Las memorias engañosas

En Francia y en los países anglosajones es habitual desde hace siglos que los grandes personajes escriban sus memorias. Eso no ha ocurrido en España, aunque algunos personajes históricos, sobre todo desde La Ilustración, han dejado textos escritos, que no son propiamente memorias, pero que seguramente dicen más sobre ellos que si se hubieran propuesto contar su vida. Los memorialistas clásicos extranjeros ni siquiera se tomaban la molestia de adornar sus memorias con títulos sonoros, como el Confieso que he vivido de Pablo Neruda; simplemente suelen titularlas Memorias de… o Autobiografía de… El más sencillo fue Giacomo Casanova que se tomó el «atrevimiento» de llamar a sus memorias nada más y nada menos que Historia de mi vida. Ahí es nada.
zv6.JPGSiempre he pensado que la memoria es una facultad engañosa, que puede ser admirable cuando se trata de recordar fórmulas matemáticas o hechos históricos fechados hace milenios. Me refiero a esa memoria que se ejerce deliberadamente, cuando uno decide almacenar un nuevo conocimiento, que en las personas memoriosas se vuelve inalterable por mucho tiempo que pase. Es la memoria del estudiante, la que se pone a prueba en los concursos de televisión, la memoria colectiva que está en los documentos y que puede llegar a ser dominio de todos.
La memoria de la que no acabo de fiarme es la personal, esa que debe registrar sin decisión previa las cosas que nos van ocurriendo, y que finalmente es nuestra identidad. Como dice el filósofo Emilio Lledó, somos nuestra memoria, porque si un día dejamos de recordar nuestro nombre, nuestros afectos y nuestro pasado dejamos de ser lo que somos. De nada vale que podamos recordar la fecha de la batalla de las Navas de Tolosa o la fórmula del volumen del tronco de cono. Tal vez esa memoria sea más selectiva que ninguna otra, y encima se almacena desde una opinión concreta, a favor o en contra, asunto en el intervienen la ideología personal o el manejo de datos que tengamos, pues, si sabemos unas cosas e ignoramos otras, es más que probable que la opinión final sea diferente.
Venía a decir el escritor chileno José Donoso que la memoria más fiable de los novelistas es aquella que se apega inconscientemente a sus novelas, en las que se desnudan detrás de la máscara que son sus personajes, porque cada uno de ellos forma parte del propio autor en el aserto flaubertiano de «Madame Bovary c’est moi». Según Donoso, cuando el novelista prescinde de la ficción y trata de contar sus recuerdos desde una voluntad de ser veraz, su inconsciente se enroca y maquilla cada una de sus actuaciones, de manera que finalmente resulta un relato escrito desde el estado psíquico y vital en que escribe; es decir, se puede escribir desde la culpabilidad, el miedo, la prepotencia, la ira, el victimismo, la pereza mental, el odio o la venganza.
De ese modo, cada uno de nuestros actos en el relato irá encaminado a construir un personaje que deba parecerse a la idea que cada uno de nosotros tiene de sí mismo, y que probablemente no refleje con exactitud nuestra verdadera personalidad. Somos capaces de falsear datos sin que nos demos cuenta, porque el tiempo pone sobre los recuerdos sucesivas capas de barniz que a menudo vuelven irreconocible lo que tratamos de que sea la verdad. Raramente se escribe sobre la propia vida desde el amor, porque unas memorias se parecen mucho a un ajuste de cuentas.
zDSCN2408.JPGPor otra parte, García Márquez dice en el pórtico de su primer tomo de memorias Vivir para contarla que «la vida no es como la vivimos, sino como la recordamos», lo cual está muy bien desde el punto de un novelista, pero confundir la vida con la memoria es una manipulación. Pero está bien, porque la literatura es simplemente una manipulación de la realidad para crear otra realidad. Y las memorias debieran ser rigurosas, pero nuestro propio cerebro no lo permite.
Hay por ahí un estudio (debe ser de una universidad americana, para variar) en el que se dice que la vida no es un sucesión de hechos, sino una acumulación de momentos, que son los que recordamos. Creo que han descubierto la pólvora, pero es cierto que hay momentos que se nos quedan para siempre y hay días, incluso semanas, en los que no nos ocurre nada digno de resaltar, y según ese estudio es como si no hubiésemos vivido.
En España no ha habido tradición de memorias, porque nos habría gustado conocer de primera mano las impresiones de personajes importantes, que, salvo excepciones, como Nicolás Estévanez o Ramón y Cajal, no han dejado por escrito. Ahora sí que salen libros, pero son más que nada ajustes de cuentas y justificaciones de los propios actos, si son políticos los que escriben. Cuando son artistas suelen derivar en contenidos rosa, aunque siempre se salvan algunas, como las de Fernando Fernán Gómez.
zzSCN2254.JPGLo que es terrible es que nos inunden de memorias estúpidas de personajillos que nada tienen que contar, o de algunas personas venidas a más en la escala social, que han pasado por todas las piedras habidas y por haber y ahora quieren reescribir su historia. Lo que es tremendo es que hayan escrito sus memorias ídolos de masas con sólo 25 años, como hizo Raúl, el jugador del Real Madrid. Todavía no se ha retirado y hace media docena de años que publicó sus memorias. Esto es impresentable, y lo terrible es que fue un éxito editorial, aunque ya nadie recuerda siquiera el título. Ojalá se escriban buenas memorias como en los países anglosajones, aunque también por allá ha empezado el choteo del mundo rosa.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el día 23 de este mes)

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