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Optimistas a la fuerza

 

 

Uno, que es impenitente consumidor de cine y literaturas varias, se imaginaba que, al llegar el nuevo milenio, se repetirían las imágenes de los milenaristas del año mil, que anunciaban todo tipo de catástrofes. Sorprendentemente no ha sido así. Tal vez haya sido el exceso de adivinadores, cartomantes y sibilas televisivas a toda hora lo que ha anegado el panorama y ha sembrado el descreimiento. Se mezclan charlatanes de toda laya y ya no creemos a nadie, aunque a veces acierten, pero hasta un reloj de agujas parado da la hora exacta dos veces al día. En todo caso, si alguien tiene alguna facultad extraordinaria, supongo que no podrá ejercerla en horario de oficina y ponerla a funcionar como una máquina; según tengo leído, esas cosas, si existen, se manifiestan de improviso, y casi siempre fuera del control de quien las experimenta.

 

 

No crean que no he tenido la tentación de meterme a profeta y predicar el apocalipsis, y quien sabe si con garantías de hacer una buena fortuna, pero desistí porque con tal desastre todo quedaría reducido a cenizas y no habría en qué gastar tantos euros; que esa es otra, porque a ver si luego me iba a entender con la nueva moneda. Si ya era difícil hacerse millonario en pesetas; ahora, con el euro, nos lo han puesto 166 veces y pico más complicado.

No hace falta ser profeta; mires donde mires, el apocalipsis está servido: África ya estaba en la miseria material y humana con tantas guerras y sequías; en Asia los jinetes cabalgan desde la miseria de Calcuta hasta la guerra inútil de Afganistán, la tensión entre Pakistán y La India o el revoltijo de Indochina, Indonesia o Filipinas; en América del Sur no está el horno para bollos en ninguna parte, y como muestra piensen en Argentina, Brasil o Venezuela; Centroamérica postrada como siempre, desde Haití hasta Guatemala y México; Norteamérica, qué les voy a contar, dados al Prozac, agarrados a un rifle y mandando marines a todas partes. Ya no les hablo de Palestina, de Chechenia, de la tensión balcánica…

Los gurús tradicionales ya no marcan el paso; unos porque se han muerto, otros porque han envejecido mal y están siendo sustituidos  por una muchedumbre de  especialistas que emboscan a la gente en Instagram y alrededores, y encima no parecen charlatanes, sino buena gente, el problema es que la mayoría no sabe de lo que habla sino la superficie. Hablan sobre asuntos que los verdaderos especialistas controlan después de años de universidad y décadas de investigación. Pero ahora, una chica monísima o un joven muy explicado, irrumpen con el respaldo de que son famosos, poseídos de una ciencia infusa que mucha gente traga porque lo dicen ellos, que fueron estrellas de un reality o los hicieron miss o míster de no sé qué. La mayoría son carteles parlantes de publicidad de ropa o zapatillas, y al fin y al cabo eso no mata a nadie. Pero los hay que se atreven con temas muy serios, y a veces peligrosos, sobre los cuales eminentes voces se andan con pies de plomo, pero estos nuevos guías tratan a la ligera, con el consiguiente peligro que tiene lanzar mensajes que, si se llevan a la práctica, pueden dañar mucho a las personas por la falta de rigor.

Y ahora, en este caldo de cultivo de la ignorancia, llega este galimatías que se define con la palabra Ucrania, previa pandemia de covid que, de repente, ya no se percibe como un peligro, pero ha inyectado un miedo inconsciente que tardará años en desaparecer. Con este panorama, no es raro que los agoreros hayan desaparecido, ya bastante agoreros son los periódicos, la radio, la televisión y las redes sociales. No me extraña que aquí nos echemos en brazos del fútbol y los carnavales a destiempo. La realidad supera a la ficción, y el drama universal literario y cinematográfico que ocasiona el dichoso anillo maldito de Tolkien es una menudencia cuando pensamos en el fanatismo, la intolerancia, la pobreza, la avaricia y las armas nucleares prestas a ser utilizadas. Es que vamos a terminar por no ver la Champion y el Roland Garros, porque cualquiera puede adivinar quienes van a ganar el año que viene porque parece el Día de la Marmota, y pasa igual con casi todo. Ya, ya sé que debo pedir hora en un gabinete psiquiátrico, pero me empeño en ser optimista. En realidad, no nos queda más remedio que serlo, de lo contrario nos volveríamos locos.

