Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan Rulfo nació en Sayula, estado mexicano de Jalisco, el 16 de mayo de 1917; murió en Ciudad de México el 7 de enero de 1986. Es autor del volumen de cuentos El llano en llamas (1953) y la novela corta Pedro Páramo (1955). Luego, 30 años de silencio hasta su muerte, apenas roto por otros textos esporádicos o fragmentarios. Su influencia en el cambio de paradigma de la novela hispanoamericana fue tremendo, especialmente con su novela Pedro Páramo. El texto siguiente es una recreación (tal vez osada pero respetuosa) en el espacio y los personajes de algunas partes del comienzo de dicha novela, como un homenaje en el que vuelve a demostrarse que, cuando se entra al desnudo en las grandes preguntas, siempre se habla de cualquier ser humano en cualquier tiempo. Por eso no pasa el tiempo.
Vine a Gran Canaria porque me dijeron que acá vivía mi padre. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. «No dejes de ir a visitarlo. No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro ». Por eso vine a Gran Canaria.
-¿Cómo dice usted que se llama esa isla que se ve en el horizonte?
-Gran Canaria, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.
-Siempre son los tiempos -le dije.
-¿Y a qué va usted a Gran Canaria, si se puede saber?
-Voy a ver a mi padre.
-¡Ah! Bonita fiesta le va a armar. Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.
En la reverberación del sol, el mar parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.
-¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?
-No lo conozco. Solo sé que se llama Deshesperio.
-¡Ah! Vaya -murmuró.
-¿Adónde va usted, señor? ¿Conoce un lugar llamado Bardinia? -le pregunté.
-Para allá mismo voy.
Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta de que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.
-Yo también soy hijo de Deshesperio -me dijo, como si no fuese importante.
Todo parecía estar como en espera de algo.
-Hace calor aquí -dije.
-Sí, y esto no es nada. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos del todo. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su manta.
-¿Conoce usted a Deshesperio? -me atreví a preguntarle de nuevo porque vi en sus ojos una gota de confianza.
-Puede ser.
-¿Quién es? -insistí.
– Un rencor vivo.
-¿Se acordará de mí?
-No existe ningún recuerdo, por intenso que sea, que no se apague.
GRACIAS, JUAN RULFO.
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