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Es hora de plantarse ante la realidad

40 ANIVERSARIO DE CANARIAS7, SUPLEMENTO ESPECIAL IMPRESO DE CANARIAS7.
 
 
Mirar hacia atrás en Canarias puede ser un espejismo que generalmente queda muy bien, porque te salen con aquello de “¿te acuerdas de…? comparando la actualidad con la imagen que se nos proyecta de hace 40 años atrás, cuando Canarias7 irrumpió en el panorama informativo canario, casi coincidiendo con la victoria apabullante de los socialistas en octubre de 1982, que se certificaba como una prueba de fuego, pues se decía que mientras el centro/izquierda (la socialdemocracia) no llegara al poder para alternarse con un gobierno de centro/derecha y el país lo asumiera con normalidad, no existiría la constatación de que la Constitución de 1978 cimentaba sólidamente el Estado.
 
Siempre suele verse la diferencia al enfrentar los medios tecnológicos que había entonces y los que ahora utilizamos. Y se nos antoja la prehistoria aquella primera redacción del periódico plagado de máquinas de escribir, pues hasta la última coma primero se escribía en papel y luego pasaba a la composición y a la rotativa. Luego, a mitad de camino, empezaron las ediciones digitales, y hoy todo se hace desde un teclado de ordenador y con una instantaneidad que entonces era ciencia-ficción. Los avances en el campo tecnológico pueden hacer que pensemos que vivíamos en la Edad de Piedra y ahora habitamos una sociedad futurista.
 
El tema de las comparaciones con décadas anteriores es materia que se explota mucho en el campo del humor, y se resume en que, antes de estos tiempos cibernéticos, vivíamos en el país del Clipper de fresa y los galletones Tamarán. A todos los que hemos atravesado ese espacio temporal, nos huele a niñez o a primera juventud envuelta en nostalgia, pero en realidad no fueron buenos tiempos. Eso no quiere decir que estos lo sean, aunque nos revisten una y otra vez con proyectos que van a cambiar la faz de Canarias, pero que, aparte de que tardan una eternidad en materializarse, si es que materializan finalmente, suelen quedar obsoletos antes del estreno, y siempre andamos montados en la alfombra mágica de proyectos ilusionantes que van desvaneciéndose y raramente sirven para aquello que dijeron que servían. Se embarcan en trenes, la ampliación de aeropuertos, la expansión de zonas portuarias o todo lo relacionado con el agua o la energía, que finalmente no hacen salir a Canarias de la noria a la que parece estar atada dando vueltas sin ton ni son. Seguimos estando en el punto de salida de algo muy grande que se viene predicando desde la eclosión turística y económica de los años sesenta del siglo pasado. Las cifras suelen ser muy robustas, pero antes también lo eran, pero no riega a la sociedad en su conjunto, y si antes había aparceros y empaquetadoras de tomates, ahora hay camareros mal pagados y Kellys con jornadas vergonzosas.
 
Es decir, el Clipper de ahora y los galletones con el pájaro amarillo pintado en el envoltorio son los IPhone y los artistas internacionales que pueblan casi de continuo nuestros fines de semana. Tenemos que retrotraernos hasta el año 1962 para encontrar en Canarias cifras de renta per cápita un 30% por debajo de la media estatal. Es decir, en los últimos 40 años hubo momentos en que nos hemos acercado a esa media, pero se ha vuelto a caer a cifras muy bajas, y resulta obvio, porque andamos a la cabeza de la mayor parte de los parámetros económicos y sociales negativos de España y a veces de toda la UE. Y algo que ya viene de lejos, desde la crisis del petróleo de 1973; desde entonces, el desempleo en Canarias ha tenido malos y peores tiempos, porque, ni en los momentos de bonanza ha dejado de estar por encima de la media estatal.
 
