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Valleseco y Félix Reyes

 

Inauguración de la escultura de

Félix Reyes, en la plaza

de San Vicente Ferrer de Valleseco,

el día 7 de mayo de 2022.

Fotos gentileza de Soledad Quesada

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El autor con su obra

EL PARAGUAS

Debajo del paraguas,

van el olvido, la soledad, la tristeza, el miedo, la angustia, el dolor.

El paraguas solo protege de la lluvia.

 

 

Cuando, bajo el paraguas, dos caminan juntos,

el olvido se vuelve certeza,  la tristeza ilusión, el miedo aventura, la

angustia esperanza, el dolor sosiego.

La soledad simplemente no está, se ha ido con el agua.

El paraguas solo protege de la lluvia.

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¿Es España un país de cantamañanas?

 

Cuando hacemos recuento de los descubrimientos científicos realizados en España, de su riqueza natural (la más compleja, diversa y rica de Europa), de los triunfos exteriores de nuestros deportistas, artistas o personalidades de cualquier ramo, nos damos cuentas que no se entiende por qué siempre andamos en el vagón de cola, sobre todo por la valoración que nosotros mismos hacemos de España, donde a media población le da la risa cuando escucha el himno nacional y solo se valora la bandera cuando se trata de la selección de futbol (si gana, por supuesto, que si no…)

 

Acudamos a quienes más saben, y pocos como Antonio Machado han definido esta nación, desde pintarla como «Charanga y pandereta» hasta plasmar la terrible idea de las dos Españas. También hubo dos Francias, dos Alemanias, dos Holandas, porque siempre existieron ricos y pobres, amos y servidores, aristócratas y plebeyos. Esto cambió sustancialmente en Europa con las revoluciones burguesas del siglo XVIII, y aunque sigue habiendo de todo, las diferencias se fueron reduciendo poco a poco. En España no, aquí esa revolución no sucedió, porque el país contemporáneo fundado por Las Cortes de Cádiz en la Constitución de 1812 fue laminado por el absolutismo fernandino, y se perpetuó con el caciquismo provinciano, la maledicencia programada, los nacionalismos excluyentes y la utilización del miedo, con la religión como aliada.

 

Y si Machado definió a España, antes Galdós la había retratado, con una fotografía permanente porque no se mueve; casi siglo y medio después, esta sigue siendo una sociedad galdosiana. Hay una plutocracia que lo maneja todo con el poder del dinero y el látigo del miedo. Debe creer que el poder le pertenece por derecho divino, y cuando no tiene el poder nominal actúa como si quienes lo consiguieron en las urnas fuesen unos usurpadores. Ellos nunca pierden, porque siguen siendo los propietarios de casi todo (también quieren robarnos la dignidad), pero cuando el pueblo les dice que los suyos no tendrán la manija del poder político se remueven ofendidos, porque quienes no sean ellos son unos impostores. Se arrogan la bandera nacional, el escudo, el himno y la etiqueta de patriotas, como si esos símbolos no fuesen de todos. Luego critican que no haya apego general a esa simbología después de que ellos la hayan acaparado en exclusiva.

 

Ocurre hasta en el deporte, que cuando los que se creen elegidos de los dioses no ganan es que ha habido una conspiración, porque no reconocerán jamás que el otro fue mejor. Llevamos dos siglos de insultos, desprecios e infamias; lo más triste es que muchos de los que tratan de alcanzar el poder utilizan el mismo lenguaje. España es un país de revanchas y venganzas pendientes, y tengo la impresión de que, de tanto practicar el vocabulario de la corrupción moral, ya se ha incorporado a nuestro ADN. Cuando entran en política personajes como Ángel Gabilondo, Luis García Montero o la jueza Carmena, que simplemente actúan como demócratas europeos, casi son objeto de burla. ¿Qué puede esperarse de un país en el que se exige a un inmigrante ganar 1.250 euros al mes para traer a su hijo menor, mientras el salario mínimo es de 1.000 euros, hay un bar por cada 165 habitantes y un investigador por cada 15.000?

 

Debe ser que los de arriba son unos depredadores y los de abajo unos cantamañanas, o bien ambos sean esto último. El cantautor, poeta, humorista y vividor impenitente Facundo Cabral se encomendaba a su abuelo para decir que a nada tenía más miedo que a los pendejos (cantamañanas en este lado de la Mar Océana), y aunque el abuelo era coronel afirmaba que es un frente imposible de cubrir, porque son muchos y cuando votan hasta eligen al presidente. La palabra pendejo aplicada a una persona tiene muchos matices en todo el ámbito de la lengua, pero en nuestro espacio podríamos hacerla equivaler a «persona que cree que lo sabe todo, que lo merece todo, que puede conseguirlo todo sin esfuerzo y por consiguiente minusvalora o incluso desprecia cualquier cosa que hagan los demás, y trata de hacer creer que si él o ella no lo ha hecho es porque no se lo ha propuesto, pero, desde que se ponga, lo hará y mejor que nadie». Larga definición, pero es que se trata de un espécimen muy complejo.

 

Por aquí no circulan los términos pendejo-pendeja, pero solemos usar algunas palabras que significan lo mismo, que empezaron por ser malsonantes y han derivado en graciosas; no son exactamente sinónimas, aunque todas son de la misma familia, y suelen tener distintos grados de estulticia, ignorancia, mala fe o cualquier otra característica. Me refiero a soplapollas, bobomierda (todo junto), pollaboba (compuesta y con rango senatorial), enterao (sin D), membrillo, primaveras y muchas más, dependiendo de la zona, del grado o de la especialidad pendejal de la criatura, sin olvidar las ya muy aclimatadas importaciones peninsulares soplagaitas y gilipollas (las gente de orden suele usar gilipuertas, y en el colmo de la pendejada hacen un spanglish y dicen giligate). El caso es que están por todas partes, y a uno se le va acabando la paciencia porque, después de aguantar tanta pendejada, trata de blindarse, porque, a estas alturas, mi cupo de papafrita (otra palabrita compuesta del gremio) está completo. Y sigo sin saber si España es un país de cantamañanas.