La presencia de Rafael-José Díaz (RJD) en el espacio literario se ha ido imponiendo sin estridencias desde que en la arrancadilla del siglo XX comenzó a publicar. Poeta por definición, no ha vuelto la cara a otros géneros, siempre con el cuidado casi obsesivo de cada palabra. Está en lo que los clásicos llamaban la edad del esplendor, esa que no medían en años, sino por la evidencia de que alguien está en el momento en el que la fuerza vital y la experiencia se juntan para generar el gran momento de un artista, que puede prolongarse tanto como alcance la vida y el talento. En el caso de RJD el segundo ya está más que certificado, la primera como en todos, es un arcano.
Después de un camino de poemas, relatos, memorias, una novela y hasta una antología, nos entrega un nuevo libro de poemas, que intitula Un sudario, creo que con deliberada provocación, porque aunque la palabra remite a la mortaja, también es el lienzo con que se limpia el sudor. Cierto es que en el poema que da nombre al libro juega a hacernos creer que se da por muerto, o que lo finge o lo imagina, pero está «oyendo los lamentos de unos pájaros / en el alegre balanceo de estas ramas», y esa no parece una ocupación habitual de los difuntos.
El poeta propone y el lector dispone, y lo que se escribe como abismo puede convertirse en descanso cuando la poesía se transforma con las vivencias de cada uno. El mismo libro será distinto para cada destinatario, y puede que ese lector construya otra imagen cuando relea, así que nunca leerás dos veces el mismo libro, como diría un Heráclito de urgencias. El sudario que yo leo no es una mortaja que guarda un cadáver, es una sábana que como la de Turín tiene grabados los momentos de una vida, el dibujo de un itinerario, no es un sudario que envuelve muerte sino un retrato que muestra la vida.
Aparecen en el poemario referencias a los cuatro elementos del árjé primigenio de nuestra cultura, y añade el poeta un quinto elemento, la luz. Pero siempre es el aire el que domina, aunque hable de rocas inamovibles, de aguas furiosas o del fuego que en lugar de quemar impulsa a vivir más al filo. Y es el aire que siempre va de incógnito, cuando sostiene el vuelo de un genérico pájaro sin nombre o una concreta golondrina, balancea una rama, desafía la gravedad en una caída sin final, juega con una hoja o ayuda a dibujar con el polvo el paisaje imposible de Lanzarote. Los pájaros y la vegetación zarandeada, árbol, rama, hierba, son como asideros para mostrar ese bosquejo impreso por la vida en el sudario.
La escritura de RJD se ha ido desnudando y a la vez complicando. Hay pasajes en los que parece que cuenta una nimiedad, la aventura inocente de un niño en la arena de la playa, y ese es el trazo que en realidad nos está mostrando el alma de una memoria dolida, gozosa o ajustando cuentas. A veces una palabra parece inane, quieta, sin respiración, pero no nos engañemos, es como una serpiente mimetizada con el entorno que está viva y vigilante y puede saltarnos -y de hecho nos salta- en un instante. Esa sencillez aparente, es el visillo de un habitáculo literario muy complejo.
Decía al principio que la obra de RJD ha ido creciendo sin sobresaltos. Se ha ido asentando en un espacio que, llegado a la mentada edad del esplendor se ha vuelto imprescindible. Primero supimos que venía, luego que avanzaba, más tarde que ya estaba en el punto crucial de su escritura, y ahí permanece desde hace tiempo creciendo en depuración y solidez. Y así seguirá porque este es un viaje sin retorno hacia el corazón de la poesía. Es así porque cuando lo leo tengo la sensación de que me conoce y escribe para explicarse conmigo, y permite que yo argumente esa explicación a la medida de lo que está grabado en mi propio sudario vital. Alguna causa desconocida habrá para eso, aunque yo creo que debe ser porque es poeta, condición que por prodigiosa es rara.
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(Un Sudario, de Rafael-José Díaz, Editorial Pre-textos, se presenta el viernes 20 de noviembre a las 20 horas en la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria).
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