El fiscal de Marsella anuncia urbi et orbi que el copiloto estrelló el avión adrede. La fuente informativa es una grabación en la caja negra. De unos gritos y unos golpes en la puerta de la cabina y la respiración grabada del copiloto deducen toda una historia casi novelesca y le dan sello de certeza absoluta. Ya han decidido que el copiloto cerró la puerta, y no esperan a saber qué dice la caja negra de los datos. He leído malas novelas de intriga más verosímiles. Seguramente es como dicen, pero en estas cosas hay que ser muy rigurosos. ¿Recuerdan algún accidente aéreo en el que en minutos se paralicen visitas de Estado y se impliquen tres gobiernos con sus presidentes a la cabeza? ¿No habría sido más prudente esperar a tener más información antes de montar un guión partiendo de suposiciones que pueden interpretarse de muchas maneras? ¿Es que dan por sentada una versión precipitada para evitar otras teorías? (Ya saben, Oswald mató a Kennedy).
Casi todo es paja y especulación, cuando no chismorreo insulso. La cosa es así: un avión se estrella en Los Alpes; se tardará en rescatar e identificar a las víctimas; dentro de unos días (tal vez semanas) serán los funerales; hay que esperar el dictamen definitivo de las causas que den los investigadores después de estudiar toda la información que vayan recabando. No hay más. Y con eso, horas y horas de radio y televisión, opinando sobre esto y aquello (demasiadas personas que no saben de esto y aquello), y liando culebrones lacrimosos regodeándose en todas las historias personales de algunas de las víctimas, que nada tiene que ver con el derecho a la información y solo añaden confusión y dolor. Rumores casi siempre, suposiciones y la inventiva que se expande y multiplica con un simple golpe de Twitter.
Abrumado y acongojado, D. Emilio. Y a veces algo confuso, ¿ciudadano informado o espectador del circo mediático?
Creo que sé hasta dónde debe llegar mi sensibilidad, decidir hasta dónde aceptar el insano el bombardeo de cabreo y morbo que se mezcla con la legítima información. Somos dueños del botón de la tele.
Imágenes atroces pueblan los medios informativos, necesarias para crear conciencia de lo que ocurre. Recuerdo muchas imposibles de olvidar. Una escena del día a día en Haití, ese país olvidado, donde las epidemias de cólera suceden a los terremotos, donde la muerte recoge de una sola vez una abundante cosecha de centenares de miles de vidas, donde un fotógrafo congela para siempre el vuelo infeliz de un niño de no más de dos años cuando es arrojado a una fosa común, como si fuera una bolsa de basura, sin un ser querido a la vista que le ofrende una lágrima, sin más lágrimas que las que se le derraman a uno. Es información, es un toque de atención a nuestro civismo y un pellizco severo que comprueba si aún no se nos ha muerto la sensibilidad.
Decía Hegel que “la lectura del periódico es la oración matinal del hombre moderno”; uno no puede imaginar una ciudadanía libre sin información, estar informado es un derecho y un deber del ciudadano, el saludable y necesario ejercicio cívico diario que fortalece el criterio de cada uno. Un buen día abres el periódico y te encuentras de frente y sin previo aviso un tremendo drama, una mujer argelina desgarrada por el dolor, no recuerdo cuantos hijos le había arrebatado una masacre del FIS; uno trata de informarse y al final se topa de lleno con una madre llorando amargamente, palideciendo de espanto y rasguñado por la pena (A esta fotografía la premiaron, World Press Photo de 1997; me pregunto qué verá alguien en ella dentro de mil años, ¿dolor en bruto, sentimiento, arte?, ¿un duro testimonio documental, el abrumador lamento de las madres rotas o una elegía latente que aguarda su nacimiento en la mente de algún poeta?). ¿Deben evitarse esos encuentros con la realidad? Yo creo que no debemos evitarlos, si formamos parte de este mundo hemos de compartir sus cicatrices, comprender este mundo es integrarse en él, conmoverse con sus desdichas y participar de sus alegrías; somos algo más que un individuo aislado, somos una época y un lugar, somos Humanidad, somos una gran familia y deberíamos esforzarnos por creerlo así.