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Nunca el cerebro desnudo

 

Hace unos años, cuando contaba a gente más joven algunas de las estupideces y barbaridades de la etapa franquista, solían asombrarse, porque no les cabía en la cabeza que fuese mal visto, o incluso perseguido, algo tan neutro como estar cuatro amigos hablando en la calle después de las 10 de la noche, pasear con la novia de la mano, cantar determinadas canciones o leer ciertos libros. No sé qué dirán ahora, porque estamos empezando a vivir una época parecida, y contra eso hay que rebelarse, con una influencia perversa de Estados Unidos, que es un gran país en todos los aspectos, nadie lo duda, pero tiene una clase dirigente que acaba laminando las libertades. Ya ha pasado otras veces, como en la época del Comité de Actividades Antiamericanas, pero después de Kerouac, los hippies y la lección de Vietnam creíamos que estaban ya en un punto de no retorno.

 

 

 

Y el problema es que lo que pasa allí, siempre acaba llegando aquí, como la cocacola, el pollo Kentuky y el yanquicentrismo que nos invade. El ya lejano episodio de la teta de Janet Jackson es casi un chiste. Si una noche televisaran a los americanos un programa de ciertas cadenas españolas, es seguro que el Presidente declaraba el estado de sitio. Y esto es de una hipocresía rayana en el surrealismo. Un país donde quedan exonerados los curas pederastas, donde se miente oficialmente para tener la excusa de comenzar una guerra petrolera, donde los negros y los hispanos (y ahora los musulmanes) son ejecutados porque carecen de medios para pagarse una buena defensa, ese país se rasga las vestiduras por una teta, cuando produce y exporta pornografía  legal y crea la miseria en el Tercer Mundo porque le interesa económicamente.

 

La ceremonia de inauguración de los JJOO de París ha levantado la liebre que llevaba varios años enseñando las orejas. Han dado el mando a un director teatral que por lo visto es adalid de la cultura Woke, y hay mucha gente ofendidita porque algunos mensajes pasaban de castaño oscuro. Se han ofendido, por supuesto, los católicos de siempre, incluyendo algunos jerarcas del Vaticano, porque dicen que se hizo una parodia de la Ultima Cena de Leonardo Da Vinci, con personas de distintas opciones sexuales claramente representadas, algo parecido a lo que hizo Buñuel, pero en plan personas de pobreza extrema. Pero se equivocaron, porque Da Vinci estaba con La Gioconda (ya ni nos acordamos que es italiana), pro no acudió a lacena, era otro pintor, menos conocido, pero es que ni se molestan en informarse, con tal de hacerse las víctimas.

 

También hay una izquierda más pausada que no ve con buenos ojos ese movimiento que se ha ido fortaleciendo después del Movimiento Me too. Feministas de mucho peso andan indignadas porque piensan que todo esto se ha salido de madre y que al final va estallar en las narices de la Igualdad, y reaparecerá un nuevo machismo. Feministas francesas de mucho pero están en eso, y por eso las llaman antiguas o vendidas. Se quejan también de que, bien está homenajear a las mujeres, pero, si iban a exhibir mujeres importantes de la cultura y la sociedad francesa, notan claras ausencias, justamente las que perteneces a ese sector, y que previamente fueron clausuradas en esta movida un tanto irracional de lo Woke. Tengo la impresión de la gran bronca Woke europea aún no ha empezado, y que el pistoletazo de salida será el final de los JJOO de París. Hace tiempo que ambas facciones están afilando los cuchillos. ¿Con quién estoy yo? Como siempre, con Catherine Deneuve, faltaría más.

 

Mientras tanto, la jerarquía eclesiástica española parece recién salida del Concilio de Trento, y parece que juega en el equipo contrario que el Papa Francisco, que luce menos cerril (decir más progresista sería venirse arriba), porque últimamente se le ha lunfardeado el lenguaje. Es como si hubieran viajado a través del tiempo. Hoy, Tarancón sería excomulgado. Y no es solo la censura oficial la que funciona, hay otras, como las de los medios o las de los distintos colectivos supuestamente avanzados, reaccionarios o mediopensionistas. Y todo en aras de lo políticamente correcto. No es un buen espectáculo, pero háganse a la idea de que estoy sin ropa, como reivindicación de mi albedrío, para impedir que acaben por dejarme en desnudo el cerebro. Y eso sí que no.

