Decía Aristóteles que un gobierno ha de ser práctico, no perfecto. Supongo que el gran filósofo tendría en cuenta que la perfección es imposible, y por lo tanto hay que buscar la eficiencia. Y gobernar es muy complicado porque se trata de coordinar todos los elementos que confluyen en el bien común, o al menos el mayor número que se pueda, porque luego están las distintas formas de ver las cosas. Teniendo en cuenta lo complejo y agotador que es gobernar, asombra que haya tantas personas que aspiren a ostentar el poder (cuando es democrático) o incluso detentarlo (cuando se obtiene de forma ilegítima). Gobernar para todos es una quimera por esa imposibilidad de perfección, pero se supone que hay que hacerlo tratando de resolver los asuntos incidiendo en los puntos más débiles. Pero resulta que muchas veces -demasiadas- el poder no se usa como instrumento de mejora colectiva sino para mayor lustre personal de quienes lo tienen en ese momento. Sin que nadie meta la mano en la caja, un gobierno puede ser corrupto por entreguismo, dejación o capricho. Eso ocurre más en nuestro tiempo, en el que la imagen pública que se proyecta de los gobernantes o de quienes aspiran a serlo tiene mucho de ficción aliñada en la cocina de las formaciones políticas. Y me sigue admirando ese apego o deseo casi obsesivo de poder público, porque no olvidemos que hay otras formas de poder que no provienen de las urnas, y que debe estar rodeado de la misma tensión permanente, para mantenerlo o para conseguirlo. Y lo que más me aturde es que cada líder político dice saber qué hay que hacer con todo, sea sanidad, educación, obras públicas, empleo, vivienda, fiscalidad, medio ambiente…De que se le crea más o menos depende en gran parte el sentido del voto, por ello se construyen proyecciones de los candidatos que a estas alturas nadie dice creer, pero lo cierto es que algo influirán en el inconsciente porque al acercarse a las urnas siempre hay una mayoría, casi siempre tendiendo a conservar lo que dicen que tenemos, o a cambios que no contengan sobresaltos. En ese espacio se diseñan las campañas, porque la mayor parte de la gente no votaría por el autoritarismo o por echarse al monte. Si seguimos la sentencia de Aristóteles, seamos prácticos, y a lo mejor sería bueno que alguna vez un candidato dijera a una pregunta «no sé». Porque digo yo que, salvo que de repente sean destinatarios del rayo bíblico de la ciencia infusa, alguna cosilla habrá que ignoren.
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