¿Aconfesionales, laicos o revueltos?

 

Para evitar conclusiones inexactas, hay que recordar que en la Constitución de 1978 (Artículo 16.3): “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Es decir, se tienen en cuenta todas las creencias pero expresa claramente que se mantienen las relaciones sobre la Iglesia Católica. Lo que significa, entre otras cosas, que hay trato especial que, encima, se refuerza con acuerdos con el Vaticano, pues no olvidemos que el Papa, además de jefe de La Iglesia es jefe de Estado.

 

Por eso se dice que España es un estado aconfesional, que a menudo confunden con estado laico, término que la RAE parece tener claro: «Independiente de cualquier organización o confesión religiosa». El laicismo por su parte es una doctrina que defiende la clara separación del Estado de cualquier religión, y la laicidad es el concepto en sí mismo. Si lo miramos bien, en el Occidente cristiano hay pocos estados laicos pura sangre, por no decir ninguno, puesto que hay costumbres seculares que inciden en la forma de vida de la gente, sea creyente o no. Para empezar, el monarca inglés también es la cabeza de la Iglesia Anglicana. El ejemplo más claro es La Navidad, que forma parte del calendario colectivo y aun del personal. Y hay otras costumbres que enganchan con el santoral o el calendario cristiano, como los carnavales, que dependen de las fechas en que se celebre cada año la Semana Santa, y hasta Halloween tiene cierta relación porque empata con el Día de Difuntos, aunque provenga del mundo celta, pero ya sabemos que La Iglesia ha ido adaptando a sus celebraciones muchos ritos paganos. De todos estos países, España es uno de los más alejados de lo que sería un estado laico, porque gran parte de las celebraciones y costumbres populares de marcado cariz etnográfico se relacionan casi siempre con la festividad de una virgen, un santo o una tradición evangélica o eclesiástica: Sanfermines, El Rocío, el Camino de Santiago y casi todo, incluyendo romerías, vigilias y festivales de toda índole.

 

Por eso, La Iglesia se envalentona e interviene en asuntos civiles, sean relativos a la enseñanza, a la salud o a las costumbres. No se pudo cuadrar el nuevo calendario laboral en el asunto de los puentes porque no hubo consenso con la Conferencia Episcopal, y esto nos retrata claramente como una sociedad que, por mucha que se diga contemporánea, no lo es; o habría que preguntarse de quién somos contemporáneos, porque ya solo falta que en lugar de leyes parlamentarias nuestro ordenamiento jurídico se base en bulas, encíclicas y concilios. Menos mal que el Tribunal Constitucional hizo valer en su momento la ley civil sobre presiones religiosas en lo del matrimonio entre personas del mismo sexo. Se olvidan que Jesús expulsó del templo, látigo en mano, a los mercaderes (Jn. II, 13-22), y cualquiera puede conocer el patrimonio y las actividades de La Iglesia española y sus privilegios, pero esa es otra historia.

 

 

Por eso traigo a colación el diálogo de don Virgilio, un librepensador, y doña Asunción, una mujer creyente y devota:

 

– Ando confundida con tanto famoso en los actos de la Semana Santa andaluza.

 

– No se extrañe, Señora, para muchos es religión profunda, pero para la mayor parte de la gente es tradición, como aquí la romería del Pino o el cordón de San Blas.

 

– ¿Quiere usted decir que esas personas no son creyentes?

 

– Dios me libre, eso sólo lo sabe cada cual; quiero decir que pertenecer a una cofradía, acudir a las procesiones o repetir letanías en público puede ser religión o tradición, o las dos cosas.

 

– Es que me resulta contradictorio que aparezcan con capirotes toreros divorciados y «arrejuntados», personajes que han saltado a la fama por sus andanzas erótico-festivas y hasta un actor que viene de Hollywood a servir de costalero. Y luego no tengo noticia de que vayan a misa.

 

– Es lo que le digo, doña Asunción, cumplen con la tradición, y la Semana Santa es una fiesta como la Feria de Abril, Los Carnavales o La traída del agua en Lomo Magullo.

 

– Pero es que estamos hablando de unos ritos que son los cimientos de la religión católica.

 

– Mire, señora, los pueblos suelen asimilar lo festivo con lo religioso, y al revés, y pobre de aquel que sea crítico. Un ejemplo de eso es la zapatiesta que se montó cuando el ya desaparecido novelista Alfonso Grosso escribió Con flores a María, una novela en la que venía a decir que la romería del Rocío era pura hipocresía.

 

– ¿Y lo es?

 

– Es lo que trasciende de la novela. ¿Ha oído hablar de la etnografía?

 

– Déjese de palabrotas, don Virgilio, que a mí, que como usted sabe son muy religiosa y devota del Cristo de la Sala Capitular, se me abren las carnes cada vez que veo famosas y famosos de la prensa del corazón, duquesas y baronesas con pedigree, y misses con peineta y mantilla detrás de un Nazareno o una Dolorosa.

 

– El asunto es complejo, y no se despacha solo con lo de la hipocresía.

 

– Es que me choca ver a Antonio Banderas con vestidura talar, cantando un himno a la Virgen que él mismo compuso. No sé si eso es tradición o religión, pero no me cuadra.

 

– Pero a lo mejor a él sí, qué sé yo, deje a la gente que viva a su manera, ya que todos reivindicamos respeto. Tampoco creo yo que pretendan ser ejemplo de nada.

 

– Y que conste que el Banderas me cae muy bien, es tan buen chico y tan guapo…

 

– ¡Acabáramos, doña Asunción, acabáramos!

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