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El hoyo de Saramago

Cuando alguien dice lo que muchos no quieren oír, lo habitual es que sea tachado de desconocedor de lo que habla (ignorante, por ser claros) y puede incluso que sea acusado de desleal a quien nunca se ha jurado lealtad, o a quien pretende que los demás digan solo lo que a ese alguien le conviene (o cuando no se piensa lo mismo). El caso es que sé que este artículo no va a levantar oleadas de entusiasmo, pero tengo la obligación de decir lo que pienso, porque a veces callar puede convertirte en cómplice de quienes creen que expresarte con claridad equivale a una agresión, o llegan a invocar grandes palabras como traicionar a la sociedad, o más solemne aun, a Canarias.

 

 

No me gusta ser maximalista ni entonar proclamas apocalípticas, pero, si abrimos los ojos y sumamos dos más dos, tendremos que convenir que Canarias está en una emergencia histórica, que va por la cuerda floja sobre un abismo, y, lo más grave, parece que hay una pátina de silencio o que, quienes lo ven entierran la cabeza como las avestruces, porque son partícipes de ese estado, porque no saben cómo salir del laberinto o, todavía más terrorífico, porque creen de verdad que estamos en un gran momento y que todo lo que se diga son especulaciones conspiranoicas. Pero, como en el cuento de Monterroso, cuando despierten, el dinosaurio todavía estará ahí, y si no despiertan también.

 

 

Eso que he dicho en el anterior párrafo, traducido al román paladino, quiere decir que nos estamos yendo al carajo como en ningún otro momento de nuestra historia; no exagero, porque cuando sucedieron las muchas crisis que hemos padecido, el drama afectaba a treinta mil personas, a doscientas mil, y no a todas, y en estos momentos, si se produce el colapso, afectaría a más de dos millones, y solo el 5%, ciento diez mil, estarían en condiciones de largarse tranquilamente a Londres, a Bilbao o a Kuala Lumpur. Pero es precisamente ese 5% el que, desde siempre, ha tenido y tiene la sartén por el mango, y sigue usando en 2024 el mismo sistema que hace cincuenta, cien o trescientos años.

 

 

Todo eso de las urnas y la soberanía popular depositada en el Parlamento, en los cabildos y los ayuntamientos, vigilados por el gobierno central y la Comisión de Bruselas, es la manera de justificar el desastre que los favorece, y nos hacen creer que se llama democracia (que conste aquí que deploro expresamente cualquier aventurerismo político, pues si no me tragué el mensaje a Moisés en el monte Horeb, de una zarza ardiendo sin consumirse -Yaveh-, menos voy a creer a tanto iluminado como anda suelto, venga de donde venga). Solo invoco el sentido común, la lógica elemental, incluso las matemáticas, que ponen en números indiscutibles los vagos discurso con que tratan de enredarnos.

 

 

Decía Saramago que, si te estás hundiendo en un hoyo, lo primero que tienes que hacer es dejar de cavar. Pero aquí cada vez el hoyo es más profundo, y no veo siquiera que se piense en dejar de cavar. Parece que los mesías canarios de la política, la economía y de todo lo demás han sido invocados por un tajinaste ardiendo con un mensaje redundante y por lo mismo muy claro: turismo, turismo y turismo. Por supuesto, es el motor de nuestra economía, lo que pasa es que tira de forma asimétrica, pues la transmisión hace que una rueda tenga mucha fuerza y las otras apenas sirven para dejarse arrastrar, pero aguantan.

 

 

Si digo que cualquiera puede ver -y pudo prever- lo que ahora ocurre, no creo traicionar a nadie, y menos a mí mismo, porque, desde hace más 40 años debo haber escrito centenares de artículos en los que he defendido la diversificación de la economía, he recordado la enseñanza popular de no poner todos los huevos en el mismo cesto. No he sido yo solo, mucha gente ha clamado en el desierto, y lo que hace veinte o treinta años se veía como una hipótesis, ahora es una realidad. Lo más triste es que quienes pudieron cambiar el rumbo de las cosas no movieron un dedo; es más, ahora que no hace falta utilizar la lógica básica para ver el disparate en que estamos metidos, se sigue cavando en el hoyo. Decían que la pandemia era una oportunidad para tratar de cambiar el rumbo, pero desde que empezaron a llegar de nuevo millones de turistas se olvidaron los buenos propósitos.

