en esta tierra que amansó la espuma,
que no ha soñado nadie todavía…!»
Como cada año, el 21 de febrero se celebra el Día de las Letras Canarias, que desgraciadamente suele pasar de puntillas, no sé si porque está en manos de políticos que generalmente consideran la cultura una «María» (y la literatura sería entonces una «Mariquilla»), o porque forma parte de la desidia general de Canarias en lo relativo a la memoria de quienes trataron de construir una sociedad fuerte, dinámica y culta, justo lo contrario de lo que interesa generalmente a todos los poderes, que el poder no reside solo en las instituciones y en los políticos.
Este año se le dedica a Pedro Lezcano, al que no añado ninguna palabra identificativa porque fue, durante más de medio siglo, uno de nuestros pilares fundamentales, como lo fueron otras figuras que en cualquier sociedad consciente serían memoria eterna. Hablo de nombres como los del pionero doctor Rafael O’Shanahan («fue antipsiquiatra antes de que existiera la antipsiquiatría en los años 60 y 70» afirmaba Carlos Pinto Grote, también psiquiatra y poeta, otro de esos pilares que debiéramos venerar), y de otros nombres inexcusables que, a menudo, ni siquiera figuran en el rótulo de una calle. Pedro Lezcano fue uno de esos faros en muchas disciplinas, pero ante todo fue una voz en tiempos de silencio.
Es curioso constatar cómo estas figuras que ven más allá se reconocen entre sí. Pedro Lezcano y el mencionado Carlos Pinto Grote forjaron una amistad indestructible, hasta el punto de que el poeta y psiquiatra tinerfeño afirmaba que todos sus libros los dedicó a su mujer, con la excepción de dos, que dedicó a amigos que eran más que hermanos; uno de ellos era Pedro Lezcano. También existió ese lazo irrompible de Lezcano con otro gigante de las letras, Rafael Arozarena, y contaba este que su amistad nació de la casualidad de que ambos publicaron a la vez sendos poemarios que intitularon Romancero canario, cada uno por su lado, sin que ninguno supiera antes lo que el otro estaba escribiendo (vivir en islas tiene esas carencias, y antes más). Esta coincidencia los acercó tanto que ya nunca dejaron de ser amigos.
Por ello, en este Día de las Letras Canarias 2016, se debiera recordar a Pedro Lezcano como lo que fue, un hombre comprometido con su tiempo, su gente y el futuro, al que nada le era ajeno. Estuvo en el resurgimiento de la literatura cuando la sangre lo arrasó todo, formando parte de la ya mítica Antología cercada, en la permanencia contracorriente del teatro, en el alumbramiento de un tiempo nuevo después de un túnel que parecía interminable… Siempre trató de derribar puerta cerradas, y su ariete, cómo no, la poesía. Se remangó y bajó al barro cuando creyó que debía hacerlo, y fue un Bautista que clamó a voz en grito, muchas veces en el desierto de la pereza isleña. El espíritu de los grandes como Pedro Lezcano no tiene fecha de caducidad, y es ese espíritu el que hoy y siempre Canarias necesita cultivar. No perdamos de vista a uno de los faros que, lejos de perder fuerza, cada día alumbra más. Como él dijo muy temprano, quedan muchos sueños por soñar; y yo digo que no hacerlo, además de un suicidio, sería una estupidez.
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