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¡Sálvese quien pueda!

 

Ante todo, feliz Día de Canarias, no sé muy bien por qué, ya que cada año hacemos propósitos de esto y lo otro y seguimos en la misma danza de siempre. Vistos los resultados en Canarias, hay diversas combinaciones posibles, aunque alguna está más clara que otras. No voy a hacer análisis ni cuentas, que de eso ya estamos saciados, pero lo que sí está claro es que en Canarias la voluntad popular se disuelve apenas se cierran los colegios electorales. Bueno, en Canarias y en cualquier lugar donde haya democracia parlamentaria. Si se ajustara el sistema, tal vez los gobiernos se parecerían más a la voluntad mayoritaria. Y acabar con el sistema D’Hont, que siempre favorece a las mayorías. Pero es lo que hay y toca aguantarse, porque no veo cómo sería un sistema más justo, ni me toca hacerlo.

 

 

Sí diré que me ha dado cierta tristeza ver cómo Ángel Víctor Torres se puede ver apeado de la Presidencia, después de haber toreado un tsunami de crisis, unas habituales como la guerra y la inflación, y otras inimaginables como la pandemia, el volcán, o los superincendios forestales, lo de los turoperadores, la calima apocalíptica de 2020, además de la llegada de pateras, gana las elecciones, pero los números no dan, salvo carambola imprevista. Tampoco le ha ayudado la política rarita de su jefe en Madrid con respecto a Marruecos, que sigue sin ser explicada, y le ha faltado plantarse frente a Sánchez y pedirle explicaciones claras. Nadie es perfecto, pero hay que reconocerle que, con aciertos y errores, no ha habido un presidente canario que lo haya tenido tan complicado. Pero las urnas las carga el diablo; eso le pasó al mismísimo Churchill, que después de haber sido el pilar del Reino Unido y de los aliados, en condiciones muy difíciles durante la II Guerra Mundial, fue desalojado de su cargo de primer ministro en las siguientes elecciones. Cosas de la política.

 

Así que no ha dado tiempo a regodearnos con el ascenso de la UD Las Palmas, y para remachar, Pedro Sánchez arrastra de grande el lunes por la mañana y convoca unas elecciones generales sin margen de tiempo. Las contrarreloj se le daban muy bien a Induráin, pero no sé cómo ha cogido la sorpresa al propio PSOE y a los demás partidos, sin tiempo para organizarse, sobre todo ese espacio a la izquierda de Sánchez, que tiene que agruparse antes de 10 días, porque ya empieza la cuenta atrás y los plazos para llegar al 23 de julio. Decían en mi pueblo que la gata que pare aprisa pare los gatos ciegos.  Aunque todos digan que están preparados, es obvio que los ha cogido con el paso cambiado, y encima las negociaciones para formar mayorías en los parlamentos, los cabildos y los ayuntamientos se van a producir en la carrera hacia las generales, e interfiere porque una mala jugada puede ser decisiva ese caluroso día de cita en las urnas. Pues si la lluvia no es buena para citas electorales, los calores desaforados propios de los veranos ya en plena degradación por el cambio climático pueden ser un obstáculo importante para la participación. Y las vacaciones. Ah sí, el voto por correo, pero como vote por correo solo una pequeña parte de quienes en esa fecha no van a estar en su urna, el bloqueo de Correos está cantado.