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La UD y la piel del oso

 

Pues acaba de terminar la eliminatoria del siglo, y se ha clasificado el Tenerife. Durante toda la semana, antes y después del partido en el Heliodoro tinerfeño,  ha escuchado y leído de veinte formas distintas que la UD Las Palmas iba a arrasar, que en el Gran Canaria borraría la sonrisa de los tinerfeñistas, una turba dirigida por Jonathan Viera se convertiría en un agujero negro que se tragaría a los blanquiazules. Hay frases refránicas para casi todo, una, que dice que el inglés no quiere buen principio (pero no era el Liverpool o el Manchester, era el CD Tenerife) y otra que afirma que la luz que va delante es la que alumbra, o más, el que pega primero pega dos veces.

 

 

Todo ese triunfalismo salía de no se dónde, porque dice mucho que el mejor jugador de la UD en el partido de ida fue el portero. Un equipo  que el miércoles vagaba desnortado por el Heliodoro iba a transformarse el sábado en reloj suizo por la magia de un estadio pintado de amarillo hasta los topes. Pero la marea amarilla no juega, y encima el que iba a ser el  mago que conduciría al equipo a la gloria se lesionó antes del descanso.

 

Confieso que soy  fiel seguidor de la UD Las Palmas, pero no de esta, sino de la que guardo en la memoria, que tenía una identidad de juego y que nos representaba. Pero, por aquello de la nostalgia y la geografía, me uno siempre a quienes quieren el ansiado ascenso, y este año también, pero desde hace una semana no he dicho ni escrito una sola palabra sobre la eliminatoria. Siempre me salía aquello de que no debe venderse la piel del oso antes de cazarlo, y cazar un oso es  muy trabajoso, según dicen, porque yo todavía no he cazado ninguno. Aunque eso de prometer futuros paraísos que nunca se materializan es mucho de por aquí.  He callado porque no quería que me tildasen de pájaro de mal agüero. Y sinceramente, después del partido del miércoles no sabía cuáles eran los argumentos para creer que hoy la UD ganaría por goleada.

 

Ahora no callo, y la verdad es que tampoco el tema da para más, solo es un partido de fútbol (bueno, dos). Nunca he entendido por qué  nos representa un equipo formado por una mayoría de forasteros que juegan un deporte inglés. Como buen deportista, felicito al CD Tenerife, y que esto le sirva de ejemplo, porque falta todavía un escalón para llegar a Primera. Y hay que subirlo.

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Santa Gúdula (*), nuestra futura patrona

 

 

Este año se han mezclado en Las Palmas de Gran Canaria, como casi siempre, el día de Canarias y la Feria del Libro. También como siempre, hay voces que claman por esto o por lo otro, pero lo cierto es que se mueve dinero público en Cultura y en Deporte, pero no pasa nada, pero cuando alguna institución pone encima de la mesa para algo cercano a la literatura la centésima parte del dinero que aportan para otros eventos culturales o deportivos, se arma el lío. Se habla de irresponsabilidad y de tirar el dinero público, pero si se hace un magno festival de lo que sea o un evento deportivo, no hay problema. Es obvio que esta sociedad tiene una alergia tremenda a todo lo que huela a libro.

 

 

Es una idea muy extendida que la cultura nunca es negocio, y el estereotipo del poeta hambriento y manteniendo el tipo con un traje de segunda mano es casi un icono. Pero no es así, o al menos no lo es siempre, porque la cultura, como casi todo, depende del mercado. Los grandes pintores, poetas, bufones y músicos medraban en las cortes europeas y estos escogidos vivieron bien, e incluso algunos llegaron a ser inmensamente ricos. En el siglo XXI la cultura también es negocio de una forma general, es un nicho de empresas y un surtidor de puestos de trabajo. Pero las cosas funcionan de otra manera, o al menos deberían hacerlo, porque hay experiencia en el mercado de la cultura. Y este mercado es cada vez más globalizado, controlado a menudo por multinacionales o, en el caso de España, por grandes empresas que a su vez son tributarias de otras de mayor calado.

