El peligro de las palabras

A estas alturas soy incapaz de entrar con ganas en discusiones sobre el pleito insular, la existencia de Dios, y muy especialmente sobre cuestiones tostadas y molidas como la identidad canaria. Y no es falta de pasión, es puro agotamiento. Los argumentos -sean los mío o los de mis interlocutores- son como tornillos a los que se les ha desgastado la rosca de tanto uso. Ya no agarran. Por eso me asombro cuando veo a las mismas personas debatir con furor el mismo guión de hace diez, veinte, treinta años. Es que hasta Serrat se cansa de cerrar conciertos cantando Mediterráneo.

2b oto0802.JPGA veces estos debates se arman sin premeditación, y puedo entender que de pronto alguien se vea por sorpresa machacando lo ya pulverizado. Me ha ocurrido alguna vez, como cuando me encontré en una mesa que de pronto se volvió redonda, metido en un debate recurrente sobre no sé qué aspectos de la cultura que ya renuncio a llamar canaria o con-de-en-por-sin-sobre-tras Canarias, como decían los viejos profesores de latín. Me sentí tan fuera de lugar que, aun a riesgo de parecer maleducado, hilvané una urgencia inverosímil, pedí disculpas y desaparecí. Cuando quise darme cuenta estaba a un kilómetro de distancia, y todavía no sé si fue un ataque de valentía o de pánico. Recuerdo el Congreso de Poesía de La Laguna de 1976, la carajera de los intelectuales después del Manifiesto del Hierro, las sesiones de fundación de un sindicato en las que participé, el Congreso de la Cultura que se hizo en 1985 con el Gobierno de Saavedra, docenas de mesas redondas en Gran Canaria, Tenerife y hasta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Siempre el mismo tema, y siempre en el mismo punto. No se avanza, no se retrocede, no se evoluciona.

1a tre5564h.JPG
Tengo memoria desde los años setenta del siglo pasado, y siempre se da vueltas a la misma noria. Proyectos, impulsos, programas… nunca hay respuestas ni cambios; solo ese zumbido debatiente que unos radicalizan y otros moderan, pero que al final ambos se diluyen en la cerveza de después. Cuando veo a gente volviendo a dar coces contra el aguijón, tengo una sensación que es mitad cansancio mitad admiración por el aguante. Pero siempre hay un peligro, porque las palabras, por insulsas y repetitivas que sean, a veces ponen a funcionar mecanismos que luego resulta difícil controlar. Y esa es una grave responsabilidad de todos. A buen entendedor…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.