 

Pero esa tampoco es mi responsabilidad, y aunque trate de disimularlo, a Feijóo lo ha pillado atándose los zapatos. Supongo que pensaba pasarse las próximas semanas calibrando cómo y dónde pactar con Vox y qué va a tener que ceder; si hay mucho ruido, Su discurso de moderación puede ser muy contradictorio. De manera que, aunque sea terrible porque nos estamos jugando la ruta de cuatro años importantísimos, buscaré la parte divertida, y tengo la curiosidad de ver cómo Ayuso va a tratar de adelantar por la derecha a Feijóo y la cara que ponen los varones del PSOE. Los nacionalista vascos y catalanes pueden sacar tajada de esta improvisación, si son listos (y lo son), pues se ha producido la paradoja de que, con su perreta antisoberanista contra Bildu con ETA al fondo, el PP ha ayudado a llenar más las urnas de votos en todos los lugares donde hay nacionalismo pata negra. Aquí no, porque solo hay canarismo, insularismo y conchabismo, pero nacionalismo no, y eso lo ha dejado claro Ana Oramas en el Congreso una y otra vez con su acciones.

 

Y encima le fastidian las vacaciones mallorquinas al rey, que tiene que quedarse en Zarzuela para realizar las consultas con los líderes de las fuerzas políticas. Es que me da la impresión de que Pedro Sánchez se levantó el lunes con la idea de “¿quieren elecciones generales? Pues toma arroz, Catalina”. Lo de la presidencia europea de España, la inflación, la sequía, el disparate sanitario y la mili de la Princesa de Asturias quedan en segundo plano y Sánchez, mientras lo comunicaba desde las columnatas de Moncloa debía estar pensando aquello de “¡Muera Sansón con todos los filisteos!”. Pues eso, ¡sálvese quien pueda!

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UD: La marca de nuestro corazón isleño (*)

(He actualizado el artículo que publiqué con motivo del anterior ascenso de la UD Las Palmas, en junio de 2015. No he podido escribir nada nuevo porque la UD Las Palmas es un sentimiento inmutable).

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Es una evidencia sociológica que la UD Las Palmas es una seña de identidad canaria que nació en Las Palmas de Gran Canaria a mitad del siglo pasado, y la mitad del tiempo ha militado en la máxima categoría. Durante la segunda mitad del siglo XX, el equipo amarillo fue ganándose un prestigio de buen fútbol, que tuvo su mayor brillo a finales de la década de los sesenta y casi toda la de los setenta. Son leyenda los nombres de entonces, sobre todo los prematuramente desaparecidos Guedes y Tonono, junto a una serie de nombres canarios personificados en Germán Dévora, aunque los que vivimos aquella época podemos decir de corrido las alineaciones de los distintos periodos, que se unieron a la época de los argentinos, que se acomodaban perfectamente al fútbol pausado y técnico propio de nuestra tierra.

 

UD Las Palmas on Twitter: "???? Personaliza tu móvil con ...

También están en la memoria legendaria de todo un pueblo, entrenadores que supieron entender la esencia del fútbol que aquella mítica escuadra practicaba: Vicente Dauder, Miguel Muñoz, Pierre Sinibaldi, Pacuco Rosales, Quique Setién, y sobre todos ellos el faro de la epopeya, Luis Molowny, macerador de una selección juvenil campeona de España que fue más tarde la base de los días de mayor gloria del equipo y que él dirigió con mano maestra. Conviene recordar la historia para que se entienda que la camiseta amarilla, además de entusiasmo, merece respeto, un sagrado respeto.
Si la UD es un sentimiento amarillo y azul que abarca todo el archipiélago canario y lo trasciende, en Gran Canaria es un estandarte en el que se sienten representadas centenares de miles de personas, la isla entera, incluidas aquellas que no son muy futboleras. Todos recordamos a nuestras abuelas o madres, que generalmente nunca vieron un partido y desde luego no sabían lo que es un fuera de juego, que todos los domingos por la noche nos preguntaban «¿Cómo quedó Las Palmas?» Eso significa que la UD no es simplemente un equipo de fútbol. Es nuestra marca, que no ha surgido de un gabinete de diseño, sino del afecto depositado por muchas generaciones isleñas, especialmente grancanarias. La UD Las Palmas es la encargada de pasear por todo el mundo nuestro nombre, nuestras ilusiones y nuestra idiosincrasia convertida en una manera especialmente bella de jugar al fútbol, que medio siglo más tarde bautizarían como el tiqui-taca, cuando la Selección Española encadenó tres grandes títulos, y que, como bien señaló el entonces director del diario deportivo As Alfredo Relaño, no fue un invento reciente porque ya jugaba así genéticamente la UD Las Palmas de los años sesenta.