Es palmario que algo se ha hecho mal. Aunque hay un Estatuto de Autonomía, un REF, una ZEC, distintos proyectos europeos que supuestamente consideran a Canarias tierras ultraperiféricas que hay que proteger, la realidad es que siempre hay que estar empujando para que muchas de esas normas que están negro sobre blanco se realicen al menos en parte. Lo más curioso es que ha habido décadas de gobiernos supuestamente nacionalistas y se han limitado a buscar la manera de tapar agujeros, pero nunca han conseguido liderar una sociedad que sabe sumar dos más dos, sin fanatismos ni aventurerismo político, que es la mayoría.
 
Cierto es que nuestras islas no han recibido la atención debida, porque Canarias funciona con mecanismos poco previsibles. En un estado como España, donde la población lleva décadas estancada, con leves fluctuaciones, en Canarias hemos pasado de 1,4 millones de personas de 1982, a los 2,25 millones de ahora mismo, en una progresión clara, pues hasta 2002, veinte años después, la población creció en trescientas mil personas, y desde entonces hasta ahora casi el doble de esa cifra. Ese aluvión poblacional se concentra sobre todo en las islas capitalinas, y es evidente que ese crecimiento poblacional no puede despacharse con la inmigración irregular, que es un porcentaje bajísimo de ese crecimiento, que nos lleva hacia la duplicación demográfica en el último medio siglo.
 
Ante esta avalancha, y en un espacio muy reducido y con poca disponibilidad de suelo, no se han hecho políticas de vivienda equivalente al aumento poblacional. Eso ha hecho que adquirir o alquilar una vivienda sea una odisea a veces imposible, porque la ecuación salarios/precios revienta. Para colmo de desastre, de las pocas viviendas disponibles para alquilar, hay un porcentaje enorme (50% decía este periódico) que está en manos de extranjeros que huyen del frío o incluso hacen teletrabajo desde aquí, y ellos pueden afrontar esos precios porque perciben salarios mayores que los que circulan por Canarias. Necesitamos hacer valer la lejanía, la insularidad y la escasez de territorio. No es fanatismo pueblerino plantearse una gestión racional en la administración de un territorio muy limitado y su demografía. Un ejemplo claro son Los Países Bajos, que lo hace desde hace muchos años para combinar su espacio limitado y su densidad de población, y en la UE se toma como algo inevitable.
 
Me habría gustado celebrar estos 40 años de Canarias7 lanzando campanas al vuelo por haber conseguido entre todos cambiar la columna vertebral de esta sociedad insular y archipelágica, pero debo ser realista, aunque esperanzado, porque esta deriva no puede seguir creciendo indefinidamente. El propósito de los siguientes 40 años debiera ser que, cuando nuestros nietos miren hacia atrás, sientan que están realmente en una sociedad más racional, más justa y menos desigual. Es hora de plantarse ante la realidad.
 
Feliz aniversario a las personas que hacen Canarias7 cada día y a quienes lo leen.
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Moralmente, el planeta ha estallado

 

Cuando yo era joven, las abuelas se sentaban en su sillón de mimbre o su mecedora, y desde ese puesto de mando iban recopilando toda la información de la familia. No salían, pero lo sabían todo, opinaban sobre los asuntos y hasta tomaban decisiones que nadie osaba contravenir. Eran la materialización de la Mamá Grande de los relatos de García Márquez, no se movían de su sitio pero vivían todas las vidas de su familia y más allá.

 

 

La vida ya no es así, afortunadamente. Las madres y los padres no tienen la última palabra sobre nada, y es bueno que así sea porque significa que cada persona es dueña de su vida y obra según sus propios criterios. Los progenitores están para compartir lo bueno y lo malo, pero nada deciden, y no deben hacerlo, por un elemental concepto de libertad individual de los otros y porque, en la mayor parte de los temas, las nuevas generaciones saben más, o al menos entienden mejor un mundo que a los mayores les empieza a ser lejano.

 

Lo digo porque, en estas últimas crisis, nuestros descendientes se acomodan con mayor facilidad a los cambios, mientras que a los que ya tenemos una edad nos cuesta más. Sé de alguno que, aunque sale a pasear, va al supermercado, a la farmacia y hasta a comprarse unas zapatillas, vive un poco a la defensiva, mientras tiene información de cómo sus hijos normalizan cerveza en el terraceo o en las abundantes celebraciones multitudinarias. Me alegro de que sean capaces de adaptarse, aunque uno tiene que cumplir con su papel de Pepito Grillo, como cuando nuestras madres nos decían aquello de “llévate un suéter, que por la noche refresca”.

