La violencia contra las mujeres es la ruptura del binomio libertad-igualdad. Desde que los humanos se hicieron sedentarios, surgió el concepto de propiedad y quién debía heredarla. Había por lo tanto que asegurarse de quien eran los herederos. Así surgió el patriarcado, que ha sido la norma durante milenios, con escasísimas excepciones. La mujer ha estado sometida, aunque es verdad que muchas veces hubo momentos en los que pareció romperse la dinámica, como las leyes propugnadas por la emperatriz Teodora, una de las feministas que siempre hubo, y cuyas obras volvían a ser reabsorbidas por la inercia machista de la historia. En los siglos recientes ha habido muchas Teodoras, y en los últimos años el patriarcado parece que quiere de nuevo revertir los avances, y se vale para ello de impulsar la desvalorización de la mujer como ser humano al tratar de convertirla en un objeto, unas veces decorativo, otras sexual, cuando no bestia de carga.
No permitamos que eso ocurra, y los hombres debemos ser los primeros en asumir ese papel igualitario y repudiar el uso de la violencia como instrumento de dominio. El número de mujeres asesinadas es una vergüenza para una sociedad que pretende ser justa. Por ese pulso que ha mantenido la mujer con la historia, tenemos que acabar con ese dañino vicio que nos empobrece.
Nombrar a esas pioneras sería imposible, y para reconocer a millones de mujeres que cada día y durante siglos no han perdido la esperanza de la justicia, recuerdo hoy a dos, grandes en su tiempo y en todos los tiempos. Violeta Parra, la mujer insobornable en sus convicciones, entona en 1957 unas décimas de despedida en su último viaje a otra mujer luminosa, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, que firmaba sus libros con el seudónimo de Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura en 1945. Violeta Parra, esa mujer de nombre vegetal, recuerda la entrega de Gabriela Mistral a la causa de la igualdad y la justicia:
Hoy en día llora Chile
por una causa penosa.
Dios ha llamado a la diosa
a su mansión tan sublime.
De sur a norte se gime
se encienden todas las velas
para alumbrarle a Gabriela
la sombra que hoy es su mundo,
con sentimiento profundo
yo le rezo a mi vihuela.
***
Presidenta y bienhechora
de la lengua castellana,
la mujer americana,
se inclina la vista y llora,
por la celestial señora
que ha partido de este suelo,
yo le ofrezco sin recelo,
en mi canto a lo divino,
que un ave de dulce trino,
la acompañe al alto cielo.
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