Ha cambiado mucho el fútbol no solo en las canchas sino también en la estructura y organización de sus ligas y equipos; pero esas cosas son, la una estrategia deportiva, la otra burocracia. La UD Las Palmas sobrepasa todo eso; sigue siendo un símbolo identitario sin discusión posible porque no es racional; es un sentimental latido que forma parte de la alegoría y la respiración de una isla. No se puede pasar por encima de tanta memoria apasionada, y por eso hoy, cuando el equipo amarillo y azul vuelve a la Primera División, llamada hoy Liga Santander, hemos vuelto a ver saltando al césped del Gran Canaria a todas aquellas leyendas que se forjaron en el viejo Estadio Insular. Dentro de otro medio siglo, las generaciones futuras rememorarán al entrenador Paco Herrera y a los Valerón, Viera, al «Chino» Araujo  (artífices del último ascenso antes de este), a García Pimienta, al equipo actual, con Viera a la cabeza, y a todos los demás jugadores actuales como la imagen congelada del último y esperemos que definitivo ascenso. Para la ciudad y la isla tener un equipo en la máxima categoría supone una inyección ilusionante de moral, pero también es un impulso económico indudable, que vendrá a ayudarnos a combatir los desafíos económicos, laborales y sociales que tenemos delante y que, además, coinciden con el comienzo de una nueva singladura política. Por encima de todo eso, que es sin duda muy importante, está el orgullo de una sociedad que hoy se mira de otra manera; ha subido su autoestima y sabe que el empuje de tantos años y tantos sueños ha conseguido un objetivo que nos une porque se lo debíamos a nuestra historia colectiva. La UD Las Palmas es la memoria de lo que fuimos y de lo que somos, y para el futuro es nuestro mejor logo, porque es la marca de nuestro corazón isleño. Gracias por el esfuerzo y felicidades.

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A ver qué dice Casimiro

 

Enfilada la última semana de campaña electoral, tengo la impresión de que, quienes van a ir a votar, tienen en su mayoría decidido el voto. Así que lo que escuchamos no es más que ruido. Aunque en determinada institución vuelvan a gobernar los mismos, en las semanas e incluso meses venideros van a producirse relevos, debates sobre quién y cómo pero el qué seguirá ignorado. Habrá partidos políticos que tirarán de la manta según les convenga para tener poder en unas instituciones a costa de sacrificar su representatividad en otras, pasando por encima de los votos recibidos. Otros harán más ruido y se declararán piedra en el camino de los que gobiernen, y se reproducirá el ruido cada vez que alguien trate de remover cualquier asunto que ha permanecido igual toda la vida, o se rasgarán las vestiduras cuando el adversario trate de hacer algo que ellos han hecho sin que nadie les chistara.

 

 

Así pasará el tiempo, sonarán las trompetas del Apocalipsis que anuncian el fin de los tiempos y luego puede incluso que pacten algunos acuerdos que les convengan a ellos, argumentando que es por el interés general. En lo que se refiere a Canarias, no gobernarán quienes tengan más apoyos, porque la pugna la deciden unos pocos diputados que se habrán conseguido con un pequeñísimo porcentaje de votos, lo que durante décadas hicieron los de Asamblea Herreña independiente. Ahora lo han maquillado con una lista adicional que abarca toda la comunidad, pero es más de lo mismo. Antes decidían los Padrones Herreños, ahora gobernará quien diga Casimiro Curbelo. Hemos pasado del Padronato al Casimirato.

