Si hace unos días recordábamos los 20 años de la muerte de Juan Carlos Onetti, hoy es necesario evocar los 40 años de la ausencia de Miguel Ángel Asturias, el primer novelista en nuestra lengua que fue galardonado con el Premio Nobel, puesto que antes lo habían recibido poetas y autores de teatro. Hablamos de uno de los grandes precursores del Boom, un gigante que logró enlazar la modernidad con la esencia del mundo indígena. Asturias es menos conocido y valorado de lo que merece su enorme obra literaria, hasta el punto de que su país natal, Guatemala, ha dejado pasar este aniversario sin celebración alguna, y eso que es el más célebre de sus escritores en cualquier tiempo. Bien es verdad que sus relaciones con el poder siempre fueron tensas, aunque llegó a ser embajador, pero su oposición a las sucesivas dictaduras y su reivindicación de lo indígena no le han granjeado el reconocimiento del conservadurismo guatemalteco, casi siempre en el poder.
Murió el 9 de junio de 1974 en Madrid, adonde llegó procedente de Gran Canaria. Meses antes había asistido al Congreso de la Negritud que se celebró en Senegal, y a su regreso su avión hizo escala en nuestra isla. Como no se encontraba muy bien, los intelectuales que entonces dirigían el Museo Canario lo acogieron, y pusieron a su diposición una vivienda en la urbanización sureña de Puerto Rico. Allá iban a visitarlo quienes sabían de su importancia, y él siempre fue generoso y agradecido. Puede decirse que pasó sus últimos días de vida en Puerto Rico, donde escribió el punto final de una obra impresionante, hasta que su salud empeoró y hubo que trasladarlo a Madrid, donde murió al poco de aterrizar. Este es un capítulo de nuestra historia reciente que da fe de la grandeza de personajes canarios como los doctores Juan Díaz y Rafael O’Shanahan, que tuvieron conciencia de la importancia de aquel gran hombre al que hoy su propio país le niega hoy la memoria. Por eso los recodamos aquí. A todos.
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