Cuando nos internamos en el recuerdo, nos vienen a la mente hechos importantes, sean privado o públicos, y los relacionamos con un momento de nuestra vida. Si son muy impactantes, casi podemos preguntar a todo el mundo qué hacía en el momento del atentado a las Torres Gemelas, dónde, cómo y con quien vimos el gol de Iniesta en Sudáfrica, o, si ya tenemos años, recordar cómo en el filo de la adolescencia y la primera juventud se apuntaron a los muertos de 27 años Jim Morrison, Janis Joplin o Jimmy Hendrix, o se separaron The Beatles, que para muchos fue un cataclismo. Relacionamos hechos importantes con nuestra vida, más en el recuerdo que en el momento, porque, cuando pasa, tal vez no tengamos idea de la importancia que eso va a tener cuando se recuerde en el futuro.
Cuando miramos el pasado, que es un escalón de la misma escalera que vamos subiendo por la vida, nos parece casi mítico el momento, bueno o malo, que vivimos sin darnos cuenta de que aquello era un hito, pues desayunamos tranquilamente el día que murió Elvis o fue un día más cuando el repartidor del círculo de lectores nos dejó en casa como libro del mes la novela Cien años de soledad. Pero las cosas que luego van a ser referencia humana, cultural, política o social suceden y les damos la dimensión cuando pasa el tiempo, como ahora conmemoramos el centenario del fallecimiento de Alonso Quesada, y sabemos que su muerte pasó de puntillas porque entonces no se daban cuenta del gran escritor que se había perdido.
De esas cosas nos percatamos cuando las cosas van mostrando su verdadera dimensión con el paso del tiempo, que no se percibía en su momento, y por eso solemos decir “el tiempo dirá” cuando tratamos de adivinar la proyección que algo actual va a tener en el futuro. Pero sí que hay momentos, tal vez por obvios de una forma general o porque lo son para determinada persona, en los que sabes que ese tiempo será recordado como un momento que marca un antes y un después en determinada faceta de la sociedad. Yo tengo esa sensación de que eso ha pasado en la literatura escrita en Canarias. Sabíamos que en los últimos meses se han publicado magníficos libros de poesía y de narrativa, pero que aún no podemos calibrar porque estamos obligados a esperar lo que diga el tiempo, pero ya sabemos que es un momento tremendo, con libros muy poderosos, que invito a leer porque son cantos de esa escalera que presumo referencial y reverencial. No enumero ese áureo listado porque no es el lugar, pero habrá que hacerlo y apostar por adivinar lo que será este tiempo para el futuro, y porque temo orillar algo que se me ha escapado.
Sin embargo, hay dos razones por las que estas dos últimas semanas será anclas en la historia de nuestra literatura. Por un lado, se nos han ido dos grandes escritores con horas de diferencia. La muerte de Luis Alemany y de Andrés Sánchez Robayna han sido un golpe tremendo por el valor literario y cultural de ambos autores. He leído en estos días algunos lamentos sobre los autores fallecidos, que si debimos hacer esto o lo otro, que si en algunas cosas no se les dio su sitio… No es raro en una tierra en la que hacen Hijo Predilecto a Alonso Quesada cien años después de muerto (ya pasó con Galdós, no es una novedad). Que Sánchez Robayna se haya muerto sin el Premio Canarias es propio de una sociedad en la que se da un premio a las Letras cada tres años, como si el talento fuese tan escaso que hay que esperar a que se vaya manifestando. Y eso no es rigor literario, es directamente mezquindad, pues en otras comunidades como Euskadi, Galicia o Extremadura, con (respectivamente) la misma población, la mitad o la cuarta parte de Canarias se da un galardón anual, porque son comunidades que se sientes orgullosos de su gente y se lo reconocen. Aquí no, aquí quienes se dedican a la escritura forman parte de los sospechosos habituales.
Por otra parte, como tremendo contrapunto del dolor de dos pérdidas tan grandes, se le ha otorgado ese Premio Canarias de Literatura a Juancho Armas Marcelo. Y es una alegría porque es un amigo y porque es merecido, hasta el punto de que, personas que no están muy al loro del mundillo literario, hace décadas que daban por hecho que Juancho era Premio Canarias, por su obra y por su quehacer cultural que no voy a descubrir ahora, después de que lo hayan reconocido una docena de Academias Americanas, grandes premios nacionales, la Feria del Guadalajara y hasta el Papa de Roma. Que Juancho no fuese Premio Canarias desde hace décadas es propio de la cicatería que acompaña siempre a la mediocridad, que para justificarse a sí misma tacha de mediocres a quienes debieran celebrar. Y se me ocurren unos cuantos nombres más que debieran estar en ese podio, algunos también muy obvios por la categoría de su trayectoria. ¡Claro que hay personas que también merecen el Premio Canarias de Literatura! Pues unas lo tendrán y otras no, porque como es cada tres años… Salvo que alguien descubra una vacuna contra la mezquindad.
Sé que la memoria es una forma de justicia, y estoy seguro de que, en otros cien años (si alguien antes no pulsa el botón de la locura), los nombres de quienes se fueron juntos en la barca de Caronte y el de quien lleva 50 años atando la maroma que nos une a América y ahora parecen haberse enterado, serán relacionados con estas semanas de un marzo que al menos está siendo más lluvioso que sus antecesores. Ojalá esa lluvia sea augurio de más justicia y más generosidad.
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