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¿El martillo del cristal del extintor?

 

Borges dijo que sería imposible en el futuro escribir la historia del siglo XX por exceso de información y sobre todo por el tratamiento que suelen dar los medios a determinadas noticias. Un periódico de información general puede sacar a toda página en portada la hazaña puntual de un deportista o el accidente que ha sufrido una estrella de cine, y en páginas interiores puede aparecer en una esquina -si es que aparece- el logro de un gran avance médico o la construcción de un puente que va incidir en la mejoría de la vida de miles de personas. Cuando, cien años después, alguien vaya a las hemerotecas, tendrá muchos problemas para separar la paja del grano. Sin embargo, yo me temo que siempre ha sido así, y sabemos de las extravagancias y las locuras de Calígula, pero en general se desconoce la grandeza del gobierno del emperador Adriano, del que suponemos muchas cosas solo después de haber leído a Marguerite Yourcenar.

 

 

Me quedo perplejo porque Jean-Paul Jouary, un filósofo francés actual, mantiene que la cocina de Ferrán Adriá es la cima del arte, y la compara a Mozart y Picasso. Adriá es sin duda un cocinero extraordinario, pero por la misma razón podríamos pensar que la desaparecida Mariquita Hierro, la de El Cotillo (siempre en la memoria agradecida), está a la altura del sumerio que inventó la rueda, porque su gofio escaldado era de otra dimensión. Estos excesos verbales no ayudan ni a los que supuestamente elogian. No sé qué diría Borges a todo esto, y eso que falleció cuando ni siquiera imaginaba el pollo que iba a ser Internet y las redes sociales. Si levantara la cabeza…

 

 

Si hablamos de excesos, el poder siempre ha sido excesivo por naturaleza, pero hoy conocemos sus flaquezas porque los medios de comunicación ponen el ojo en lo público y lo privado. Porque el poder fue el centro de mil disparates que se hacían a espaldas del pueblo, que nunca se enteraba, y adoraba a sus líderes como si fueran dioses. Desde las orgías imperiales romanas a los fines de semana en la villa de Berlusconi, la historia está llena de dislates pagados con el sudor de los pueblos. A veces, el poder llega a tal estado de locura que degenera en sadismo inhumano, como muy bien queda reflejado en el film Saló, de Passolini, que cuenta los últimos estertores del fascismo italiano. El poder exagerado e incontrolado tiende al exceso, y así lo hemos visto en los 21 amantes fijos que tenía Catalina de Rusia (un empleo como otro cualquiera) o las burradas protagonizadas por los dictadores latinoamericanos para su placer enfermizo y el de su cohorte (Trujillo, Somoza, Ortega…), y en dimensiones más imperiales, la doble vida del mitificado John Kennedy, en la indebida utilización del despacho oval por Clinton o en la trastienda de Dominique Strauss-Kahn, que iba como un tiro hacia la presidencia de Francia. ¿Por qué será que no me sorprende que hubiera un rey que fuese a África a cazar elefantes?

 

 

Crisis económicas, pandemias, guerras y otras lindezas en las que los políticos parecen encontrarse muy cómodos hacen que la salud mental de la población esté muy afectada, tanto, que es hoy un problema prioritario, pero que, como a tantos otros, nadie le busca solución. Pasará, si es que ya no pasa, con en la Gran Depresión norteamericana. Cuentan que la gente hablaba sola por las calles, los mansos tenían reacciones violentas y decían y hacían disparates muchas personas que siempre habían sido lúcidas y equilibradas. Si hablamos de lugares con hambrunas interminables o guerras infinitas, las personas acaban convirtiéndose en autómatas, porque no tienen horizonte ni esperanza. La crisis está golpeando fuerte a muchas personas, y empezamos a ver episodios de este tipo, gente que oye voces interiores que le ordenan acciones terribles, y otras que bajan los brazos porque hasta para tener esperanza hay que reunir fuerzas. A estas alturas, tienen mucha audiencia esas voces de película de terror que empiezan a sonar en las cabezas agotadas por la desesperanza. El paso siguiente es la desesperación, y eso sí que es peligroso. Y siempre hay un Trump para un descosido.