 

 

No demonizo el turismo, digo que Canarias por su sensible geografía, por su escasez de suelo, por su demografía digna de Indochina, no puede aguantar este ritmo. Es más, incluso pretenden más turistas, más negocio, más pisos turísticos en una tierra en la que la vivienda va camino de convertirse en un drama social, pues ni la compra ni el alquiler de una vivienda digna está al alcance de la mayoría de los habitantes de Canarias. Como botón de muestra, hay un cabildo que está haciendo promoción para que pasen aquí todo el año extranjeros que hacen teletrabajo, que pagan sus impuestos en otro país y pueden pagar alquileres caros porque los salarios de aquí le dan risa a un holandés o a un escandinavo.

 

 

Todos los problemas derivados vienen de ahí, porque los canarios no tienen donde vivir y andamos locos por ser sede del Mundial de fútbol (cueste lo que cueste) porque, dicen, hay que dar visibilidad a Canarias. Si supieran que Canarias es visible para Europa y el mundo incluso mucho antes de que pasara por aquí Cristóbal Colón, no haría falta gastarse tanto dinero en promociones, festejos, ferias y otras atracciones (que ya se han convertido en una peligrosa economía paralela). ¿Para mejorar los salarios, la sanidad, la educación, la vivienda, los servicios sociales y el bienestar del 95% de la población? No; para traer más turismo y seguir cavando en el hoyo de Saramago. Pero que no cunda el pánico, en junio vendrá Marc Anthony a salvarnos.

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Improvisaciones en el Día de las Letras Canarias

Mañana es Día de Las Letras Canarias. Alguno había que poner y se decidió que venía bien la fecha de la muerte de Viera y Clavijo, aunque habría valido cualquier otra fecha relacionada con la literatura y con Canarias. Desde 2006, cada año, se dedica a un nombre clásico de nuestras letras, es decir, muerto, ya que finalmente todos acabaremos siendo clásicos, aquí no va a quedar ni el apuntador. Es una buena costumbre, porque durante ese año se realizan actividades, ediciones y recordatorios de un autor o autora y su obra, y lo decide el Gobierno de Canarias, normalmente en otoño, para dar tiempo a programarlo debidamente; aunque este año esperó al invierno, como si hubiera escasez de nombres, porque es posible que aquello de no tener ni p… idea sobre la identidad canaria sea contagioso y sea un mal general, que ya el Parlamento de Canarias dio alguna muestra cuando aprobó una PNL que proponía al Gobierno que el “literato” escogido para homenajear en el año 2012 fuese el eminentísimo científico Blas Cabrera Felipe. Vamos, como proponer a Manolo Millares como mejor deportista canario del siglo XX.

 

 

Este año han decidido que la figura sea Ángel Guerra, que es el seudónimo (o heterónimo, no lo sé) del periodista y escritor lanzaroteño José Betancor Cabrera, un hombre que, además de su dedicación periodística y literaria, siempre estuvo muy comprometido con temas sociales, y fue benefactor de otros canarios que llegaron a Madrid después que él. Lo que Machado llamaría “un hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno”. Fue, además, amigo de Galdós, y dicen que discípulo, cosa que debe ser cierta, porque afirmó Ramón Pérez de Ayala, otro amigo de Galdós en sus últimos años, que Don Benito era una fuente de sabiduría, aunque no dijera una palabra. De hecho, el escritor que ahora celebramos tomó su nombre literario de uno de los personajes de Galdós.

 

Por cierto, y ya que hablamos de seudónimos y heterónimos, tenemos que hablar de nuestro Rafael Romero, que firmo como varios heterónimos galdosianos (Máximo Manso, El Doctor Centeno), aunque el que ha perdurado es Alonso Quesada, un espejo deformo de don Quijote. Y al hablar de Quesada, me resulta curioso que su nombre se esté ninguneando de alguna manera; es un escritor que la oficialidad ha despachado con alguna escultura y el nombre de un instituto de Secundaria y Bachillerato en la Ciudad Alta, un gran instituto, por cierto, que está empeñado en conservar y expandir la memoria del gran poeta y narrador canario.