 

Por eso es tan precario el mercado cultural canario, controlado desde muy lejos, en el que a los productos de aquí se les arrincona o simplemente no se les da espacio. Para que sea así, tiene que convencer primero a los controladores estatales del libro y la edición. Este año, al menos, han dado el Premio Canarias de Literatura, y esta vez a la gran poeta Elsa López. Por eso, la negación de nuestra cultura también está creando paro, y se puede estimular cualquier tipo de actividad, pero hacerlo en el campo del libro es un vade retro. ¡Ah! Sí, como es Día de Canarias, en los discursos se citan un par de versos de algún poeta insular -muerto, por supuesto- y así se salva el expediente.

 

La cultura es algo muy amplio, no solo libros. Entiendo que es bueno recordar muestras tradiciones, y conservarlas en la medida de lo posible, que sepamos cómo vivían nuestros antepasados, rememorar la trilla, el chinchorro y las descamisadas de piñas. Todo muy rural y marinero, y eso es lo que se promociona en los festejos alrededor del Día de Canarias. Pero Canarias tiene un presente y debe mirar al futuro, y lo actual no existe para las instituciones. El timple es grandioso, pero también hay guitarras eléctricas y violines clásicos; La Perejila y Nijota fueron dos grandes poetas populares, pero hay otra poesía, que sobrevive escondida. El pasado rural, marinero y costumbrista está ahí, pero es que parece que tratan de que volvamos a él.

 

Es tremendo ver cómo lo que en realidad nos debiera interesar del pasado se va destruyendo día a día. La agricultura es un sector que fue crucial en nuestra supervivencia, pero se ahoga y va desapareciendo porque el mercado lo marcan los grandes proveedores que traen productos de fuera. Esa es la parte del pasado que debiéramos cuidar mirando al futuro. Y por lo visto, el Día de Canarias consiste en vestirse de mago y comer sancocho (¡pero si dentro de unos años no va a haber cherne salado ni papas del país!) Tendremos que hacer el sancocho con Bacalao de Terranova en salazón y papas de Chipre; de hecho, el supuesto «gofio canario» se hace moliendo millo importado. Se van muriendo las industrias conserveras de pescado y la plantación de papas. Las de millo hace tiempo que no existen. Dicen que es que hay unas normativas españolas y europeas que no permiten ciertas cosas; pues entonces no entiendo para qué sirve una supuesta autonomía con Parlamento, Gobierno y hasta Diputado del Común.

 

Llevamos casi cuatro décadas de autonomía, donde la presencia nacionalista ha sido notoria, y esto se parece cada vez menos a lo que sería una Canarias con capacidad de decisión. Se decía que la pandemia era una oportunidad para diversificar los sectores de producción, pero yo lo único que veo es seguir agarrados al turismo, que está bien, pero de lo hablado nada, y eso que sabemos ya lo terrible que es poner todos los huevos en el mismo cesto. Cualquier día, una normativa europea liquidará a las vírgenes morenitas de cada isla y nos colocarán como Patrona de Canarias a una santa europea de pura raza aria. Es que me parece que siguen mandando quienes nunca se han sometido a las urnas. ¿Y los políticos? Sobreviven. En este galimatías político, mediático y jurídico nuestras instituciones son cada vez más iconos inoperantes. Y sus altos cargos acabarán luciendo fajín, mantilla, cachorro y justillo en la futura romería de Santa Gúdula (*).

 

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(*)Santa Gúdula es patrona solo de la ciudad de Bruselas… de momento. Es muy conocida en Europa, con dos hermanas y un hermano también santos, y su madre también ingresó en un convento y recibió el velo nada menos que de manos de San Auberto, que eso por lo visto le da más peso a la santidad. (Habría que ver quién fue San Auberto, pero ya abandono).