 

 

Como dijo Rhett Butler a Escarlata O’Hara, «Francamente, querida, me importa un bledo». Y creo que el apuesto caballero sureño se refería al bochinche que tienen montado partidos políticos, poderes económicos, jueces y todo el que pueda acreditar un galón más que el otro. Una corrupción por aquí, una locura independentista por allá, que mira tú por donde vale por el momento quince mil millones, una oposición errática y no sé si descabezada o bicéfala o policéfala (habrá que preguntar). La Casa de Tócame Roque, porque hasta Meloni y Milei vienen a enredar. Y Rhett Butler sabe que estamos en la permanente reproducción del caciquismo -o de los caciquismos, para ser exactos-, que siguen con su pulso secular tratando de llevarse al agua el gato del poder, que es uno de los lados del triángulo que se completa con dinero y corrupción.

 

 

A Canarias se la nombra porque pudiera tener alguna vez un voto decisivo, y los distintos caciquismos se comportan como las matrioskas, muñecas rusas que juntas forman un todo pero que tienen su espacio tolerado en cuanto se va abriendo el mecanismo. El turismo es una locura y corre el euro, pero ya aparecen los signos de bloqueo, que tampoco nadie que mande ve y que mueve voluntades poderosas, es la lucha por el dominio de la matrioska local, que es tributaria de otra estatal y esta de una multinacional de lo que sea. Ya nos irán diciendo en Bruselas, en Berlín o en Wall Street cuándo y cómo alguien dirá algo. Por eso, a la Escarlata de la política al dictado del dinero no le preocupa el tiempo, ya saben, «Mañana será otro día». Y es que nadie sabe dónde está el martillo para romper el cristal del extintor.

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Sobre la creación y la corrupción

 

Nunca fui fan de Mecano, pero no se puede negar que fue un grupo que marcó una época en la música pop. Después de su separación, la única que me ha parecido coherente ha sido la componente femenina, Ana Torroja. Los hermanos Cano, después de éxito abrumador de Mecano, cuyas canciones fueron compuestas por ellos, debieron pensar que eran unos elegidos de los dioses y que todo el mundo tendría que inclinarse ante ellos, y se vio que su mentalidad no les daba para atravesar desiertos o para asumir simplemente que habían cambiado los gustos y que ya no eran las estrellas intocables de su momento más glorioso. Así, se han movido por distintos caminos, pero siempre con la actitud prepotente de que todo el mundo les debe algo, o incluso alguna vez han llegado a asumir el papel de víctimas del desagradecimiento social, como si el olvido no fuera una bruma permanente sobre los artistas. Independientemente de cómo se dilucide el proceso judicial pendiente, lo de Nacho Cano en la semana anterior roza el paroxismo, porque ha hecho una exhibición de todo lo que he dicho, corregido y aumentado.

 

 

Y esto viene a cuento del eterno debate sobre los artistas e intelectuales y el poder. Antes se hablaba mucho, aunque luego ese debate se circunscribió a épocas de elecciones y ahora ni siquiera se plantea, pero sigue ronroneando siempre alrededor de quienes realizan una actividad creativa.  Hay quien confunde el poder con la política, y quien mezcla ambas con la corrupción intelectual, la venta del alma y la adicción al chocolate del loro. Eso sucede cuando el poder cree erróneamente que trata con verdaderos intelectuales, porque a estos no les gusta el chocolate y los loros son habladores sin ideas, sin cerebro y sin intelecto.