 

Traigo esto a colación porque se han celebrado 19 ediciones del Día de Las Letras Canarias, se han recordado autores y autoras de nuestra memoria literaria, pero creo que se ha ido escogiendo por impulsos, sin una coherencia que respete lo que un amigo escritor llama “El orden natural de las cosas”. Fue antes Pino Ojeda que Josefina de la Torre, y Arozarena se adelantó a Agustín Espinosa. Todos son grandes, y lo es el entrañable lanzaroteño Ángel Guerra, y todos merecen ser recordados y leídos. Una celebración así no puede ser elegida al buen tun-tú. Y encima hay ausencias que chirrían. ¿Cómo es posible que, en 19 años, no haya habido un gobierno capaz de señalar a Alonso Quesada como escritor al que dedicarle un Día de las Letras Canarias? ¡Pero si es uno de los “inventores” de la poesía con mayúsculas en el siglo XX y otro tanto en la narrativa!

 

Podría ser que Alonso Quesada, uno de los más grandes en los cinco siglos de nuestra historia literaria, fuese un escritor oculto, desconocido, raro, y que solo aprecian su enorme valor unos pocos escogidos de la secta del agradecimiento y la memoria, capitaneados por Lázaro Santana, Yolanda Arencibia y Andrés Sánchez Robaina. Es que, si no, no se entiende que nuestro Rafael Romero, nuestro admirado e imprescindible autor no haya tenido ya su Día de las Letras Canarias. Es cierto que los homenajeados hasta ahora lo merecen (no sé tampoco por qué Viera y Clavijo fue celebrado en 2006 y luego en 2013), pero tiene que haber un orden, por peso, pero también por cronología. No puede ir antes Espronceda que Lope de Vega. Eso es lo que está sucediendo aquí. Pero a lo hecho, pecho, y lo que se requiere es que este año conozcamos mejor al gran Ángel Guerra, y para años venideros que el Gobierno se asesore, que para eso hay dos magníficas universidades y una muy activa Academia Canaria de la Lengua, además de otras personalidades con conocimiento y criterio. Es que cuando la política se mete a ordenar la cultura sin ton ni son, pasan estas cosas.

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Universos paralelos y me llevo una

Confieso que, desde niño, miraba al cielo nocturno y sentía vértigo. Entonces no había contaminación lumínica, y en las noches de luna nueva despejadas, desde un lugar de las medianías de la isla se miraba a un infinito en el que los contrastes eran nítidos, porque la farola más cercana estaba a muchos kilómetros y la pobre intensidad de su luz apenas rompía la oscuridad en un radio de muy pocos metros. El cielo, lleno de puntos luminosos, unos parpadeantes, otros agresivos por su brillo permanente, eran una compañía bellísima y al mismo tiempo inquietante, porque, a los pocos minutos de estar tumbado mirando el cielo, esas luces adquirían una especie de tridimensionalidad. Cuando en la escuela, el maestro dijo que había estrellas tan lejanas que veíamos pero que ya no existían, y nos seguía llegando su luz, me pareció que el maestro deliraba, pero, con mi incredulidad, aumentó mi desasosiego, aunque, con lo de años-luz, las velocidades a las que se mueven los astros o la propia existencia del universo, entonces no entendía nada. Ahora tampoco.

 

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Viajamos en una bola que gira sobre sí misma a una velocidad de más de mil kilómetros por hora (varía del Ecuador a los polos) y sigue una órbita elíptica alrededor del Sol a una velocidad media de unos 30 kilómetros por segundo. Es como si estuviésemos girando como un trompo y al mismo tiempo lanzados a toda leche, y con la sensación de estar quietos. Si eso se nos hace difícil de asimilar, todo lo que se especula sobre estas dimensiones casi del género fantástico es para echarse a temblar, porque, aunque procede del racional mundo de la ciencia, viene a funcionar en los humanos como las religiones que ha habido y hay en este tramo de civilización de unos pocos miles de años, porque también se especula sobre posibles civilizaciones pasadas y desaparecidas, de las que no hay siquiera un leve resto arqueológico. Es cuestión de fe.