 

En resumidas cuentas, la ciudadanía está harta de que se vayan todas las energías en discutir procedimientos y que luego nada cambie a favor de la gente. Es como si las fuerzas políticas y las instituciones tuvieran en las alturas una partida de un juego muy entretenido para ellos y para las grandes corporaciones que se reparten la influencia y el poder en la política pública y en eso que llaman sociedad civil. Ni se atiende a las necesidades más básicas de esta tierra, ni se abordan con valentía asuntos que son vitales para nuestra supervivencia: demografía, desigualdad, amenazas veladas de países vecinos. No acabamos de estar seguros de si cualquier gobierno central (en eso, todos hacen los mismo) nos va a usar un día de estos como moneda de cambio.

 

Todo esto podría ser de otra manera si no hipnotizaran a la población con la ignorancia programada, a base de festejos, laminación de planes de estudio que enseñen a pensar y discursos triunfalistas cuando, ni siquiera todos los que tienen trabajo pueden comer. Solo importa llenarlo todo de turistas, que, a este paso, no sé dónde van a meterlos. Y como guarnición hay una permanente campaña de desprestigio de la cultura que ennoblece al ser humano. En España la palabra cultura siempre desencadena alergia. Artista es una palabra que solo tiene sentido respetable entre la farándula del tablao; fuera de ahí suena a menosprecio. Como de alguna manera hay que llamar a quienes se ocupan de lo no tangible, se ha decidido llamarlos intelectuales, con lo que la palabra ya suena como un insulto, y cuando se habla de intelectuales y artistas surge una maliciosa sonrisa social aprendida de Patán, el perro de dibujos animados de Pierre Nodoyuna. Esto siempre ha sido así en España, aunque ahora rindan homenajes, pongan estatuas y rotulen calles con sus nombres, tampoco en el pasado la gente de la cultura gozó del respeto ciudadano, consecuencia seguramente de que nunca tuvo el institucional.

 

Sin embargo, desde que doblamos la esquina del siglo y el milenio, atacar, destruir y degradar la cultura se ha convertido en deporte olímpico. Por esos años, surgió la expresión «rebelión de los iletrados» como anuncio de lo que empezaba a ser una realidad, y se ha generalizado hasta el punto que se ha levantado la veda contra todo lo que huela a pensamiento crítico. Importa poco resaltar la evidencia de que los países que cuidan y promueven la cultura, y por ende el respeto a quienes trabajan en ella, son los más avanzados del planeta; tampoco importa decir que la cultura es un factor económico que, a pesar de las penurias y persecuciones encubiertas, aporta el 3,5% del PIB y que es un nicho de empleo sobre todo a partir de pymes y autónomos; da igual que en Europa todo el sector de la cultura genere más empleo que todas las grandes corporaciones energéticas, financieras y de telecomunicaciones juntas (son cifras de la propia UE); todo eso se desprecia, porque a quienes pueden resolverlo no les importa el desempleo, y de paso se promueve una imagen negativa de los artistas e intelectuales como arma destinada al embrutecimiento general.

 

Me he tomado la molestia de echarle horas al repaso de los programas de todos los partidos políticos, viejos, nuevos y mediopensionistas, y no he encontrado en ninguno una sola idea que indique que se respeta la cultura en cualquiera de sus vertientes, sea como fuente de empleo, generador de economía o respiración y alma de un país. Los programas están llenos de lugares comunes, frases hechas y ambiguas declaraciones de intenciones. Y desde luego, entran en este sector tan fundamental la enseñanza y la investigación. Y siguen llamado “gasto” a los presupuestos de educación e investigación; en primer lugar, no es un gasto, es una inversión, y no es desdeñable el esfuerzo en desmantelar un sistema y convertirlo en fábrica de autómatas al modo de los epsilones que aparecen en la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley. Por eso, unos adrede y otros por inercia, todos participan en la voladura controlada de la cultura de este país. De Canarias en particular ni hablo, navegamos entre la pena, el asco y la indignación. A ver qué dice Casimiro.