 

 

Habría que plantearse y contestar en primer lugar algunas preguntas. El poder en una democracia es el ejercicio legítimo de la voluntad mayoritaria, la política una actividad mental y social en la que todos estamos inmersos, incluso por omisión, y el intelectual es aquella persona que tiene la capacidad de crear opinión, aunque sus méritos no sean mayores que los de otros que carecen de audiencia. Todo esto no tiene por qué ser corrupto, aunque a veces lo sea. Pasa lo mismo que con cualquier actividad humana. ¿Quiere esto decir que profesoras, médicos, enfermeras, panaderos, taxistas y labradores son corruptos? Claro que no, pues la corrupción, como la virtud, la desidia o la decencia tienen que ver con la persona, no con las características de lo que hacen. Hay actividades delictivas que son corruptas por definición, pero en las demás hay de todo, y no tienen por qué ser más corruptas que otras la política o poesía, las artes plásticas o el cine.

 

 

Bertolt Brecht fue un gran autor que siempre estuvo luchando por sus ideales, apoyó el régimen de la República Democrática Alemana y hasta dirigió una serie de actividades teatrales que estaban subvencionadas por el gobierno de Berlín-Este. Es un caso en el que la política, el poder y el intelectual respiran el mismo aire. Si eso sucede en Occidente se le mira con lupa, pero hay que pensar que si el Partido Comunista francés hubiese gobernado en París seguramente Sartre habría colaborado con él. José Martí creyó en la independencia cubana y murió en la guerra de hace más de un siglo, pero si hubiese sobrevivido es probable que hubiese estado junto al poder cubano, y sería honesto o corrupto dependiendo de si se hubiera opuesto o entregado a la dependencia norteamericana, porque habría cambiado de caballo en plena carrera.

 

 

La deducción es evidente: un artista o un intelectual debe ser independiente, es decir, debe ser honesto consigo mismo, con sus ideas y su manera de concebir la sociedad en que vive. Esto nada tiene que ver con el poder, sino con la reflexión y la creación. Y no hay corrupción en el artista o creador que en determinado momento ejerce una acción política, porque es la suya, porque coincide con su manera de pensar. Y ahí termina toda relación, pues si esto se hace en función de beneficios personales que puedan lograrse posteriormente empieza a entrarse en el callejón sin salida de la corrupción. Entonces sí.

 

 

Hay, además, creadores e intelectuales que se mueven en la política activa, más allá de la reflexión o la crítica, y esto se ha visto más en América, donde grandes creadores fueron diputados, embajadores e incluso presidentes: Rubén Darío, Pablo Neruda, Octavio Paz, Rómulo Bethencourt… Vaclav Havel, autor dramático, fue presidente de la República Checa, y Rafael Alberti, Carlos Barral, Ortega y Gasset, Pérez Galdós y tantos otros fueron diputados, Albert Camus luchó con la Resistencia Francesa frente a la invasión alemana y el colaboracionismo del gobierno títere de Vichy, Alejandro Casona, en su función de inspector de enseñanza durante el gobierno republicano, sembró bibliotecas por los lugares más alejados de nuestra geografía, Max Aub se entregó a las Misiones Pedagógicas, y Federico García Lorca recorrió media España promocionando el teatro clásico con su “Barraca”, pagada por el gobierno de la II República. A estos últimos, pensar en la cultura colectiva y actuar en consecuencia les costó caro, a Casona el exilio y a Lorca la vida. Y de las mujeres podemos decir lo mismo: Mercedes Pinto, María Zambrano, Rosa Chacel, Margarita Xirgu, Mercé Rodoreda… ¿Hubo pesebrismo en todas estas personas?  Es obvio que no.

 

Por ello, hay que ser cuidadoso, porque casi siempre son más corruptos quienes esperan calentarse a cualquier sol, y no acabo de fiarme de los artistas e intelectuales que dicen a boca llena que la política no va con ellos. Ya dijo Antonio Machado que es necesario que hagamos política, porque, si nosotros no la hacemos, otros y otras la harán por nosotros. Los intelectuales y toda la población son tan políticos como los diputados, cuando hay coherencia y piensan en lo colectivo, no se acercan al poder para medrar. Los y las que dicen no querer saber nada de política (incluso la desprecian, siempre que no entren en su circuito benefactor) son los que solo piensan en sí mismos. Esa es la mayor corrupción que existe.