 

Tanta ternura protectora tiene su contrapartida en el desprecio del respeto a la vida. Los prorrusos más fanáticos, dicen que hay que matar a los niños y niñas de Ucrania, y así acabarán los problemas en el futuro. Decir que el mundo se ha vuelto loco es decir poco, porque no me entra en la cabeza que puedan asesinar a tiros, cazados como conejos, a niños sencillamente porque son de otra raza y hablan otra lengua. No hay política o religión que pueda justificar algo así. Es crueldad, maldad, fanatismo y todo a la vez. Y esa frialdad con que se quita la vida a unos párvulos es la misma que hace que quienes ya no saben dónde meter sus millones quiten a otros el pan de la boca, eufemismo que ya ni siquiera trata de ocultar la voracidad feroz de quienes se nutren de la miseria. Qué vergüenza pertenecer al mismo género humano que estos desalmados sin conciencia, que cometen los actos más atroces precisamente en nombre de esa conciencia que no tienen. Por eso hay que tener mucho cuidado con las grandes palabras, porque a menudo las usan para aniquilar al otro.

 

Leonard Cohen lo escribió, poniendo voz a los poderosos que se suceden en todos los tiempos, regímenes y circunstancias: «Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado». Lo mismo que el profeta Isaías, Cohen anuncia lo que ha de venir, porque supone que el mundo fue así durante cinco mil años de historia escrita y no iba a cambiar en un suspiro. Orwell anuncia, como el profeta Daniel, que «será por tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo», y Huxley toma la voz de Jeremías, que dijo que «Todas las naciones le servirán a él, a su hijo, y al hijo de su hijo». Es decir, todo parece estar escrito, y se hará realidad la obra de obispos, de iluminados y de tantos otros, impulsada por la cúspide vaticana en complicidad con los poderes mundanos. Serán enviados ángeles exterminadores que impartirán justicia y castigos: un arcángel contra el albedrío de las mujeres pecadoras (ahora anda por Irán y Afganistán), otro contra los pusilánimes que perdonan, y todo un coro de ángeles de todo sexo, entonando cánticos de castigo para los míseros y de gloria para los fuertes. No hace falta llegar al Apocalipsis de San Juan, el apocalipsis ya está aquí, son ellos.

 

Hace unos años, el ministro de finanza japonés vino a decir a decir que el coste de los ancianos es muy alto y les pide que se den prisa en morir. También dijo algo parecido una alta dirigente económica mundial. La verdad es que el ministro y la dama se pasaron verbalmente, pero en realidad es lo que se está haciendo de manera solapada. No les dicen a los ancianos que se mueran, pero les quitan atención médica, servicios sociales y propician su abandono. Cada día sale alguien diciendo que el sistema no es sostenible, con lo que está culpabilizando a los jubilados, que tienen que escuchar velada o claramente que están siendo mantenidos por el Gobierno, cuando quien los mantiene es la aportación que han hechos durante décadas, una especie de caja que se encargó de saquear un gobierno del pasado.

 

Los japoneses son expertos en este tipo de asuntos, y lo hemos podido ver en la película Balada de Narayama, que tiene varias versiones desde 1958, que cuenta cómo, en una agrícola sociedad precaria, a los ancianos -aunque estuvieran en buen estado de salud- se les abandonaba en el monte Narayama para que murieran con la llegada de los hielos del invierno. De alguna forma, las medidas que están tomando los actuales gobiernos son una metáfora de esos hijos jóvenes que cargan con sus padres y madres ladera arriba para abandonarlos en la soledad y el frío de la montaña para que mueran porque ya son un estorbo. Que lo digan claro, para que al menos podamos elegir el sitio en el que queremos morir. Estamos envueltos en una superposición de mentiras que conforman juntas la gran mentira de nuestra civilización, que empieza a romperse a la misma velocidad que los hielos polares. Físicamente este planeta va a estallar en cualquier momento, moralmente ya ha estallado.

