Durante años, el 20 de noviembre fue una conmemoración del anterior régimen, que recordaba el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante. Luego fue el aniversario de la muerte de Franco, y ya es tiempo de que sea una fecha normal, que tiene asideros históricos, pero no más que el descubrimiento de América o la batalla de las Navas de Tolosa. Y los medios, para abreviar y fijar, han cogido la costumbre de convertir fechas casi en diseños, número, guion, letra. En España empezó con el 23-F, y desde entonces se fijan las fechas importantes de ese modo, sea por elecciones, sea por desastres. Y el 20-N ya no significa una sola cosa, por lo tanto ha perdido su valor como marca. Relacionamos el 6-J con el desembarco de Normandía, el 23-N con el asesinato de Kennedy, el 11-S con el ataque a las Torres Gemelas, el 11-M con el horror de los atentados de Madrid, el 15-M con Los Indignados, y así muchas otras muchas referencias, como si solo hubiera un 11 de marzo o un 6 de junio. Ahora, al ver 20-N ya no estamos seguros de a qué se refiere, y eso finalmente es bueno, porque parecía un día maldito, hasta el punto de que hace un par de años mucha gente se extrañó de que yo presentase uno de mis libros en esa fecha. Pues hoy es 20 de noviembre como el del año pasado y el del año que viene, y casualmente es día de elecciones generales. Nada más.
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Nota aparte: Me comentaba alguien muy cercano -no es idea mía- que se estaba preguntando si Mariano Rajoy, en caso de que gane estas elecciones, lanzará el discurso de Churchill («Solo puedo prometeros sangre, sudor y lágrimas») la misma noche electoral, en el discurso de investidura o cuando ya ocupe físicamente La Moncloa.
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