque ya ocurrió. El tiempo no existe, está congelado, o es circular, o es lineal, o…También es verdad que la exageración se vuelve normalidad en la narración, todo es muy lejos, muy grande, muy lluvioso, muy violento, muy tremendo. Creo que Cien años de soledad tiene algo de esotérica, pues es inaprehensible, inalcanzable, y a la vez cercana y casi familiar. Algo así como los relatos bíblicos en los que Sansón arranca las puertas de la ciudad o el profeta Elías se marcha al cielo en un carro de fuego.
(Este trabajo fue publicado en el suplemento cultural Pleamar del periódico Canarias7 el domingo 11 de junio).
El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.
En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.