Confunde que algo queda

 

Sigo sin entender el ritmo y los argumentos de la politizada sociedad en que vivimos. Se supone que, cuando se está al frente de las administraciones de un territorio, hay que tomar decisiones y explicarlas, para que la gente sepa qué ha de hacer. Esto se puede hacer mejor o peor, depende de las circunstancias, pero es impresentable que, en lugar de ponernos la cabeza como un bombo con lugares comunes, frases hechas y promesas que casi nunca se cumplen, dijeran claramente qué van a hacer y por qué; cuando hubiera que aventurarse en grandes proyectos o cambios que afectan a todos, hay que abrir un debate, explicar al detalle y, si fuera el caso hacer un referéndum con toda la información sobre la mesa.

 

 

Pero, claro, eso sería encomendarse a movimientos como el Foro de Sao Paulo, ejercer la democracia participativa y otras menudencias de las que nunca se ha oído hablar por aquí, o se habló, pero lograron acallar el ruido desde que se dieron cuenta de que la caída del Muro de Berlín (1989) les dejaba manos libres para hacer el mundo a su medida. Democracia sí, pero de la que nosotros controlamos, que para eso somos neoliberales y hay algunas conquistas de las clases medias y del mundo obrero que nos obstaculizan ese control que necesitamos.

 

Es decir, hace más de treinta años que están dándole vueltas a esta peonza, aprovechando crisis sobrevenidas o provocándolas cuando es necesario, y en ese listado entran las dos guerras de Irak, el atentado de las Torres Gemelas, las dos guerras de Afganistán (una fortaleciendo a los talibanes contra la extinta URSS y otra contra ese monstruo que Occidente creó), las hambrunas, los tsunamis, el cuento de las energías y, ya puestos, la hipocresía, la confusión generada o el silencio impuesto que ha rodeado todo el proceso del covid-19 a nivel planetario. Ya, lo de la guerra en Ucrania es el hervor que faltaba.

 

Sé que todos estos hechos que enumero parecen muy grandes para que podamos hacer algo contra ellos con nuestras leves fuerzas. También ocurre que, como la mayor parte de ellos ocurren supuestamente muy lejos de España, y Canarias es el último confín del Estado, se puede pensar que no influyen en nuestra diaria vida en la que nos enteramos de lo que pasa en el mundo por lo que nos cuentan los gigantes mediáticos, mientras se deja que se consuman en su propia salsa los desaparecidos Derechos Humanos que tanto dicen defender. No hay que ir muy lejos para comprobar esta desidia generada por no se sabe quién, pero que está tan bien organizada que sería imposible que todo surgiera por casualidad y a la vez. Hace unos días, escuché por la calle cómo un ciudadano decía a otro que un pañuelo o un burka de más o de menos en Teherán o en Kabul no iba a afectar a su vida personal, y que si las mujeres de esos países son privadas hasta de la escuela es asunto de ellas (ya sabemos qué fácil es que miles de niñas afganas se levanten contra el fanatismo hipermachista de los varones, incluso sus propios padres o hermanos).

 

Pero sí que nos afecta, y seguimos con las políticas de la ocultación y el engaño, tratando de aparentar que todo está bien, que se avanza en esto y lo otro o que quienes no están en el poder, cuando lleguen, van a arreglarlo todo de un plumazo. ¿Qué van a arreglar, si el mundo actual lleva trabajándose desde que, hace 30 años, se decidió el cambio de dinámicas, con el cuento del desarme nuclear y la colaboración con el Tercer Mundo, que poco después empezó a llamarse Globalización?

 

Por aquí no he encontrado a dos personas que me digan exactamente qué es lo de Chira-Soria, porque el otro problema es que para apoyar u oponerse a un proyecto debiera haber información y debate, lo mismo que en el tren del sur de Gran Canaria, que es una declaración de intenciones de que aquí solo se va a trabajar en asuntos cercanos al negocio turístico. Cuando alguien dice que han cambiado el trazado en el proyecto nuevo, y ahora necesita más territorio y se harían expropiaciones, uno se pregunta qué tenía de malo el trazado anterior que aprovechaba la mediana de la autopista, o qué necesidad hay de montar un pollo urbanístico considerable para que llegue a Santa Catalina.

 

Claro, por supuesto, nosotros somos simples mortales que nada sabemos, ni lo entenderíamos si lo supiéramos, a nosotros no nos ha revelado el futuro una voz sobrenatural proveniente de una zarza ardiente. Por eso no nos dicen cómo va de verdad el asunto de la divisoria con Marruecos de las aguas territoriales, cuándo va a entrar en funcionamiento la Metroguagua, qué trapisonda entreguista se han montado para que los puestos de trabajo fijos en Educación vayan a recaer en manos de personas de otras comunidades, porque aquí algo se ha hecho mal o no se ha hecho, en qué proyecto demográfico racional para el futuro se está trabajando… Pero, tranquilos, que ya empieza el supermundial de fútbol de los Derechos Humanos.

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