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Delibes, sello de garantía

 
Pocos escritores en nuestra lengua han conseguido el unánime reconocimiento de su talento como el vallisoletano Miguel Delibes, autor de una serie de novelas en las que retrata como nadie aquella España en blanco y negro, con un lenguaje muy directo, pero escarbando siempre en el doble fondo de los matices de una sociedad terrible. Su maestría en retratar la realidad a través de su imaginación destila una y otra vez novelas que suelen ser puntos de anclaje de muchos temas fundamentales. Tuvo algunos problemas con la censura en su primera etapa, pero desarrolló la habilidad de sortearla, porque se limitaba a contar y las deducciones saltaban a la vista, pero los censores eran tan torpes que no leían entre líneas. Sin aspavientos, fue uno de los más duros críticos de aquella vida oscura y terrible que lo rodeaba, y un maestro de la literatura siempre, desde su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, hasta su último aliento literario, El hereje.
 
Los santos inocentes es una más de sus magnificas novelas. Publicada en 1981 (posiblemente no habría pasado la censura antes de 1975 por la explicitud de su propuesta), fue, como siempre, un gran éxito de crítica y público. Luego, junto a Cinco horas con Mario (1966), se convirtió en su tarjeta de visita; una, por el arrollador éxito de su adaptación teatral dirigida por Josefina Molina e interpretada por Lola Herrera, esta porque en 1984 fue llevada al cine por el maestro Mario Camus, y arrasó en premios en el Festival de Cannes con los grandes actores Paco Rabal y Alfredo Landa, uno de los momentos mágicos de la historia del cine español.
 
Varias novelas de Delibes han sido llevadas al cine con resultados casi siempre interesantes, y el teatro también se ha nutrido de sus novelas en varias ocasiones. Sin embargo, Los santos inocentes ha tardado cuarenta años en pisar las tablas, seguramente por las dificultades escénicas que presenta el magnífico texto novelístico, más asequible al cine que al teatro. Por ello, adaptar al teatro una de las novelas más complejas de Delibes es un gran desafío, que al final han acometido Fernando Marías y Javier Hernández-Simón. A favor, esta historia tiene la vitalidad de cada uno de los personajes, que respiran casi por encima de su autor, es como si vivieran en la novela: Azarías, Paco el Bajo, el Señorito, Régula y todos los demás personajes escapan del papel en que fueron escritos, tiene alma propia, y eso supo captarlo Mario Camus y sus actores en la adaptación cinematográfica.
 
La gran curiosidad es cómo han resuelto esa adaptación en esta primera versión teatral. El talento y la trayectoria de quienes participan en el proyecto es una garantía indudable, y el cuadro de actores y actrices que encabeza el consagrado Javier Gutiérrez es otro aval. Es un gran reto, porque en la memoria de los espectadores están las inconmensurables interpretaciones en la pantalla de Rabal, Landa, Terele Pávez, Juan Diego, Agustín González o Mary Carrillo. Estoy convencido de que en esta versión teatral que vamos a disfrutar en el Cuyás veremos matices distintos, porque El Alfredo de La Traviatta tiene detalles especiales según lo encarne Carusso, Beniamino Gigli, Giuseppe Di Stefano o Alfredo Kraus. Aquí es igual, y ese es el gran atractivo de esta función, ahora de gira por toda España.
 
Y al fondo, siempre el gran Delibes, un novelista que supo como pocos indagar en las distintas vertientes de la vida, con la capacidad de observación del cazador que era, y el respeto que la naturaleza humana le despertaba porque para él ese contacto con nuestra esencia biológica era un santo y seña, no para justificar las acciones, sino para intentar comprender su proceso. En eso, como en casi todo, Delibes fue uno de los grandes del siglo XX, un buscador de detales en el comportamiento humano, sin el dramatismo de Dostoievski, pero sí con su agudeza. Estoy convencido de que merecerá la pena reencontrarse con estos personajes que representan las conductas de todos nosotros. Y don Miguel siempre es sello de garantía.
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(Publicado en la edición impresa de Canarias7)