La denuncia del silencio

En los últimos días, se ha hablado insistentemente del poeta canario Félix Francisco Casanova, fallecido prematuramente en 1976 a los 19 años. Autor de varios poemarios y de una novela, El don de Vorace, que ya es un título de culto, se insiste en la genialidad de su propuesta literaria, algo que siempre se valoró pero que quedó como proyecto inconcluso porque la muerte llegó de golpe. Se dice ahora fuera de Canarias que el joven poeta isleño es un nuevo Rimbaud, y es una alegría que se rescate su obra, pero hace que pensemos en la inconsistencia y en la mezquindad de algunas sociedades, que buscan a destiempo lo que no pudo ser, seguramente como nostalgia de lo no vivido, que es una idea recurrente en la obra de poeta muerto.

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Y me pregunto si en la consideración -cuando no mitificación- de una obra artística y de quienes la crearon influye el hecho de morir joven. ¿Tiene eso que ver con las leyendas de Emily Brönte, Jim Morrison, Janis Joplin o Jimmy Hendrix, que cerraron antes de los 30? ¿Pesa en ello el suicido, como en los casos de Virginia Wolf, Alejandra Pirzanik, Silvia Plath o David Foster Wallace? ¿Tiene algún significado en la valoración posterior la muerte violenta de mitos como Roque Dalton, García Lorca, John Lenon o Víctor Jara? ¿Se castiga a quienes no tuvieron el buen gusto de morirse a tiempo? Todas estas preguntas surgen un poco al azar, porque para mí no hay dudas, cada uno de los nombres mencionados forma parte de mi galería de imprescindibles. Félix Francisco Casanova es posiblemente el ejemplo más palpitante, no llegó a cumplir 20 años, y ahora su voz, cuarenta años aletargada en el silencio pertinaz del alisio, surge furiosa de entre los muertos y arma vuelo alto y lejano como denuncia de que algo seguimos haciendo mal en estas islas. Lo peor sería que no fuese por torpeza.

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