Ya huele a verano, que está a la vuelta de la esquina del junio que hoy empieza y vemos cómo se enfila el final de curso. En el mes de abril, Abel Martínez, profesor de un instituto de Barcelona, fue asesinado por un alumno que ya había agredido a otras personas y él trataba de evitar que continuase con su actividad violenta. El profesor hacía una sustitución y aquella era su última jornada, jugarretas del destino. Murió en acto de servicio, porque hacia un servicio a la sociedad, y un silencio vengonzoso cubre su memoria. Abel Martínez no se irá de vacaciones, nada sabemos de su vida, como si no hubiera existido; y sí existió, fue un buen hombre generoso que si hubiera tenido otra profesión habría sido recordado como un héroe. Pero era solo un profesor de la enseñanza pública, actividad menospreciada en todos los estamentos porque no produce beneficios inmediatos, no se emiten facturas, ni se hace caja. Ha muerto y ya está, a otra cosa, ni siquiera parece haber servido para que se indague el por qué de esa violencia en las aulas. Daba grima escuchar aquellos días a los responsables educativos autonómicos y estatales proclamar que fue un hecho aislado. Pues no, por desgracia no es un hecho puntual, es la cotidianeidad que viven muchos profesionales de la enseñanza sin que nadie les haga caso, todo lo contrario, los desautorizan una y otra vez a la menor oportunidad. A raíz del reciente suicidio de la niña acosada en Madrid, da mucha pena que cualquier comentarista, que a menudo no sabe de lo que habla, derrame olímpicamente sus críticas sobre los profesionales de la enseñanza, que como los de la sanidad y otros empleados públicos son el parachoques de la violencia que quienes tienen blindajes, chófer y guardaespaldas dicen que es puntual, para no ocuparse de las razones por las que existe este clima, generado a menudo por sus actos irresponsables, interesados o las dos cosas. Por eso me acuerdo hoy de tantos profesores y profesoras que tan mal trato social reciben, y especialmente de Abel Martínez, que sí que es un héroe de lo cotidiano. Tristemente, en su caso, la metáfora se convirtió en trágica realidad.
Un comentario en “Héroes de lo cotidiano”
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…profesor de la enseñanza pública, actividad menospreciada…
Sí señor, el profesor en su época activa, es menospreciado por sus alumnos que buscan siempre, diaramente, durante el curso, motes, burlas, ataques, contra su maestro… Los padres incluso se acercan o lo visitan, con un aire crítico a sus opiniones sobre los «niños»… Cuando pasa el tiempo, esos niños, ya viejos -mayores- sí se dirigen a sus maestros con admiración y respeto…Será porque de niños nos crece un complejo de inferioridad, al tener que aguantar una persona que -teóricamente- lo sabe todo?