Pepe Rivero cambió las reglas del juego

Hoy se ha ido Pepe Rivero. Aparte de su bonhomía y su generosidad -cosas muy corrientes pero poco frecuentes-, siempre hemos sabido que no era uno más. No fue un periodista más, no fue un activista social más, no fue un gestor cultural más. Era distinto, preciso, especial. Todo lo hizo de forma sutil, elegante y sin aspavientos. Tenía una presencia suave, a veces difuminada por propia voluntad, pero siempre se notaba que estaba ahí, que aun a pesar suyo, quedaba siempre su sello en todo lo que tocaba. Hoy es día para estar tristes, pero no puede decirse que lloramos su ausencia, porque esta no se ha producido. Esta idea es muy socorrida cuando alguien se va, pero en este caso es verdad, porque con su manera de hacer las cosas es posible que ni él mismo tuviera consciencia de que, después de él, nada sería lo mismo. Y no va a serlo, porque su trayectoria al frente de su gran proyecto personal que fue -y es- el Museo Poeta Domingo Rivero ha cambiado las reglas del juego. 6677Celajes.jpgLo llevó adelante de la forma que siempre hizo las cosas, discretamente, sin ruido pero con voz. Se hubiera dicho que el nieto de Domingo Rivero quiso homenajear a su abuelo, tal vez porque consideraba que su obra no había tenido la proyección que merecía. Y eso habría estado bien, un museo dedicado a la memoria justa de un poeta. Pero no fue así. Es decir, no fue solo así. Ese primer objetivo de una patente obviedad fue logrado con creces, ya nadie duda de la grandeza de Domingo Rivero. Pero Pepe, con inteligencia, serenidad y firmeza, inició un camino que ha trastocado la idea del papel de las instituciones privadas y públicas en la profundización y difusión de la cultura. Nada le fue ajeno a un museo que, por sus características y su nombre, tiene un marcado aire literario. Pepe abrió espacios para la música, la historia, las bellas artes y todo lo que fuese cultura y sociedad. Desde su fundación en 2012, la impronta que poco a poco, suavemente, «al estilo Rivero», ha ido imponiendo este espacio cultural es uno de los legados -y no menor- que deja Pepe a toda esta sociedad. En cinco años lo ha cambiado todo, más allá de que cualquier manifestación individual o colectiva tenga un escenario antes imposible en muchos casos. Eso queda ya como lección, faro y señalización para todo lo que se mueve en la isla, especialmente en la cultura y en las instituciones culturales, a veces demasiado rígidas. Por ello, el agradecimiento es un concepto que se queda corto hacia un hombre que siempre pensaba colectivamente. El mayor homenaje que puede hacérsele es tomar su testigo y seguir ensanchando esos caminos que él sorribó. Esto había que decirlo ahora mismo alto y claro, y luego sí que toca llorar al amigo, al cómplice, al hombre bueno e insobornable que siempre será en nuestra memoria Pepe Rivero.

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