Blancanitos y los siete enanieves (II)
Como Canarias se ha puesto de moda por el caso Mediador, casi mejor nos amparamos en las apuestas para la Gala Drag, porque, a estas alturas, soy incapaz de entrar con ganas en discusiones sobre el pleito insular, la existencia de Dios, y muy especialmente sobre cuestiones tostadas y molidas como la identidad canaria, que ahora se pondrá de rabiosa moda discursiva, que para eso hay elecciones en breve. Y no es falta de pasión, es puro agotamiento. Los argumentos -sean los míos o los de mis interlocutores- son como tornillos a los que se les ha desgastado la rosca de tanto uso. Ya no agarran. Por eso me asombro cuando veo a las mismas personas debatir con furor el mismo guion de hace diez, veinte, treinta años. Es que hasta Serrat se cansa de cerrar conciertos cantando Mediterráneo. Esa y no otra es la causa de su retirada.
A veces estos debates se arman sin premeditación, y puedo entender que de pronto alguien se vea por sorpresa machacando lo ya pulverizado. Recuerdo el Congreso de Poesía de La Laguna de 1976, la carajera de los intelectuales después del Manifiesto del Hierro, las sesiones de fundación de un sindicato en las que participé, el Congreso de la Cultura que se hizo en 1985, docenas de mesas redondas en Gran Canaria, Tenerife y hasta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Siempre el mismo tema, y en el mismo punto.
Tengo memoria de esto desde los años setenta del siglo pasado, y se da vueltas a la misma noria. Proyectos, impulsos, programas, agendas… Nunca hay respuestas ni cambios; solo ese zumbido debatiente que unos radicalizan y otros moderan, pero que al final ambos se diluyen en la copa de después. Cuando veo a gente volviendo a dar coces contra el aguijón, tengo una sensación que es mitad cansancio, mitad admiración, por el aguante. Pero hay un peligro, porque las palabras, por insulsas y repetitivas que sean, a veces ponen a funcionar mecanismos que luego resulta difícil controlar. Y esa es una grave responsabilidad de todos. Son muchos los problemas que aquejan a esta sociedad, y si revisas las hemerotecas, vuelven a ser los mismos que hace dos, tres o cuatro décadas. Y las respuestas las mismas, es decir, ninguna, seguimos igual, solo que ahora nos gastamos más dinero colectivo en pan y circo, lo que parece que el pan es cada vez menos.
Como hace veinte años, se deteriora la Sanidad; las listas de espera parecen chistes de humor negro; el personal sanitario está tan quemado que es inevitable que eso acabará trasladándose a la atención a los pacientes, porque no son máquinas; el desempleo en Canarias es grandioso, solo nos superan Extremadura y Andalucía; crece la violencia sexista, se generalizan los micromachismos y repunta el machismo pata negra; hemos tenido en 2022 una ocupación turística espectacular y los salarios más bajos de España, lo que hace que personas con trabajo tengan que acudir a las ONGs porque no les alcanza para lo esencial; se trata a la cultura hecha en Canarias como si fuese una molestia, con ausencia de una política cultural seria y eficaz en todos los sectores; llegan pateras y mueren inmigrantes como moscas en la ya tristemente famosa Ruta de Canarias; de vez en cuando, mezclan churras con merinas y hay detenciones de posibles yihadistas; es incuestionable el abandono institucional de las personas mayores y dependientes, pues el juego del pase de pelota es lo habitual, mientras se alarga un tiempo que ya muchos no tienen; la no-salud mental hace estragos… Podría estar hablando hasta las elecciones de mayo de carencias, olvidos, negligencias y a menudo mentiras por parte de quienes tienen la responsabilidad de velar por el interés general.
Como respuesta a todo este manga por hombro, quienes tienen en sus manos los poderes políticos, económicos, sociales y culturales, han tomado, entre otras, las siguientes medidas:
Montar carnavales y festejos diversos, para que en todas partes haya diversión, circule la cerveza y la gente deje de pensar, que por lo visto es muy malo enfrentarse con la realidad; hay conciertos, cabalgatas, galas, concursos y serpentinas a todos los niveles, y para vestir bien al santo, debates insustanciales cada cierto tiempo sobre el Festival de Música de Canarias.
Organizar maratones y carreras de toda clase, porque correr es saludable y gratis (bueno, gratis no, las zapatillas y las bebidas energéticas no las regalan).
Acudir a las grandes ferias del turismo, con políticos, asesores y seguramente algún cuñado. No se sabe muy bien cómo afectan esos dispendios en la economía canaria, pero habría que encargar un estudio a una empresa de consulting (en inglés queda mejor, dónde va a parar), para cerrarle la boca a algunos malintencionados, que no se explican por qué, si se factura muchísimo más, los salarios siguen raquíticos.
Difundir que las papas «arrugás» con mojo ganan un concurso gastronómico estatal on-line. Lo próximo será colocar los bizcochos de Moya como iconos del WhatsApp. Asistir en traje regional o en frac (según toque) a romerías, funciones religiosas y procesiones o bajadas y traídas de agua, ramas, gofio y lo que se tercie.
Tratar a la cultura como si fuese una lacra para la sociedad. No sería raro que alguien estuviera recogiendo firmas para llevar al Parlamento un proyecto de ley para que las artes plásticas, la creación musical y las artes escénicas sean sancionadas como delito, y la literatura directamente como terrorismo.
Comprar en el mercado de invierno a dos fichajes para los equipos canarios de fútbol que militan en 2ª División. Esa es una decisión de gran calado que sin duda repercutirá en el bienestar del pueblo canario. Y seguir recuperando viejas glorias de ida y vuelta.
Conclusión: La razón por la que los novelistas canarios son tan poco valorados es porque se da la paradoja de que se acercan demasiado a la realidad, y por ello son otros los que crean la verdadera ficción-Disney que hoy es Canarias, que se resume en el hermoso relato Blancanitos y los siete Enanieves (¡uf, falta uno para La Graciosa).