 

Por eso, mirar el cielo estrellado, aunque ahora se vea más difuso por la luz propia de este mundo urbano, sigue inquietándome. Porque cuando leí Historia del Tiempo (1988), pensé, con esa petulancia propia de la juventud, que Stephen Hawking había resuelto todas mis dudas, y con una irresponsable soberbia acepté que el tiempo había empezado hace 15 mil millones de años, y unas cuantas “certezas” más. Pero resulta que ese libro es muy importante y su autor una lumbrera, pero, en el territorio del que estamos hablando, no deja de ser una especie de catón iniciático, una guía para entrar en asuntos mucho más complejos que, a la postre, vuelven a funcionar como religiones, aunque sé que a mi gran amigo Adrián seguramente esto le parecerá una blasfemia científica. Siempre he sido más terrestre que terrícola, porque la segunda acepción me obliga a circular por dimensiones para las que no tengo carnet de conducir. De manera que, vuelvo a sentir la fascinación, el vértigo y a menudo el terror porque no alcanzo a integrar todo esto en el pensamiento racional (es que algunos vamos todavía por Descartes).

 

Ya es normal que en las conversaciones salgan temas como la teoría de cuerdas y los universos paralelos. Ahí el río se mueve por complejos meandros o se lanza por veloces descensos que no hay piragua que navegue. He seguido esas pistas con gran curiosidad, y lo mismo que hace años llegué a creer que entendí las conexiones de la Ley de la Relatividad, que luego Hawking dinamitó y dicen que el experimento sobre el bosón de Hibss restauró (a mí que me registren), cuando leí lo de la Teoría de cuerdas  también creí comprender, pero empiezas a hurgar y el asunto este del multiverso viene de muy lejos, dicen que de Einstein, aunque otros  creer que entre las líneas de las formulaciones de Newton y Kepler ya se intuía, pero sin duda desde el siglo XX es un festival, en la ciencia, en la filosofía de la ciencia, en precursores como Popper, divulgadores de la talla de Asimov o Carl Sagan o creadoras como las hermanas Wachowski, que escribieron y dirigieron las películas de la tetralogía Matrix. Nuestro cineasta (también autor de ciencia ficción) Elio Quiroga, flamante Can de Plata de las artes 2024 del Cabildo de Gran Canaria, realizó un cortometraje basado en un cuento del gran autor polaco Stanislaw Lem, que se mueve en esa órbita.

 

Lo de los universos paralelos confluye con ideas como que los agujeros negros son entradas a otros universos, que existen agujeros de gusano para viajar en el tiempo o que existe una energía eterna, en contraposición “la mano inteligente”, que puede pensarse como El Gran Arquitecto, que es un concepto que la masonería maneja desde hace siglos. Cuando hablo con algún amigo masón, a veces se les destilan estas ideas, y uno se pregunta si realmente hay quien está en la sabiduría que lo conjuga todo, que a la Teoría de cuerdas otros llaman La teoría del todo. De manera, que ahora mismo estoy con la misma inquietud que cuando, de niño, me tumbaba en la hierba a mirar el firmamento en noches oscuras de luna nueva. Como se demuestre que no existe la mano inteligente, a ver cómo justifica Netanyahu las matanzas en nombre del pueblo elegido (¿elegido por quién?).

 

Pero, claro, existe lo que llamamos realidad (o no), y me lleva a pensar que tal vez Sánchez, Feijóo, Puigdemont o Pablo Iglesias pertenecen a universos distintos, que han venido a confluir en este tiempo y este espacio. Desconocemos si su lógica pertenece a uno de esos universos que los simples mortales atados a la realidad no entendemos, que andamos liados con crisis migratorias, colas del hambre, violencia de género, el precio de la cesta de la compra, hipertrofia del turismo, el disparate de comprar o alquilar una vivienda… Ellos están, bueno, no sabemos en qué están, y creo que nunca lo sabremos, porque van o vienen tres o cuatro universos por detrás o por delante del nuestro. Por lo pronto, aunque soy un enamorado de la ciencia, la filosofía y la imaginación, prefiero moverme en lo cotidiano, pero, claro, se están complicando tanto las cosas que tal vez lo más fácil sea montarnos en unos de esos universos paralelos, aunque sea pequeñito, que es lo que creo que está haciendo mucha gente, y se va a vivir en Matrix, al universo de Iker Jiménez, se apunta al club de los eurofans, o va a misa.