Se le pide siempre a un discurso de investidura lo que no puede dar, porque es un empeño que no responde a la literatura, ni al parlamentarismo, ni a la capacidad de comunicación; es un híbrido que toma lo peor de cada género y ni el mismísimo Castelar podría hacer de él un pieza oratoria de peso. Como discurso resulta denso porque hay demasiados conceptos. Si se pretende que sea un listado de proyectos siempre es generalista, ya que no hay tiempo para profundizar en todo. Si se trata de la realidad, es que se ha hablado poco del futuro, y si se concentra en el futuro es que se ignora la realidad. Si es una conferencia resulta agotadora porque sobrepasa los 45 minutos que proponen los especialistas y además no se proyectan diapositivas ni transparencias con esquemas en PowerPoint. Los discursos de investidura son malos por definición, el género no da para más, es como cuando Pedro García Cabrera fue a la mar por naranjas. Ocurre como con los discursos del Estado de la Nación o la Nacionalidad, paja y viruta por todas partes, que es calificado de magistral por quienes apoyan al gobierno y desastroso por la oposición. En realidad, la investidura debiera durar diez minutos, el tiempo que se tarda en abrir la sesión, votar electrónicamente y proclamar presidente al candidato. Una formalidad, como sacar el carnet de identidad. El tiempo ganado se podría utilizar en algo práctico.
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