Se habla de mitos del cine. No hay; el verdadero mito es el propio cine. Dicen que cada época tiene sus leyendas, que se han ido superponiendo y renovándose, porque muchas veces un nuevo mito no es más que una versión de otro anterior (p.e.: La Bella Durmiente viene de Pigmalión). En el siglo XX, se dijo muchas veces que tal o cual persona era un mito, lo cual es inexacto, porque un mito no es una persona, sino un relato que ejemplifica otros muchos. En realidad, el gran mito del siglo XX es la imagen, que se compone con medios de comunicación diversos, a la cabeza de los cuales está sin duda el cine. No hablo de actores, artistas o cineastas icónicos, sino del cine mismo. Lo hemos visto muchas veces y lo hemos vuelto a comprobar en estos días con la presencia de Brad Pitt en Las Palmas. Si en su lugar hubiese venido otra figura del cine con mucha presencia mediática, habría pasado lo mismo; y no hay necesidad de que quien venga traiga el cartel de guapo o guapa, ha pasado lo mismo con Woody Allen en Asturias. Y no solo es el cine, es la imagen, porque Cristiano Ronaldo o Lady Gaga son números uno en lo suyo, pero sin los medios y la imagen que proyectan solo serían un buen futbolista y una chica que canta muy bien. La posibilidad de ver en una pantalla, sea de cine o televisión, lo que nos es cotidiano acaba por convertirse en algo especial, y ahora media ciudad está esperando el estreno de la película Allied para tratar de reconocer una calle o una plaza que ha transitado.
Hace unos años estuve en el palacio de Schönbrunn, residencia de verano en las afueras de Viena de los emperadores de Austria-Hungría. Junto al gabinete en el que se reunieron en junio de 1961 Kruschev y Kennedy, líderes de las dos superpotencias de entonces, está el gran salón en el que se expone sobre maniquís el lujoso guardarropa de la emperatriz Sissi. Sedas exquisitas, gasas finísimas, pedrería, encajes y bordados de ensueño y, en fin, un derroche de belleza y riqueza. Justo enfrente, había por aquellas fechas una exposición del vestuario que lució una casi adolescente Romy Schneider en Sissi (no cedieron los originales para la película). Los turistas abarrotaban esta segunda sala, que sirvió para el cine pero cuyos vestidos al natural no tenían ni de lejos la prestancia de los originales, mientras que la sala del vestuario real estaba prácticamente desierta. Los ropajes de la emperatriz solo eran historia, pero los de cartón-piedra de la película habían sido llevados por Romy Schneider y vistos en las pantallas de cine. Es decir, parece ser que hoy las cosas valen en la medida en que pasan por los medios, especialmente por una pantalla, y esa es la esencia de la atención que despierta. Por ello, en otoño iremos al cine para ver si en Allied sale la calle que hemos paseado desde siempre sin prestarle el menor interés.
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