La Bienal de Fotografía de Santa Lucía ha premiado la trayectoria del fotógrafo Tato Gonçalves, que pertenece a una generación de hombres y mujeres que hicieron posible con su trabajo y su talento que en Canarias se empezara a considerar que la fotografía puede ser arte, algo que hacía décadas que era norma fuera de las islas. Tato Gonçalves no es simplemente un fotógrafo. Lo es, sin duda, pero ante todo es un retratista. De toda su obra, la más extensa y la más mimada es el retrato, que tiene unas características muy peculiares, porque, si por una parte hace historia, retratando a personajes de relieve social por cualquier motivo, también trata de definirlos, no en la idea general que de ellos existe, sino desde su naturaleza humana. Para ello la cámara fotográfica es un arma terrible, porque mantiene la mirada mucho más tiempo que el ojo humano, que no es capaz de sumar luces, sino de tomar la que hay cada milisegundo.
Recuerdo que una tarde fui al estudio de Tato para que me hiciera unas fotos, destinada a la solapilla de un libro o para una entrevista, no recuerdo bien. Disparó algunas instantáneas y sin palabras, solo con una mirada, vino a decirme: «A mí puedes engañarme, pero no a la cámara». Y es verdad, la cámara capta matices que a simple vista no percibimos, y es en esa facultad maravillosa y a la vez terrible de la cámara fotográfica en la que se apoya Tato Gonçalves para retratar a los personajes, que dejan de ser modelos para convertirse en personas que transmiten sentimientos, ilusiones, alegrías, preocupaciones. Es seguramente una micronésima de milímetro en un párpado caído, o medio grado en el rictus de una sonrisa, pero por mucho que se quiera fingir, ante un fotógrafo que domina el retrato es imposible engañar a la cámara.
Ese fugaz y diminuto gesto es lo que da vida, personalidad, fuerza. Y una cámara fotográfica lo capta y lo sistematiza. Se diría entonces que leer en un rostro a través de una fotografía está al alcance de cualquiera que tenga una cámara en las manos, y que leerá mejor el alma expresiva de un careto quien posea una cámara mejor. Pero no es así, porque hay una gramática visual, y una sensibilidad para usarla, como existe un abecedario, la lectura, la poesía. La buena fotografía es la poesía de la imagen detenida. Y para practicarla hay que ser poeta, como lo es Tato Gonçalves cuando aprieta el obturador de su cámara.
Podríamos decir que Tato Gonçalves es un fotógrafo que se ha especializado en el retrato, pero eso sería un error, porque ser retratista es un don, como el de la poesía o la música. Es como si dijéramos que alguien es un escritor que se ha especializado en poesía, novela o teatro. La tendencia natural de Tato es a retratar, y cuando hace alguna cosa que parece alejarse de ello, acaba retratando, pues lo hace a veces con el mar, con un edificio o con una calle. Pero son las personas las que lo llaman, y especialmente los rostros, aunque tampoco es desdeñable la información que proporcionan las manos, la posición de los hombros o cualquier otro elemento de eso que llamamos lenguaje no verbal. Pero es en el rostro donde se milimetran los detalles. La persona se pone delante de la cámara tratando de representar el personaje que intuye que más le conviene. Pero siempre hay un instante en el que la mirada, la dejadez de una minúscula mueca en la boca, un pequeño giro en el cuello, cualquier cosa, deja de estar gobernado por la conciencia del personaje. Es su inconsciente el que se muestra. Ahí sí que aparece la verdadera personalidad, y el fotógrafo ha de saber leer esos instantes para dar la dimensión exacta del personaje.
Por ello este merecido reconocimiento honra la trayectoria artística de Tato Gonçalves, y al mismo tiempo es también un homenaje a una generación que supo imponer una nueva manera de mirar la fotografía, más allá del documento y la memoria, la mirada del arte.
En hora buena señor, Que disfrute de esta distinción, reconocimiento y que su obra alcance las cotas y consideraciones que ella merece.